The Objective
El buzón secreto

Anido, el último gran infiltrado: ETA no ha podido pillarle

Se cumplen 20 años desde que el espía infiltrado fue descubierto por ETA. Les hizo un tremendo agujero

Anido, el último gran infiltrado: ETA no ha podido pillarle

El etarra Mikel Antza yendo a declarar a la Audiencia Nacional. | Europa Press

Muchos han sido los espías que, desde la creación de la banda terrorista ETA, intentaron infiltrarse y pocos fueron los que lo consiguieron. Al principio de la película La infiltrada, aparece una escena de dos etarras comiendo en casa de unos señores mayores, momento en el cual descubren una foto que les sorprende: un guardia civil, el hijo del matrimonio, jurando bandera. Esta es la historia de ese guardia, José Antonio Anido.

Antes de infiltrarle, los servicios de inteligencia le dotaron de una tapadera creíble. Decidieron que utilizara en parte su vida real como base del papel que tendría que representar, así era más difícil que al investigarlo descubrieran que no era quien decía ser. Gallego de nacimiento, criado en Francia, sus padres estaban asentados en Estrasburgo. De ahí arrancó la posterior ficción: estaba viviendo en España cuando se declaró objetor de conciencia negándose a acudir a la llamada del Ejército. Su comportamiento era perseguido con la cárcel, por lo que decidió escapar a Bayona.

Allí entró en contacto con círculos etarras, buscando con tranquilidad, sin prisas, las amistades que en el futuro le permitieran abrirse camino para convertirse en miembro de ETA. Este proceso suele llevar años y exige suma paciencia para no levantar recelos. 

A principios de los años 90 consiguió ser aceptado por el mundo de ETA en Francia, que en un primer momento le encargó misiones de escasa trascendencia. Más tarde sirvió de apoyo a los movimientos de sus dirigentes en el sur de aquel país, aprovechando que la Policía no recelaba de él por no ser vasco y carecer de antecedentes penales por colaboración con banda armada. Los etarras no vieron en él a un posible miembro de un comando, sino a esa persona discreta y limpia que los podía ayudar en su trabajo logístico.

Chófer de confianza de Antza

En 1992 se había convertido en el hombre de confianza y chofer de Mikel Albisu Antza, uno de sus principales dirigentes de la rama política. Desde el asiento del conductor escuchaba sus conversaciones, lo llevaba a reuniones secretas y conocía a los miembros de ETA con los que trataba. Era un puesto de segundo nivel para la banda, pero de primero para el servicio secreto.

Ese año, gracias a su información, cayó en Bidart la cúpula de ETA: Francisco Múgica Garmendia —jefe de los comandos—, José Luis Álvarez Santacristina —el ideólogo— y José María Aguirre Erostarbe —el experto en bombas—. La desarticulación trajo un premio extra: Antza pasó a ser el jefe político, responsable de la estrategia, publicaciones, relaciones internacionales y contactos con la izquierda abertzale. Un botín que Joseph fue entregando poco a poco a su controlador del servicio y que abrió de par en par la intimidad de la banda a los espías. Entre sus éxitos posteriores, en 1994, en Toulon, delató a Alberto López de la Calle, responsable de numerosos asesinatos, entre ellos los de varios guardias civiles.

Tantos éxitos lo convirtieron en la mejor fuente de las fuerzas de seguridad españolas sobre lo que pasaba en el interior de ETA. Los etarras siempre estaban al acecho de cualquier infiltrado, vivían obsesionados con estar agujereados, a pesar de lo cual seguían sin sospechar de él. Algo que pudo costarles caro, porque el siguiente en su lista de objetivos era el propio Antza. Pero la suerte le volvió la espalda.

Una visita… esperada

Corría el año 1995 cuando un grupo de colaboradores de la banda pasó por Estrasburgo y buscó refugio en la casa de los padres de Anido. Casualidad o intención premeditada, nunca se sabrá. Antes de comenzar su trabajo de infiltración, el topo tuvo que sentarse a hablar con sus padres, dado que iba a entrar en ETA con su verdadera identidad. No les contó lo que iba a hacer, pero les advirtió de que en algún momento podrían acudir a su casa miembros de la banda y ellos deberían tratarlos con suma amabilidad.

Así lo hicieron cuando recibieron la visita sorpresa. Fueron amables, les ofrecieron quedarse a dormir y les dieron de comer. Se comportaron mostrando en todo momento que sabían lo que hacía su hijo y que iban a colaborar sin delatarlos.

Todo debía haber salido a las mil maravillas, pero hubo un detalle que no contemplaron. Los etarras aprovecharon la visita para rebuscar en los cajones de los armarios, quizás porque tantas detenciones habían movido a la banda a sospechar de todos y de todo.

De repente, Antonio Anido y Rosalía Martínez se asustaron cuando sus invitados salieron precipitadamente sin despedirse. Algo había pasado. Miraron por toda la casa y descubrieron que sus huéspedes habían estado hurgando en los armarios y habían encontrado varios álbumes de fotos que ellos creían bien escondidos, en los que guardaban fotos antiguas, incluyendo la etapa en que su hijo se había formado como guardia civil. En uno de los álbumes había un hueco, sin duda perteneciente a una foto que se habían llevado: José Antonio vestido con el uniforme de la Benemérita.

Se les cayó el alma a los pies. Alertaron de inmediato de lo que había pasado a un teléfono de contacto de La Casa. Tuvieron tiempo para avisar a José Antonio, en ese momento Joseph, para que lo abandonara todo y saliera huyendo. La tapadera se había roto, pero por suerte la caza del topo no dio resultado.

El servicio secreto lo escondió durante unos meses en Madrid y Barcelona y finalmente le cambiaron la identidad —pasó a ser Antonio Cabana Romar, los segundos apellidos de sus padres— y lo enviaron a Colombia. Allí asumió un puesto de seguridad en la embajada española.

Desde ese momento, se le perdió la pista. Me temo que vive y vivirá escondido el resto de su vida. Periodistas de prestigio como Xosé Manuel Lema y yo nunca le olvidaremos. Esperemos que los españoles tampoco.

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