Trump se siente fuerte, pero ya tiene relevo
«Resulta cuando menos bastante controvertido que dos ancianos políticos se planteen el deseo de continuar aspirando a la presidencia de EEUU»
Tal vez nunca se marchó pese a su derrota en noviembre de 2020 a manos del demócrata Joe Biden. Poco le han importado los resultados de las elecciones legislativas de medio mandato de ayer en Estados Unidos. Lo que algunas encuestas vaticinaban un triunfo aplastante republicano en las dos cámaras parece que no será tal. Sin embargo, Donald Trump gritó victoria personal para aquellos candidatos a los que apoyaba y denunció las presuntas irregularidades cometidas en algunos colegios electorales como en Arizona. «Protesten, protesten», afirmaba en las apariciones que tuvo a lo largo de la noche. El ex presidente había adelantado un día antes en Dayton (Ohio) -un Estado clave donde se impuso J.D. Vance un simpatizante suyo para un puesto en el Senado- que la semana próxima, el miércoles día 15, anunciará desde su mansión en Mar-a-Lago (Florida) una «agradable» noticia «muy importante». Se presume que será entonces cuando manifieste su intención de presentarse a las elecciones presidenciales de 2024, cuando habrá cumplido 78 años. Claro que el presidente Biden, que ha declarado su deseo de ir a la reelección, tendrá para entonces 82.
Un sondeo anoche de la CNN indicaba que sólo un 37% de encuestados tiene una opinión favorable de Trump después de sus cuatro años de mandato y sobre todo tras el asalto al Capitolio el 6 de enero del año pasado por un nutrido grupo de sus seguidores denunciando que las elecciones fueron fraudulentas. La Cámara de Representantes investiga en estos momentos la presunta responsabilidad del ex mandatario. En principio, la comisión investigadora ha dado luz verde para que Trump sea interrogado antes del comienzo de la nueva legislatura en enero próximo. Sin embargo, con los resultados de anoche aún inciertos y la probabilidad de que la Cámara Baja caiga en manos de los republicanos todo queda muy en el aire. Además, Trump puede acogerse al derecho de no declarar. Entretanto, el Departamento de Justicia tiene que pronunciarse antes de fin de año si el ex presidente violó la ley de espionaje tras llevarse abundante material clasificado cuando dejó la Casa Blanca en enero de 2021.
No es casual que Trump haya querido adelantar la posibilidad de presentarse de nuevo a la carrera presidencial en vista de los nuevos problemas que se le avecinan, tanto judiciales como políticos de aquí a enero. El anuncio de su candidatura podría dejar en suspenso esos problemas. Él se siente respaldado por una gran mayoría de compatriotas. Más de 74 millones le dieron el voto en 2020. Su rival Biden consiguió 81,2 millones, todo un récord histórico. Ayer, más del 60% de los candidatos republicanos que aspiraban a un escaño en el Senado o en la Cámara de Representantes hacían suya la denuncia de Trump que hubo fraude en las presidenciales de hace dos años a pesar de que el entonces vicepresidente Mike Pence admitió la derrota lo que le valió la etiqueta de traidor. De nada sirvió el rápido impeachment. El procesamiento parlamentario de Trump no fue suficientemente respaldado.
Las elecciones de ayer, como era previsible, confirmaron la grave polarización de la sociedad estadounidense, prácticamente fragmentada en dos. El Partido Demócrata señalaba que lo que está en juego actualmente es nada menos que la supervivencia de la democracia en tanto que el Partido Republicano, con Trump al frente, denunciaba un ataque de los rivales a la cultura e identidad propia de la ciudadanía. The New York Times escribía esta madrugada que «EEUU, país al que hasta ahora se veía como un modelo de democracia despierta gran preocupación en el resto del mundo». En realidad, la primera potencial mundial arrastra esa división desde los setenta tras la guerra de Vietnam y la dimisión del presidente Richard Nixon.
