Iñaki Arteta: «El nacionalismo es una secta que adormece con argumentos historicistas»
Iñaki Arteta: «Intento entender cómo ignoré tanto tiempo el horror de ETA»
El cineasta y fotógrafo Iñaki Arteta (Bilbao, 1959) ha dirigido más de una decena de documentales, la mayor parte de ellos sobre una cuestión que ha marcado su vida y la de varias generaciones de españoles: el terrorismo vasco. Criado en un ambiente nacionalista del que le costó salir, lleva más de veinte años dedicado a romper el silencio que todavía envuelve la sociedad vasca.
P: ¿Cómo te sientes estando a este lado de las cámaras?
R: Bueno, me he ido acostumbrando; empecé a hacer películas hace veinte años y no es mi lugar favorito, pero también me gusta hablar. Cuando hago de entrevistador para mis películas me gusta el contacto con la persona, conocerla mejor; entonces, cuando me hacen entrevistas procuro hacer lo mismo, que se me entienda y conozca.
P: A diferencia de otros documentalistas, tú dejas la respuesta al desnudo, tu voz no se escucha, te ocultas, ¿es una decisión estética o periodística?
R: Sí, es una decisión de estilo y de concepto. Lo que quiero es que a partir de las respuestas de las personas que entrevistamos, se entienda el contexto de un problema específico. Y me parece interesante la idea de que el creador esté en un segundo plano y la historia se quede en las manos y la voz del entrevistado.
P: En tu última película, Bajo el silencio, llevas esta técnica un paso más allá, porque hay una persona interpuesta, un entrevistador. Un joven periodista es quien lleva la voz cantante, aunque tu mirada está detrás. ¿Cuánto hay de ti en el entrevistador?
R: El concepto de esta película surge porque yo no quería hacer las preguntas. Podía manejar el contenido de las entrevistas, la documentación y suelo trabajar efectivamente con el protagonista. Pero una entrevista es un juego líquido, no sabes por dónde va a salir el entrevistado y menos en el tipo de personas que entrevistamos para Bajo el silencio: personas no públicas, la mayoría de ellas de las que no había referencias de cómo hablaban o qué carácter tenían. El entrevistador no es mi alter ego, pero sí maneja intereses míos, aunque tiene un campo muy abierto para repreguntar, para seguir el transcurso de la conversación por donde le llevan los entrevistados, y ha sido una experiencia muy interesante.
P: Utilizar el recurso del periodista seguramente te permite también acceder a ciertas personas que te conocen y saben por dónde van tus inquietudes. ¿Saben desde el primer momento que estás tú detrás de esa película?
R: Bueno, eso son detalles de la producción de los que no se puede hablar mucho. Yo no quería hacer las entrevistas por dos razones: me interesaba que fuera un chico joven, porque el trato con el entrevistado es distinto, sobre todo si son temas polémicos. Pensamos en un periodista joven, que además cuando empezó sabía muy poquito de la cosa vasca, que es muy compleja, y se iba a enfrentar a gente que había estado, digamos, en el otro lado: gente de ETA o personas vinculadas de alguna manera al terrorismo. Era tremendamente arriesgado, pero creo que salió muy bien. Por otro lado, estaba la cuestión de que a mí me conocen precisamente por el tipo de películas que hago, por lo que iba a tener muchas dificultades para entrevistarme con ciertas personas y para obtener permisos.
P: Las entrevistas que hace este joven periodista llegan a poner en una posición muy incómoda a varios de los entrevistados. Y lo hace con preguntas muy elementales, no es que esté preguntando sobre la vida privada de nadie, pero pone en guardia a ex miembros de ETA, a concejales de Bildu. Muestran incomodidad ante ideas que en privado defienden. ¿Por qué tienen tanta dificultad para reconocer: «sí, esas fotografías que hay en la plaza del pueblo del que yo soy alcaldesa o concejal son de presos de ETA?»
