Varios comisarios denuncian que Interior manipula las estadísticas de criminalidad
Las ‘okupaciones’ se han disparado, pero los registros oficiales no lo reflejan porque las denuncias se archivan

El actual número uno del Cuerpo Nacional de Policía, Francisco Pardo Piqueras. | Europa Press
En la Policía Nacional se habla cada vez menos de seguridad y más de estadísticas. No porque los agentes se hayan vuelto súbitamente amantes de los números, sino porque saben que de esos números depende su carrera. En los despachos de la cúpula policial, «donde los ascensos se deciden por afinidades más que por méritos», denuncian varios comisarios a THE OBJECTIVE, el delito ya no se combate: se maquilla.
«Los altos cargos elegidos para dirigir la Policía Nacional acceden a estos puestos por criterios de amiguismo, afinidad política o simple sumisión al poder», denuncia uno de los comisarios. «Su meta principal es obtener la Cruz de Plata antes de la jubilación, sin importarles el cuerpo policial al que pertenecen». La frase es demoledora y resume lo que otros agentes repiten en voz baja: la Policía ya no está al servicio de la seguridad del Estado, sino de contentar al Poder para ascender.
La estadística de criminalidad –ese documento que el Ministerio del Interior exhibe cada trimestre como prueba de que todo va razonablemente bien– se ha convertido en el espejo preferido de quienes dirigen el cuerpo. Pero está trucado. Lo que en apariencia refleja un país seguro es, según estos mandos, el resultado de una manipulación diaria, discreta, y perfectamente asumida. «En este contexto, la estadística de criminalidad se convierte en una herramienta de promoción personal», explican. Es decir, quien logra que su territorio parezca tranquilo sobre el papel gana puntos en la hoja de méritos.
El caso de Madrid es paradigmático. Al frente está Javier Galván, un jefe superior cuya trayectoria, aseguran varias fuentes internas, no destaca precisamente por su eficacia operativa. «Su promoción se debe a que estuvo en la época de Zapatero en el gabinete del entonces director general de la Policía Nacional. Trabaja para maquillar las estadísticas y rebajar la criminalidad». En otras palabras: tiene más valor hacer que los delitos desaparezcan del excel que del barrio.
Manipulación de las estadísticas
El problema, cuentan los comisarios, no es que haya una lectura política de los datos –eso ha existido siempre–, sino que el dato se haya convertido en el propio objetivo policial. «Hay un problema delincuencial en España alucinante», advierte uno de ellos. «Están manipulando la estadística diariamente para que el político, cuando hable de delincuencia, se ciña a la estadística y no al problema real».
Y, efectivamente, José Luis Rodríguez Zapatero se apoyó en esas cifras para presumir en la televisión pública de que «la tasa de criminalidad está ahora más baja que hace 15 años». Lo hizo amparado en un espejismo estadístico: una delincuencia domesticada a golpe de clasificación. Los hurtos descienden porque nadie se molesta en investigar las bandas que los cometen, mientras las violaciones, los asesinatos, los secuestros y el tráfico de drogas se disparan lejos del foco que el Gobierno prefiere alumbrar.
El resultado es una policía mirando el gráfico mientras la calle arde. En Madrid, por ejemplo, las ocupaciones se han disparado, pero los registros oficiales no lo reflejan. La explicación es sencilla: se rebajan las categorías. «Se califica como una usurpación de inmueble, pero no se investiga como un problema delincuencial». En la práctica, basta con no abrir diligencias penales para que el delito deje de existir. «La usurpación de inmueble tiene un proceso de investigación, y si no hay denuncia, se archiva y ya no hay caso. Pero el hecho de que no tengas denuncia no quiere decir que no investigues las viviendas ocupadas».
Los agentes conocen el truco. Cuanto menos investigas, menos delitos aparecen. Y cuantos menos delitos hay, mejor luce el informe trimestral. En Carabanchel, un hotel reconvertido en apartamentos de lujo fue okupado por un grupo organizado. «Ahí se metieron okupas, era un grupo organizado, un tío reincidente. En ese caso se tomó declaración a todos y se identificó a los okupas y se investigó a cada uno de ellos, cosa que no se suele hacer. No se investiga nada porque si lo haces generas delincuencia». Es decir: si descubres que hay una red detrás, tienes que sumarla a las estadísticas. Y eso, en la jerga de los despachos, significa problemas.
Lo mismo ocurre con las estafas por internet, uno de los delitos más crecientes e invisibles. Bandas enteras operan desde el anonimato digital, pero los informes no lo reflejan. «Dicen que eso no se puede investigar porque es muy difícil dar con el autor. Pero si lo investigas, descubres que son grupos organizados. Tú investigas una estafa y de ahí se ramifica otro tipo de delitos, como usurpación de identidad. Pero si lo investigas incrementas la estadística». La paradoja es perfecta: investigar el delito lo multiplica, y como lo multiplica, se deja de investigar.
Más bandas organizadas
Mientras tanto, el crimen se adapta y come terreno. «La calle está en manos de grupos y organizaciones criminales, bandas juveniles y un sinfín de perfiles delincuenciales que dominan el espacio público. Y lamentablemente la Policía Nacional queda relegada a la lucha contra la estadística de criminalidad, y, por tanto, contra la denuncia ciudadana». La frase es brutal, pero describe la realidad de muchos agentes: enfrentados no ya al delito, sino a la tentación institucional de esconderlo.
En comisarías de toda España –salvo en País Vasco y Cataluña, donde los datos se gestionan de otra forma– los mandos revisan diariamente las cifras. Ajustan, reclasifican, matizan. El incentivo está claro: quien mantiene las cifras bajo control se gana la admiración de sus superiores. Y esa admiración tiene recompensa. Una buena valoración, un ascenso, una medalla. No es casual que la Cruz de Plata –esa condecoración que sirve como pasaporte al retiro dorado– se haya convertido en la obsesión de buena parte de la jerarquía. Lo que debería ser un reconocimiento al mérito operativo se ha transformado en el premio al silencio estadístico. Lo que estos comisarios describen no es solo una desviación ética, sino un síntoma político: la subordinación del trabajo policial a la estética del Gobierno. Mientras el ministro presume de «descenso de la criminalidad», los barrios conviven con okupaciones, estafas y bandas cada vez más visibles.