El país se ha hecho tribal y en ello han sido gran parte responsables sus políticos, bien sea de un signo o de otro, que azuzan al ciudadano con cuestiones en beneficio propio. Los temas que estaban en juego ayer, y que continuarán estando al menos hasta 2024 son la defensa de la democracia, la supuesta superioridad moral del Partido Demócrata de la que le acusa el Partido Republicano y la guerra cultural. Además, naturalmente, la inflación, situada en estos momentos en un 8,2%, la inmigración -los republicanos censuran a la Casa Blanca de haber abierto la mano a la entrada de inmigrantes ilegales-, el aumento de la criminalidad, el descontrol en el uso de las armas de fuego y últimamente el aborto, tras la controvertida decisión el pasado junio del Tribunal Supremo de no reconocerlo como un derecho constitucional. Debe ser ahora la autoridad judicial de cada Estado quien decida en su propio territorio. Nada se ha hablado del cambio climático y muy por encima de la guerra de Ucrania.
El semanario británico The Economist se hacía eco este verano de los datos alarmantes de una encuesta de la empresa YouGov según la cual el 43% de los ciudadanos estadounidenses creía probable que el país desemboque en una guerra civil en los próximos diez años. Ese porcentaje crecía hasta el 55% entre individuos que se reconocían fuertemente republicanos. Indudablemente, no se trataría de una guerra al uso como la de secesión pero sí en enfrentamientos como focos de conflicto racial y social en general muy violentos. En realidad, la violencia, la sospecha y el odio al otro están ya arraigadas en la primera potencia mundial. Sirvan de ejemplo agresiones tan recientes como la del anciano esposo de Nancy Pelosi, del Partido Demócrata, presidenta de la Cámara de Representantes, al que un simpatizante de Trump asaltó en su casa de San Francisco hace unos días y le golpeó con un martillo causándole una fractura craneal. El objetivo no era él, sino su esposa, que se encontraba ese día en Washington haciendo campaña. Pelosi, que tiene 82 años, confesó ayer que se está planteando seriamente su retirada política.
Resulta cuando menos bastante controvertido que dos ancianos políticos se planteen el deseo de continuar aspirando a la presidencia de la nación más poderosa del mundo. Biden ha dado algunas muestras de senilidad durante sus dos primeros años de mandato, si bien nadie le discute su firme respuesta contra la agresión de Putin en Ucrania, su compromiso en la lucha contra el cambio climático y algunos temas de política social, truncados ahora por la inflación y la subida de los precios de los carburantes y alimentos. La inflación está ahora por encima del 8%, la Reserva Federal ha subido varias veces los tipos de interés hasta el 3,75 anual lo que está encareciendo las hipotecas, pero el desempleo se mantiene en apenas un 3%. Su índice de popularidad, muy alto cuando llegó a la Casa Blanca, ha bajado a un 42%. Pero el de Trump a mitad de mandato era inferior. La intención de Biden es presentarse a la reelección a pesar de que algunos dirigentes de su partido verían con buenos ojos su retirada y que la vicepresidenta Kamala Harris, hasta ahora inadvertida, diera el salto. La senadora californiana tendrá 60 años en 2024. Otro posible aspirante de mayor peso intelectual podría ser el actual secretario de Transportes, Pete Buttigieg, de origen maltés y ex alcalde de un municipio de Indiana, formado en Harvard, de 40 años, aunque habría que ver si su homosexualidad despertaría rechazo entre votantes conservadores.
Todo presagia que en el lado republicano Trump volverá a la carrera hacia la Casa Blanca enarbolando la bandera de su conflictivo movimiento MAGA (Make American Great Again). El único que podría rivalizar contra él sería Ron de Santis, que con 44 años ha sido reelegido ampliamente gobernador de Florida. Nada ha dicho hasta ahora de sus aspiraciones, pero Trump afirma que los simpatizantes de MAGA no lo apoyarían si decide presentarse. Algunos políticos republicanos consideran que tal vez ha llegado el momento de que Trump pase el relevo a políticos mucho más jóvenes. Aunque eso hoy por hoy resulta impensable. El magnate, que algunos analistas definen como un mentiroso patológico, no oculta su instinto autoritario y cree que EEUU necesita un líder firme como él. Su filosofía es la de que los líderes fuertes tienen a veces que incumplir las leyes para hacer las cosas. «Con debilidad nunca recuperaréis vuestro país. Tenéis que demostrar fuerza», les instó a quienes poco después se dirigieron al asalto del Capitolio en enero de 2021.