El sentido común, ya no es común con Sánchez
El «estilo Sánchez» permite mentir en cualquier tema y a los pocos días no solo no excusarse, ni arrepentirse, sino que se diga todo lo contrario.
Muchas cosas han cambiado en la vida política española durante estos años de gobierno de Pedro Sánchez. Las más preocupantes han sido aquellas que han modificado los procesos mentales y políticos basados en la lógica y en el bien común. Por ejemplo, ha cambiado el sentido de culpabilidad ante las mentiras. El «estilo Sánchez» permite mentir en cualquier tema y a los pocos días no solo no excusarse, ni arrepentirse, sino que se diga todo lo contrario. Este estilo permite acusar a los rivales políticos de lo que no han dicho y sin embargo, apropiarse de lo que ellos sí han propuesto.
Ha cambiado el respeto al equilibrio e independencia de las instituciones. Y por supuesto, la búsqueda del consenso. Más que cambiado, ha sido criminalizada ideológicamente llegando a ser criticados los acuerdos de consenso conseguidos durante la Transición. No se busca la unidad ni el dialogo. No hay que ir muy lejos. En el propio partido socialista la estructura orgánica federal ha cambiado hasta degenerar en una maquinaria búlgara de aclamación y adoración del líder.
Pues todas estas transformaciones son minucias comparadas con el cambio sufrido por el significado del sentido común en la vida política española. Una expresión en la que ahora, ni sentido significa sentido, ni común significa común. Para Sánchez y sus acólitos, común solo significa el conjunto de personas, partidos o instituciones que coincidan con él. Da igual que la mayoría o una inmensa minoría, piensen lo contrario, el sentido común de la política de Sánchez es simple y únicamente el sentido de Sánchez.
Lo más peligroso es la relajación moral que deriva de su forma de gobernar. Se puede rechazar y luego apropiar. Y no distingue entre socios de gobierno y opositores. Ejemplos los hay a puñados. Los últimos, la rebaja del IVA del gas el 21% al 5% propuesta por Feijoó en abril, o el impuesto a las grandes fortunas propuesto por Unidas Podemos en junio. Ambas fueron rechazadas e incluso ridiculizadas y en poco tiempo, eran ideas geniales procedentes del gobierno.
Las decisiones a las que nos lleva este sentido común de Sánchez crean nuevas realidades difíciles de explicar y de comprender incluso desde la lógica. Ni en la más fantasiosa serie sobre distopías se comprendería que en un país democrático, donde supuestamente existe el estado de derecho, como España haya ciudadanos que se manifiestan para que el gobierno cumpla la ley. El sentido común nos avisaría de que ese gobierno debería defenderse, rectificar o explicarlo, pero nadie esperaría que lo único que hiciera fuera lo contrario: atacar y acusar a los que se lo critican por intentar crear diferencias entre los españoles. El asombro seguiría creciendo cuando supieran que esos ciudadanos insultados lo que piden es algo tan imposible, inaudito y fascista, como que sus hijos puedan estudiar y hablar en los colegios, institutos y universidades en la lengua oficial de España. Algo tan estrafalario como poder estudiar en español, en una de las dos lenguas oficiales en Cataluña.
Dice la responsable de Educación y Formación Profesional, la cada vez más sorprendente y agresiva, Pilar Alegría, que la culpa es de los que se manifiestan porque pretenden volver a la Cataluña del 2017 con el único objetivo de arengar la división y el enfrentamiento. La entusiasta ministra Alegría se refugia en la paralización de la sentencia establecida por el propio Tribunal Superior de Justicia de Cataluña que ha elevado una cuestión de constitucionalidad al Tribunal Constitucional». Así lleva meses. Sin hacer nada, pero a la vez permitiendo de hecho que la Generalitat, que sí que actúa, inste, obligue y amenace a todos los colegios para que no cumplan el 25%, con un acuerdo supuestamente legal del Parlament. Para Alegría los malos son los que piden que se cumpla la ley. Puro sentido común sanchista: no se mira y no se actúa, que puede costar votos en el Congreso.
El «estilo Sánchez» de abducciones de ideas ajenas, incluye también la asimilación que hace de las posturas de los socios independentistas. El sentido común nos dice que, si las comunidades autónomas tienen la capacidad constitucional de legislar sobre una pequeña parte de la política fiscal, ellas tienen, por tanto, la libertad para determinar sus medidas. Pero eso, con la lógica ‘sancheriana’ no sirve.
El gobierno en pleno lleva días atacando con extrema dureza a los presidentes populares de Madrid, Andalucía o Murcia por sus rebajas fiscales en el tramo que ellos controlan. Un tono agresivo que se transforma en respetuoso cuando la propuesta de rebajar el IRPF en el País Vasco procede del lehendakari, Iñigo Urkullu. Es decir, de un gobierno vasco que lidera el PNV, socio de Sánchez , y, ¡oh, sorpresa!, el propio partido socialista vasco. Pues bien, en este caso Sánchez contesta expresando su respeto por el reparto competencial, en referencia a la autonomía fiscal de Navarra y País Vasco. Todo muy lógico. A los que tienen privilegios fiscales forales medievales, Sánchez, les respeta lo que hagan. A las comunidades que solo pueden gestionar un tramo, se les critica lo que hacen a pesar de que lo llevaran incluido en sus programas electorales, tanto Díaz Ayuso como Moreno y que los dos consiguieran mayorías absolutas con esos programas.
Todo da igual. No se puede decir centralización porque sus socios nacionalistas y de gobierno no lo permite. Por eso inventan el concepto de armonización fiscal, pero de sentido único. Traducido: que ninguna comunidad baje los impuestos (excepto el País Vasco) para que otras comunidades puedan seguir subiendo los impuestos. Da igual que sean para cosas tan armónicas y de sentido común como, por ejemplo, pagar embajadas nacionalistas en el extranjero, o residencias y cortes de prófugos de la justicia.
Pero todo tiene su tiempo. En ocho meses hay elecciones autonómicas y municipales. Y los sinsentidos se pagan en las urnas. En estos años el presidente Sánchez ha dormido bien por las noches. Pocos remordimientos. Más bien ninguno. Él vive en otra realidad. Se mira en los espejos del Palacio de la Moncloa y se gusta. Hasta se encarga documentales panegíricos y como si fuera Michael Jordan fumándose un puro, intenta enseñarnos lo bien que gobierna. Un documental que va destinado a cuando entremos en plena batalla electoral. Un documental, que pagamos todos los españoles con dinero público. Un documental, que por cierto, nadie quiere emitir. Un documental que es un sinsentido. Pero ahora en la vida política pocas cosas tienen ya sentido común.