El PNV homenajea de nuevo a Sabino Arana: estas son sus ideas más polémicas
El fundador de la formación nacionalista reconoció abiertamente su odio a España
En un mitin celebrado en los jardines Albia de Bilbao el pasado sábado, el Partido Nacionalista Vasco (PNV) ha celebrado sus 128 años de historia sobre la simbólica estatua de Sabino Arana, su fundador. Allí han estado presentes figuras como Andoni Ortuzar o Iñigo Urkullu, que, ante el cada vez más probable sorpasso de Bildu, han transmitido calma: «Hemos vivido situaciones más complejas que esta, y de todas hemos salido bien y fortalecidos».
Consideran que los jóvenes deben tener un papel «trascendental» a la hora de afrontar cambios sociales «en la nación vasca»: «Os corresponde ahora a vosotros empoderaros en ese trabajo, Euskadi os necesita más que nunca». Además, han puesto un ejemplo político de cómo cambian los acontecimientos y percepciones en la sociedad: «Pasamos de ser poco menos que prescindibles a copar todas las portadas por nuestro no a Feijóo». Este mismo lunes han compartido una imagen del acto además de una ikurriña, un eslogan y otra del fundador de la formación.
Pero no todos conocen el polémico pasado de Sabino Arana Goiri. Las misivas y documentos que el fundador del PNV dejó escritos revelan que no fue una figura «antirracista» a favor de los derechos de las mujeres. Las citas escogidas provienen de algunos periódicos, revistas y libros en los que difundió su ideario, como Bizkaitarra, Baserritarra o La Patria. Así lo revelan autores como José Luis de la Granja Sainz en libros como Ángel o demonio.
Odio a España
«El bizkaino es de andar apuesto y varonil; el español o no sabe andar, o si es apuesto, es tipo femenino». Así se refería a los andares españoles, señalando que sólo las mujeres son capaces de transmitir cierto atractivo y elegancia a la hora de caminar. También fue el fundador del concepto «maketo», adjetivo despectivo que se aplicó a los españoles que emigraban al País Vasco para trabajar. Años después el independentismo catalán heredó ese señalamiento y convirtió el concepto en «charnego»: «Es preciso aislarnos de los maketos. De otro modo, aquí en esta tierra que pisamos, no es posible trabajar por la gloria de Dios», afirmó Arana.
La defensa del catolicismo siempre fue una de sus prioridades, y la llegada del liberalismo a España marcó para él un antes y un después: «purifiquemos nuestras costumbres, antes tan sanas y ejemplares, hoy tan infestadas y a punto de corromperse por la influencia de los venidos de fuera», comentaba en refererencia a un país «irreligioso e inmoral».
Incluso llegó a reconocer abiertamente su odio a España, algo que sólo podían revertir «frenando la opresión a la patria vasca con las cadenas de la esclavitud». Y ya entonces criticaba la «propaganda» del Estado para «falsear la historia de Bizkaia: «Venden un relato adulterado y españolizado para servirse de él en provecho de algún partido español».
Eso sí, a la hora de valorar la reconquista contra los árabes, elogió al pueblo español: «Cuando regó su suelo con sangre musulmana para expulsarlo, obro con caridad. Pues el nacionalismo bizkaino se funda en la misma caridad». Y es que su radicalismo quedó claro cuando afirmó que daría «cien vidas, cien padres, cien madres, cien hermanos, cien esposas y cien hijos» si de eso dependiese la salvación de «su patria».
Machista
Arana se casó con Nicolasa Achica-Allende, mujer aldeana pobre e iletrada, y jamás ocultó su sentimiento de superioridad respecto al sexo femenino. En una carta enviada a un amigo escribió una de las citas más machistas de la historia política reciente en España: «La mujer es vana, es superficial, es egoísta, tiene en sumo grado todas las debilidades propias de la naturaleza humana. Es inferior al hombre en cabeza y en corazón. ¿Qué sería de la mujer si el hombre no la amara? Bestia de carga, e instrumento de su bestial pasión: nada más».
De hecho, un cumplido para su mujer era escuchar frases como «nunca me enamoras más que cuando veo que cumples tu deber a costa de algún sacrificio», aceptando que ese amor jamás se acercaría al que sentía por Euskadi. Para él, Achica-Allende debía aceptar que sólo debía cumplir sus órdenes y las de Dios: «Uno de tus deberes es estar sumisa a mis mandatos y obedecerme en todo lo que no vaya contra Dios».
«El elegido»
Su temprana muerte a los 38 años ayudó a que algunos de sus seguidores lo encumbraran como «santo» o incluso el «Jesús vasco». Y es que sus escritos revelan que él mismo se comparó Jesucristo, ya que estaba convencido de que había venido al mundo «destinado por Dios» para «salvar al pueblo vasco» política y religiosamente.