México: jugando al tlachtli… para meternos goles en propia puerta
«Lo acaecido en las tierras del actual México es lo que permite comenzar a hablar de las intervenciones humanitarias»

Hernán Cortés. | JT Vintage (Zuma Press)
Hace unos 20 años, yo estaba acumulando información con el propósito de escribir un libro sobre teoría de la guerra justa, que terminó publicándose, en 2007, por la editorial Thomson-Aranzadi, bajo el título La teoría de la guerra justa. Una propuesta de sistematización del ius ad bellum. En ese contexto, una vez asumido el paso previo indispensable (el dominio del marco teórico aplicable) avancé hacia la búsqueda de casos concretos a los que fuera aplicable dicho marco.
Así que, cuando pasé de los casos más obvios (legítima defensa, directa o indirecta) a los más elaborados (como la intervención humanitaria), la búsqueda me llevó a un historiador mexicano, llamado Antonio Gómez Robledo que, en su libro Fundadores del derecho internacional (1989) tocaba este tema, haciendo referencia a la llegada a tierras mesoamericanas de Hernán Cortés.
Con los datos que maneja el doctor Gómez Robledo, se puede afirmar que, solo en el contexto de la coronación de Axayácatl, pocos años antes de la llegada de Cortés, fueron sacrificados unos 20.000 rehenes, nativos de lo que hoy es México. Las cifras totales de asesinados, de los modos más crueles (como arrancar el corazón en vida) es muchísimo más elevada que la que haya podido ser contrastada científicamente (por hallazgo de restos), por los investigadores del siglo XX. Era frecuente, a mayores, la práctica del canibalismo.
Entonces, México tomó su nombre de un pueblo de asesinos y antropófagos. Tenía otras opciones. Las había. Pero ninguna de ellas era útil para participar de la leyenda negra antiespañola, mientras que algunas de esas explicaciones alternativas hubieran remitido a la verdad, incómoda para los mandatarios mexicanos de nuestros días: el pacto entre españoles y tlaxcaltecas. Veámoslo…
La realidad, tantas veces oscurecida incluso en nuestro país, y casi siempre distorsionada en México, es que la llamada «conquista» fue el resultado de un pacto entre Hernán Cortés y los tlaxcaltecas, sin perjuicio de que, a raíz de dicha alianza, también otros pueblos nativos fueran liberados de la opresión mexica (como Chalcas y Xochimilcas). Beneficiarios, pues, hubo varios. Pero la gran alianza, forjadora del México actual, es de España y los tlaxcaltecas.
Tanto es así, que, según relata Fehrenbach en su libro Fire & Blood: A History of Mexico (1995), literalmente: «Los tlaxcaltecas, sin cuya ayuda los españoles habrían sido aniquilados, quedarían exentos de todo tributo. En estas circunstancias, la mayor parte de la población amerindia estaría mejor que la mayoría de los campesinos europeos». No solo españoles: habla de toda la Europa del momento.
En todo caso, ni el antes citado Gómez Robledo ni Fehrenbach están solos en eso. Otras primeras espadas de la intelectualidad contemporánea apuntan en la misma dirección. Entre ellos, el historiador mexicano José Miguel Zunzunegui en su libro El regreso de Quetzalcóatl. Una historia sagrada de México (2021), o, antes, Antonio Escohotado, en su libro Historia general de las drogas (3 Vols.; 1989). Escohotado, en particular, dijo repetidas veces en sendas conferencias que, a su entender, la sociedad azteca es la «más monstruosa que se recuerda en la historia».
Los sacrificios humanos respondían a las creencias locales, panteístas y politeístas, según las cuales, para que la tierra fuese fértil, debía ser abonada (nourished, en el original) con corazones de humanos y regada (watered, en el original) con sangre humana. Así lo expone Michel Graulich, en un capítulo de la obra colectiva The Strange World of Human Sacrifice, coordinado por Jan Bremmer en 2007. Añade que las víctimas favoritas de esos rituales colectivos eran, no por casualidad, los prisioneros de guerra de las tribus nativas, vecinas de los aztecas.