R: Bueno, creo que hay un componente psicológico importante, y además hay intereses políticos actuales. Ese componente psicológico no es ninguna broma porque estas personas han estado vinculadas al terrorismo hasta hace nada, y mentalmente siguen vinculadas. Luego tienen algo que ocultar, porque ellos pretenden que se les admita en la sociedad manteniendo su proyecto político y haciendo como que no sabían nada o que no estuvieron. Ese es el resumen de mi película, todos los entrevistados defienden que no hay responsables de lo que pasó. Y eso, claro, crea un problema de comunicación con solo preguntar. Hay dos personas a las que se pregunta «¿Usted cómo contaría esto a los jóvenes?» Una de ellas, persona conocida del mundo de la cultura, se quitó el micrófono; no sale en la película. La otra es un escritor que se queda en silencio dos minutos para luego decir que le incomoda la pregunta. Es tremendo. Yo creo que están escondiendo algo que saben que ahora no les conviene decir. No van a decir que han estado con ETA, pero tampoco van a decir que no lo están. Se trata en el fondo, de manera interesada, de confundir a los políticos y a la ciudadanía. De vivir agazapados durante un tiempo, a ver si se les da carta de naturaleza o nos olvidamos de lo que hicieron. Y ese es el agujerito, la fisura, por donde queríamos entrar en las entrevistas, ¿hasta qué punto esta gente controla este juego? Algunos son más caraduras y otros menos, no todos saben manejarlo igual de bien.
P: La reticencia que se ve en tus entrevistados hace pensar en algo en lo que insisten tus películas y también tu libro: la tolerancia y la corresponsabilidad social que hubo, más allá de los agentes individuales. Tu libro, Historia de un vasco, se estructura en base a unas cartas que un joven Iñaki Arteta escribe a un joven del presente para explicarle lo que ha sido la violencia de ETA. ¿Por qué sientes la necesidad de contar esto, que es algo que también se trata en tus películas? ¿Crees realmente que la memoria se está perdiendo?
R: Yo tengo la necesidad de explicarme parte de mi vida. Nací en 1959, y ese año también nació ETA. Desde que tengo uso de razón he vivido con eso y he vivido rodeado de mucha confusión y mucho silencio, que era complicidad. Hay un momento en que maduro y me hago cargo de las cosas que estoy viendo. También me ayudó mi trabajo como reportero gráfico, que me acercó a la realidad más cruda. Todo eso me llevó a darme cuenta de que no quería estar en ese lado. Llega un momento en que me pareció horrible estar en un grupo, digamos, nacionalista moderado (moderado por épocas) que tenía cercanías con la muerte, con el terrorismo. Necesité alejarme de aquello, y ese fue mi proceso. Y creo que durante toda mi vida he buscado entender cómo ignoré tanto tiempo aquello que vivimos tan de cerca. Y cómo lo soportó el resto de la sociedad, porque cuando miro a mi alrededor y veo a la gente que tengo cerca, mi familia, los vecinos, las personas que hacían política…el panorama es demoledor. Todo eso me llevó a hacer las películas, me llevó a empatizar con las víctimas y a identificarme con esas personas a las que les habían hecho el daño más brutal que se puede hacer y a las que no habíamos prestado atención. Yo no puedo estar entre los que no hacen caso a esas personas que sufren. Quizás ahí está la aspiración por hacer algo humanitario, social.
P: Te crías en un ambiente nacionalista, ese es el ecosistema en el que creces y precisamente por eso tu paso es tan difícil, porque tienes que arrancarte de tu propio entorno. Hay personas que votan al mismo partido toda la vida, simplemente porque les cuesta alejarse de su tribu. Y cuando además entra en escena el terror, el precio a pagar es seguramente más alto.
R: Sí, claro, yo lo veo como una tribu, una secta moderada, porque no drogaba a la gente, pero sí la adormecía con argumentos historicistas, supremacistas y victimistas. Además, dentro de esa tribu se está bien, porque en Euskadi ha gobernado el nacionalismo desde la democracia. Ha generado un clientelismo que ha llegado muy lejos, desde el que se controla todo, por ejemplo, quien se presentaba a una plaza de Ertzaintza. En los batzokis [local frecuentado por simpatizantes del PNV] solían poner los nombres de los que se iban a presentar a las plazas de la Ertzaintza, por si alguien tenía que algo que objetar. Ese control de la sociedad, para los que estaban dentro, estaba muy bien. Y yo podía haber seguido allí y estaría viviendo bastante bien, seguro. Pero uno va tomando decisiones complicadas y con el paso del tiempo, a raíz de las películas que he hecho, se me ha ido acercando gente de mi pueblo para decirme «Oye, estoy contigo, he visto lo que has hecho y es fantástico, no hay derecho a tal y cual». Es difícil escapar del mundo nacionalista, porque el nacionalismo es el nirvana: vives bien, todo el mundo te aprecia, vas a tener trabajo, vida cómoda. El problema es la gente que no ha podido expresar el no-nacionalismo, y que ha contemplado lo que ocurría con mucho horror. Los hemos encajado en esa parte de la sociedad que no hizo nada, pero han sufrido mucho. Hay mucha gente de esa, mucha gente que no se atrevió. ¿Es cobardía? No vamos a estar todos en la primera línea de batalla. Eso también es un drama; las personas que han sido profesores o periodistas, quienes en su trabajo no han podido abrir la boca para no crear un clima de incomodidad. Ese es el verdadero drama oculto de todo esto. Porque, efectivamente, no es que les fueran a matar; no tenían peligro de muerte, pero sí de que fueran aislados de esa tribu. Y eso era peligroso porque la gente tiene hijos, quiere seguir currando en lo mismo y el precio a pagar era muy alto.
