The Objective
Comunidad Valenciana

Barrera toma el control de Vox Valencia con la vista puesta en la alcaldía de la ciudad

La dirección nacional impone el relevo para reconducir un partido fracturado y preparar el nuevo ciclo electoral

Barrera toma el control de Vox Valencia con la vista puesta en la alcaldía de la ciudad

El exvicepresidente de la Generalitat Valenciana, Vicente Barrera (i), el diputado nacional de Vox Carlos Flores (c) y el presidente de Vox Valencia, Ignacio Gil Lázaro (d). | Jorge Gil (EP)

El nombramiento de Vicente Barrera como nuevo presidente provincial de Vox en Valencia cierra una de las etapas más convulsas que ha vivido el partido en la Comunidad Valenciana y marca el inicio de una estrategia orientada a reforzar su proyección institucional en el territorio. El relevo de Ignacio Gil Lázaro, histórico dirigente y actual diputado en el Congreso, no es un simple cambio orgánico: responde a una operación cuidadosamente diseñada desde Madrid para estabilizar la estructura valenciana y preparar la más que posible candidatura de Barrera a la alcaldía de Valencia de cara a las elecciones de 2027.

El comunicado oficial difundido por Vox enmarca la transición en un supuesto «proceso de relevo generacional» y agradece a Gil Lázaro su trabajo al frente de la organización provincial. Sin embargo, en el entorno del partido se da por hecho que la sustitución se venía gestando desde antes del verano, como ya adelantó THE OBJECTIVE, cuando la dirección nacional comenzó a intervenir para contener el deterioro interno. Durante los últimos meses, la formación había sufrido un goteo de bajas en municipios clave —como Torrent, Náquera, Bétera, San Antonio de Benagéber, Serra y Almassora— que afectó a los pactos locales con el Partido Popular y dejó en evidencia una pérdida de cohesión y de liderazgo en la base. La gota que colmó el vaso fue la ruptura del gobierno municipal con el PP en el municipio de Montserrat de la noche a la mañana sin capacidad de reacción.

La figura de Barrera se había ido imponiendo como opción natural. Tras su salida del gobierno autonómico, donde ejerció como vicepresidente primero y consejero de Cultura, el ex matador de toros había consolidado una imagen institucional y moderada, con buena interlocución tanto con la dirección nacional como con el propio presidente autonómico del Partido Popular, Carlos Mazón. Esa cercanía, que algunos dentro del partido consideran excesiva, ha sido interpretada en Madrid como una garantía de estabilidad.

El nombramiento, por su parte, de José Luis Aguirre, exconsejero de Agricultura, como vicepresidente provincial confirma el giro estratégico. Aguirre, que había buscado reubicarse políticamente desde su salida del Ejecutivo valenciano, representa un perfil técnico y disciplinado, próximo a la estructura nacional. Su inclusión en el nuevo organigrama refuerza la idea de que el Comité Ejecutivo Nacional quiere controlar de cerca la evolución del partido en Valencia. El tándem Barrera–Aguirre encarna, según la lectura interna, la nueva hoja de ruta que Vox pretende desplegar en la Comunidad Valenciana: moderación táctica, jerarquía clara y preparación electoral.

Ocaso de Gil Lázaro

El ocaso de Gil Lázaro ha sido tan paulatino como inevitable. Su etapa al frente de la dirección provincial se vio lastrada por la acumulación de conflictos personales y por la falta de renovación en la organización. La convivencia entre distintas familias políticas derivó en un clima de enfrentamiento permanente. Las salidas de cargos locales y los escándalos propiciados por figuras elegidas por él, como el diputado nacional Carlos Flores o el exportavoz de Vox en Valencia, Juanma Badenas o su nula relación con el portavoz parlamentario José María Llanos reflejaron la erosión de su liderazgo. A ello se sumó el desgaste provocado por los casos que afectaron al grupo municipal por presuntas irregularidades en el Ayuntamiento de Valencia, donde las acusaciones cruzadas y las suspensiones temporales de militancia terminaron de fracturar la confianza interna.