Algo en lo que abundan, entre otros, Robert J. Bunker en su libro Blood Sacrifices: Violent Non-State Actors and Dark Magico-Religious Activities (2016) así como Rubén Mendoza y Linda Hansen, en el suyo, Ritual Human Sacrifice in Mesoamerica: Recent Findings and New Perspectives (2024), con la peculiaridad de su énfasis en los aspectos rituales que, de un modo un tanto macabro, acompañaban dicha masacre, hasta llegar a plantear que la azteca era, más bien, una cultura «necrófaga» (necro-culture, en el original).
Intervenciones humanitarias
Sirvan estos textos, aunque la lista dista de ser exhaustiva, para comprender que lo acaecido en las tierras configuradoras del actual México es lo que permite comenzar a hablar de las intervenciones humanitarias. Y que eso es, fundamento lejano, a su vez, de la hoy tan de moda «responsabilidad de proteger» (R2P). Así lo entiende Gómez Robledo. Y así se entiende en nuestros días. En efecto, lo admite hasta John Rawls, en su obra The Law of Peoples, with the Idea of Public Reason Revisited (1999), en la que cuestiona la conducta de los aztecas, reprobable de todo punto, pese a tratarse, dice, de lo que él define como una «civilización avanzada».
En todo caso, el mexicano Gómez Robledo es contundente, en las páginas 21 y 22, de la edición de 1989 de su libro, ya citado … «si en algún caso ha podido justificarse la intervención de humanidad habría sido en ese sin duda alguna, y por más que la proscripción de tan infames prácticas no haya sido obviamente el objetivo de Cortés y su hueste en su subida al Anáhuac para verse con Moctezuma».
Esto nos lleva al debate que cualquiera plantearía. Pues, una vez aceptado que, objetivamente, Hernán Cortés le hizo el favor de sus vidas a los pueblos oprimidos por los aztecas (es decir, a los mexicanos de hoy, pues descienden de esos pueblos oprimidos, aunque ese no sea el caso de López Obrador, que descendía de los —para él— opresores, ni de Sheinbaum), con la colaboración necesaria de los Tlaxcaltecas, todavía cabría preguntarse otra cosa. A saber: qué tan dirigida iba a eso, o no, la intervención, manu militari, de Cortés.
No parece que sea lo fundamental, siempre y cuando haya sido desarrollada, al unísono, dicha misión salvífica, empleando la fuerza necesaria para ello. Así lo piensa el principal referente de esta tradición de pensamiento en la actualidad, Michael Walzer. Efectivamente, primero apunta, lacónicamente, en la página 20 de la edición de Paidós de 2004 de su libro Reflexiones sobre la guerra, lo de que «podemos oponernos al realismo [él lo hace, nota del autor] pero no ser poco realistas». Para, indicar, de modo más elaborado, en la página 153 de su obra cumbre (Guerras Justas e Injustas), en la edición de Paidós de 2001, que «los juicios que hacemos en casos como éste [se refiere a la intervención humanitaria] no dependen del hecho de que hayan figurado otras consideraciones, distintas a las humanitarias, en los planes del gobierno y tampoco dependen de que el humanitarismo no haya sido la preocupación central»… Siempre y cuando se haya cumplido, también, con la función de terminar con los asesinos de turno, se entiende.
La historia como parapeto
Sería interesante asegurarnos de que Sheinbaum esté en disposición de hablar de ello, antes de aceptar gratuitamente su retórica y plegarse a ella. Si se trata de pedir perdón, pidamos a los gobernantes mexicanos actuales que comiencen ellos, dadas las atrocidades de los mexicas, que ya estaban triturando a las tribus vecinas antes de que llegaran los españoles, y que solo dejaron de hacerlo gracias a nuestros antepasados (míos y de muchos mexicanos de hoy, pues estamos emparentados, pese a Sheinbaum…). Pero va a ser que no se dará eso. Últimamente cosechamos palmaditas en la espalda y estrechones de manos de quienes más cuestionan a nuestro país, a nuestra historia y, por añadidura, a nuestro interés nacional. Mala señal, muy mala.