P: ¿Cómo te das cuenta de que el entorno nacionalista era un caldo de cultivo de las peores emociones y con consecuencias fatales?
R: Pues la verdad es que tardé muchísimo, casi hasta los 30 años me dejé llevar por aquello. Y además, lo recuerdo con sentimiento de culpa, porque no sentí nada en 1980, cuando tenía 21 años, y mataron a 100 personas, secuestraron a cinco, había todas esas manifestaciones y ese ambiente ultra nacionalista y radical. Yo vivía allí, estaba estudiando la carrera, y no sentí el horror. Y así lo vivió mucha gente. Pero desde luego no fue un hecho en concreto, en mi caso fue un cúmulo de experiencias que, además, las viví solo, no las compartí con nadie, no intercambié opiniones con nadie. Por eso fue un proceso tan lento. Pero llegado el momento, no sólo quise apartarme de todo aquello, sino además hacer algo. Y es lo que me lleva a hacer las películas; es decir, ya no es que cruce un poco la raya, es que me pongo en el otro lado.
P: E hiciste esa película, 1980.
R: Cuando hago 1980 pensé: «madre mía, qué estaba haciendo aquí». Cómo pude estar en las fiestas del pueblo… Toda esa convivencia tan natural con el horror es algo inabarcable para mi.
P: En el prólogo de tu libro hay una apelación a ese sentimiento de culpabilidad. Tú reconoces que parte del motor de tu trabajo es esa culpabilidad de decir «estuve mirando hacia otro lado durante mucho tiempo».
R: Yo tenía que sacar todo lo que tenía en la cabeza porque era el momento. No puedes hacer un libro autobiográfico si no es doloroso. Y ha sido doloroso. Por ejemplo, hablar de mi familia es doloroso, inquietante, pero no puedes obviarlo, es un pilar de la formación. Y sentimiento de culpa… pues yo creo que sí y es difícil quitarlo. Yo he conocido a Teo Uriarte, que fue militante de ETA en sus comienzos, y al poco de estar tomando algo y charlando sale el tema de la sensación de tormento, en su caso más importante, por haber participado en eso. Y yo creo que los que hemos pasado por la vida como si no ocurriera nada, lo tenemos que llevar en algún sitio, y yo me lo voy quitando con el cine.
P: En el caso del País Vasco, y a diferencia de lo que ha sucedido en Cataluña, la historiografía ha sido bastante seria. Pienso en personas como Martin Alonso y en historiadores jóvenes como Gaizka Fernández Soldevilla. Quería preguntarte cómo ves esa esa labor académica de investigación, donde se desmienten tantos mitos y cómo valoras las contribuciones académicas y su relación con las contribuciones estéticas.
R: Todo eso es el panorama cultural que podemos legar a las siguientes generaciones, de la misma manera que nosotros nos hemos educado en los años noventa leyendo a Azurmendi, a Juaristi y Iñaki Ezkerra. Yo tenía esa inquietud y los libros de esta gente, que provenía de la izquierda, fueron mi alimento intelectual. Después los he conocido a todos y he podido indagar más sobre cómo generaron aquellos productos intelectuales tan interesantes. Ahora hay nuevos trabajos, nuevas miradas de historiadores jóvenes que están haciendo buenísimos trabajos. Y luego en el cine, pues es cierto que hasta el 2000 que salió mi primera película, pues las víctimas no existían. Pero esto también ha cambiado, como también ha cambiado la sociedad, desde aquellos años 2000 hasta ahora. Y creo que todo eso es el mosaico que tiene que haber para compensar el discurso oficial, de esa maquinaria de dinero y de publicaciones. La ETB busca tergiversar las cosas, fomentar el olvido y, sobre todo, la confusión. Y eso lleva al desistimiento. Es decir, «era un problema tan complejo que solo entienden los vascos». Los vascos se han esforzado porque fuera muy confuso para que fuera un problema controlado por ellos, porque es mucho lío. Pues no, no es mucho lío, esta gente ha matado por esto a toda esta gente y ha hecho este daño a la sociedad. ¿Es muy sencillo, no? Y no se debe matar por una idea, no se debe matar por una ideología.