En este contexto, la dirección nacional entendió que la continuidad de Gil Lázaro suponía un riesgo para la cohesión del partido. El propio diputado, que en el comunicado asegura haber «cumplido los objetivos de implantación y crecimiento», abandona el cargo con un balance agridulce: Vox amplió su presencia territorial, pero perdió parte del capital político acumulado en 2023. En la práctica, su salida ha sido interpretada como una decisión impuesta por el Comité de Acción Política y la vicesecretaría nacional de Organización, con el aval directo de Santiago Abascal, decidido a reordenar los liderazgos provinciales antes del próximo ciclo electoral.

La reorganización no está exenta de recelos. Parte de la militancia teme que la nueva dirección derive en una subordinación política al PP valenciano. Barrera, sin embargo, es percibido por la dirección nacional como un interlocutor solvente y un perfil capaz de recuperar la imagen pública de Vox tras meses de crisis en varios ayuntamientos. Su reto inmediato pasa por recomponer las estructuras locales, reactivar las coordinaciones comarcales y frenar la desafección de los afiliados. En la práctica, su liderazgo supone el fin del modelo de personalismos que había caracterizado a la etapa anterior.

Nuevo rostro para la alcaldía

El plan estratégico que se abre con su nombramiento incluye además la proyección de Barrera como rostro visible del partido en la capital. Fuentes de Vox consultadas dan por hecho que el exvicepresidente será el candidato a la alcaldía de Valencia en 2027, con el objetivo de consolidar una base urbana que complemente el voto del interior de la provincia. Su perfil público, vinculado al mundo cultural y taurino, y su tono más moderado podrían permitirle atraer a votantes conservadores desencantados con el PP y ampliar el espacio político del partido. Conviene recordar que Barrera ya fue en las listas municipales de número siete.

De manera paralela, Aguirre se perfila como figura de referencia en el ámbito autonómico, articulando el discurso económico y agrario de la formación en el parlamento valenciano.

El nuevo equilibrio interno deja a otros dirigentes como José María Llanos o Carlos Flores en un segundo plano y consolida el control de la dirección nacional sobre la estructura provincial. Vox busca así evitar la repetición de los episodios de indisciplina y filtraciones que habían convertido a Valencia en un foco permanente de conflictos. El mensaje desde Madrid es inequívoco: unidad, jerarquía y disciplina orgánica. La etapa de improvisaciones y enfrentamientos públicos ha terminado.

El relevo simboliza también un giro en la cultura política del partido. Frente a la lógica de confrontación interna que dominó los últimos años, el nuevo liderazgo aspira a introducir un modelo más pragmático, centrado en la gestión institucional y en la construcción de una alternativa estable al bipartidismo. La dirección nacional confía en que el prestigio institucional de Barrera y su relación con el entorno empresarial valenciano puedan servir para abrir nuevas alianzas y reforzar la presencia de Vox en los espacios de poder locales. En este sentido, su nombramiento representa tanto un cierre de etapa como un ensayo de cara al futuro: un Vox más disciplinado, más orgánico y más pendiente del calendario electoral que de las guerras internas.

El desafío será mayúsculo. La recomposición del partido en la provincia exige recuperar cuadros, recomponer agrupaciones y consolidar una narrativa capaz de conectar con los votantes urbanos sin renunciar a las bases rurales. Barrera hereda una estructura debilitada, pero también la oportunidad de redefinir el papel de Vox en el mapa político valenciano. Su éxito dependerá de si logra transformar la actual tregua interna en un proyecto cohesionado y competitivo. De momento, el relevo de Gil Lázaro ha despejado el camino y ha dado forma a la estrategia que Vox llevaba meses incubando: proyectar a Barrera como el rostro del nuevo ciclo político en Valencia.

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