Me dirán que se trata de nuestros amigos. Y es posible que algunos hasta lo hayan interiorizado. Con lo cual, si así fuere, solo me queda responder como Kant lo hizo a Fichte: «Que Dios me libre de mis amigos, que de mis enemigos ya me libro yo».
Se habla de «claroscuros». Todos tenemos: es demasiado obvio. En cuanto a Sheinbaum, sus «oscuros» son tangibles. Es decir, quizá debería pedir perdón por más cosas, además de su pasado azteca: el país que gobierna es un narcoestado; la corrupción campa a sus anchas; los índices de criminalidad están disparados. No hay señales de que vaya a resolver eso. El hecho de estar tan lejos de Dios y tan cerca de los EEUU (como dicen ellos mismos) no facilita las cosas. Yo me siento más cerca de un mexicano, que, de un noruego, danés, o ucraniano. También de Dios, tampoco de EEUU Y, por ello, me sabe entre mal y fatal lo mal gobernado que está México. Sin embargo, el problema principal de Sheinbaum no es el citado, no.
El principal problema es el uso artero de su versión de la historia como parapeto para esconderse y despistar del problema principal al pueblo mexicano. Ha convertido su hispanofobia en la versión mexicana del panes et circus.
Ahora bien, incluso en el caso de que su versión de la historia fuera la más coherente, lo que todavía debería explicar es… ¿Cómo han aprovechado los más de 200 años transcurridos desde su independencia? ¿No tenían que mejorar, gracias a eso? En muchos aspectos, México se halla en unas condiciones peores que las habidas cuando España cesó en su presencia por esas latitudes, en términos relativos, es decir, comparando la situación de México con la de otros Estados de la época.
No es gratuito. España fundó muchas Universidades en suelo mesoamericano (México ni existía como tal), entre ellas San Pablo (1551), Santa Catalina, en Yucatán (1622), San Javier (1624), en Charcas, San Ildefonso (1625), en Puebla, o Guadalajara, todavía en el siglo XVII. La lista no es exhaustiva. Se podría realizar una lista similar de grandes hospitales. Siempre abiertas, unas y otros, a los nativos (si bien México fue y es, en esencia, una sociedad mestiza, con un componente español y otro nativo, a diferencia de lo acontecido con otras potencias de la época (y posteriores) muy celosas de no mezclar la sangre de los suyos, con la nativa. Teniendo en cuenta que, hasta 1829, los británicos impedían ex lege que los alumnos católicos pudieran acceder a la Universidad, el modelo español en América era mucho más democrático y abierto. De todo ello da buena cuenta el historiador argentino Marcelo Gullo en su libro Madre Patria (2021). Asimismo, abundan los datos que demuestran que algunos de los más prestigiosos profesores españoles de Universidad impartían su docencia en tierras mesoamericanas. El esfuerzo fue ingente, ya que se crearon Universidades en toda América.
Algún lector dirá que este artículo es demasiado amable para con la presencia española en México. La respuesta es… Si hay «claroscuros», habrá que mostrar también los «claros» (digo yo). Entonces, ya que los demás —y algunos de los míos— muestran los «oscuros» de España (ya lo hacen, con fruición), yo muestro los «claros» y, ya puestos, los «oscuros» de los demás. ¿Y el lector? Pues así, pero solamente así (con más versiones), tendrá una opinión más formada. Si ese es el juego, juguemos…
Frente a ese legado, la hispanofobia fue el principal objetivo de la Casa Blanca (así nos pagaron los esfuerzos realizados para apoyar la independencia de EEUU) con el objetivo de anular la influencia cultural española latente en el Estado recién independizado, para así comprar varios territorios a México. Como se resistieron a la venta, fueron invadidos, militarmente, pasando esos territorios a manos de EEUU en 1849 (hasta siete Estados de los actuales EEUU). El artífice de esa política, por cuenta de Washington, fue un tal Joel Roberts Poinsett. Hoy este hombre da nombre a una planta, tan bella como venenosa (la célebre poinsetia navideña… si su gato se come sus hojas, llévenlo inmediatamente al veterinario, antes de que comience a vomitar).
Josep Baqués es investigador invitado del Centro para el Bien Común Global de la Universidad Francisco de Vitoria