P: Y ahora que mencionas el discurso oficial y la televisión pública, sé que no emitieron 1980. ¿Bajo el silencio ha tenido mejor suerte o tu relación con la televisión pública vasca sigue siendo, digamos, poco fluida?
R: Alguna película sí que nos han comprado. Pero de Bajo el silencio no han comprado los derechos. Pero lo que funciona también es el silencio sobre las cosas que se hacen, el ignorarlas. Por suerte, el periódico de más tirada allí, El correo, siempre está muy atento a todo lo que hago. Pero el resto no, para el resto de la sociedad no existo, no tengo currículum. Una vez en el Parlamento Vasco, un diputado, de Ciudadanos o del PP, hizo una pregunta a la directora de la televisión vasca sobre por qué no se emitían más mis películas. Y la directora de la televisión respondió, primero, que no sabía bien quién era yo, pero que había oído que mis películas eran un poco sesgadas. En ese ambiente se mueven mis películas allí.
P: Yo creo que también hay un perfil que es el ciudadano que está de acuerdo contigo, de acuerdo con el mensaje, que comparte el diagnóstico, pero que no quiere que se publicite más, que dice «vamos a seguir adelante». ¿Crees que eso tiene que ver, de nuevo, con la culpa colectiva o simplemente es difícil ir permanentemente contra el viento nacionalista?
R: Sí, efectivamente es muy difícil ir a contracorriente, es casi un apostolado. Muchas personas, entre las que me incluyo, han decidido ir por ese camino, pase lo que pase. Pero no se le puede exigir a todo el mundo. Ya no sé si es sentimiento de culpa, mezclado con la idea de «hace diez años que ETA no existe, para qué hablar de ello». Quieren olvidar ese episodio. También hay un sentimiento buenista de «así viviremos todos mejor, y nuestros hijos, que no han sabido nada, mejor que no sepan». Pero una sociedad más sana vendrá por el reconocimiento de lo que sucedió, como pasó en Alemania.
P: Los asesinatos provocado el máximo dolor. Pero también han eclipsado un terrorismo no mortal que ha marcado muchas vidas: corrientes de inmigración, silencios, angustia. Hasta hoy. En Bajo el silencio aparece un joven estudiante de la Universidad de Vitoria al que le dan una paliza porque quería formar una asociación constitucionalista, al modo de S’ha Acabat!. Por supuesto, desistió. ¿Qué podemos decirles las personas que dicen que acabado ETA, se acabó el problema?
R: Yo voy a Bilbao y sé que todos los que tienen más de treinta años tienen esto en la cabeza; lo que se hizo y lo que hicieron. Otra cosa es que no quieras hablar de ello, no quieras hacer el ejercicio personal de preguntarte cómo hicimos estas cosas o cómo las toleramos. Yo he hecho el ejercicio y me cuesta mucho aceptarlo, pero me quito el sentimiento de culpa. Pero hay gente para la que eso es retroceder mucho en la vida y es un trabajo muy costoso. ¿Qué haces con ese pasado? Ignorarlo, vivir tranquilamente, no hablar de ello, que vaya todo para adelante, que no me pregunten… pero eso lo tiene todo el mundo la cabeza y es un problema. Yo creo que los vascos vivimos en una sociedad que está traumatizada por algo horrible que ha pasado en su historia. Las pequeñas historias personales, cuando las juntas, dan un panorama tremendo de miedo, de frustración, de incomprensión, de vivir un delirio. El título de la película nos costó, pero al final lo resume muy bien: Bajo el silencio. Bajo ese silencio aparente -y conveniente también-hay una sociedad traumatizada. Vale, los chavales no se han enterado, pero todos los demás saben lo que han pasado. Al final, algo ocurrirá, es una cuestión generacional. Cuando muramos todos, las siguientes generaciones mirarán para atrás y como no son tontos, y hay periodistas, escritores, historiadores, que se toman el trabajo de reconstruir el pasado, y sin la implicación que tenemos todos ahora, pues se podrá dar una versión veraz y, sobre todo, profunda, de lo que sucedió. Hace poco Mikel Buesa escribía sobre el impacto del terrorismo, y no son sólo los mil asesinados, los quince mil heridos, las 150 mil personas que se fueron, sino también todos los familiares de todas las familias: los policías, los miles de escoltados que hubo durante tanto tiempo. Si sumas a todos verás que aproximadamente un cuarto de la población vasca ha estado cerca de este problema. Y eso, en una sociedad pequeña, es tremendo.
P: ¿Y cómo ves la posición de Bildu en este momento tanto en el País Vasco, donde podría llegar a gobernar?
R: Estoy intentando pensar alguna palabra que no sea indecente, pero no se me ocurre. Me parece indecente tolerar que haya un partido político con ese pasado, cuando no rehúye de él. Que encima implica en su organización a personas que han estado en el terrorismo, o lo han defendido políticamente. Todo eso me parece de otro mundo. Hasta que no presente un reconocimiento de lo que ha hecho y un proyecto político que se distancie de lo que les ha llevado a matar, no debería entrar en política. Pero esto se me ocurre a mi y a mucha gente, pero no a los partidos políticos, que han hecho casi lo contrario de lo que uno se pudiera imaginar, como en la peor pesadilla: vamos a admitirlo como si nada, sin que pasen ningún filtro, sin reconocimiento de nada. Incluso apoyan al Gobierno de este país. Si esto lo escribes hace quince años, desistimos todos los que estamos en primera línea.
P: ¿Eres optimista con el futuro del País Vasco?
R: Yo soy esperanzado, tengo la esperanza de que las cosas vayan a mejor, porque en mi vida lo practico; juego a hacer películas. Pero optimista, no, no hay nada que lo indique. No hay movimiento social, el constitucionalismo ha desaparecido en el País Vasco. ¿Dónde están los que salíamos a la calle a protestar contra el terrorismo cuando era peligroso?
P: ¿Cómo se explica que el constitucionalismo tuviera mejor salud cuando ETA mataba que cuando dejó de matar?
R: Los proyectos políticos de los partidos también cambian. Lo que sucedió les ha obligado a todos a tomar postura, no van a estar todo el día hablando de lo que pasó, vale, entiendo que políticamente hay que mirar para adelante. Pero también hay que mirar atrás, porque, claro, tenemos los restos sociológicos, políticos…siguen allí. Es imposible abstraerte, vivir en el país de las maravillas, empezar de cero. Es imposible en cualquier relación humana empezar de cero cuando ha pasado algo horrible. Yo creo que la gente que era más luchadora contra el terrorismo ha desistido, también porque es más mayor -han pasado veinte, treinta años-. Y la siguiente generación comprometida está esperando a ver si encuentra un proyecto político que no llega para el País Vasco, y es una pena.
P: ¿Tienes en mente algún otro proyecto próximamente, alguna otra película?
R: Sí, tenemos muchos proyectos. Ahora estamos terminando de rodar otro documental que vincula a las víctimas con los jóvenes. Tampoco hago yo las entrevistas, sino que hemos elegido a cinco chicos jóvenes que estudian periodismo para hacer una serie de entrevistas a unas víctimas que entrevistamos hace veinte años para otra una película mía. Y los cinco jóvenes no han conocido el terrorismo, ni han leído, ni lo han aprendido en el colegio, ni nada. El resultado de las entrevistas es muy interesante. Además, tengo una película de ficción que escribí hace unos años.
P: Bueno, Iñaki, y para terminar, ¿a quien te gustaría que invitáramos aquí a charlar?
R: A Kirmen Uribe, escritor al que entrevistamos para Bajo el silencio y creo que escondió muchas cosas. Pero quizás en una entrevista aquí se abra más.
– Historia de un vasco. Cartas contra el olvido (Espasa, 2021)
– Los documentales 1980 (2014) y Contra la impunidad (2016) están disponibles en la página de RTVE.
– Información sobre Bajo el silencio (2020) en https://www.bajoelsilencio.com/