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Política

Caos, plantes e indiferencia en el estreno de los pinganillos en el Congreso de los Diputados

Vox abandona el hemiciclo y el PSOE apenas usa los auriculares en el primer pleno con catalán, gallego y euskera

Caos, plantes e indiferencia en el estreno de los pinganillos en el Congreso de los Diputados

Varios diputados se colocan el auricular de traducción durante el primer pleno del Congreso de la XV Legislatura. | EFE

Cuenta el Génesis que Yahvé, alertado por la construcción de una enorme torre con la que los hombres pretendían asaltar los cielos, decidió dividir las lenguas para que a los descendientes de Caín les fuese imposible entenderse y trabajar juntos. Desde entonces, la variedad lingüística se ha entendido como un castigo divino, como un fastidio para viajeros, comerciantes y estudiosos. No así para la «mayoría progresista» del Congreso de los Diputados. Los representantes de los españoles, que se entienden gracias a la segunda lengua más hablada del mundo, inauguraron este martes la legislatura de los pinganillos y las pantallas con traducción simultánea a cargo del contribuyente.

Una dulce voz femenina acompañó a los periodistas -al menos a aquellos que no se quedaron sin pilas- que siguieron el pleno desde la tribuna con auriculares. Pocos diputados, por otro lado, hicieron uso del dispositivo que los ujieres dejaron sobre sus escaños. A ojo, uno diría que ni el 20% del Hemiciclo. Quizá no lo suficiente para justificar que la Cámara Baja gaste 280.000 euros anuales en esta iniciativa.

El dispositivo ofrece un sólo canal de escucha, así que la traducción es unidireccional. Siempre se traduce al castellano, independientemente de la lengua, de modo que un diputado de Junts escucha el castellano cuando uno de Bildu habla en euskera. Toda una paradoja que Gabriel Rufián justificó ante el arribafirmante arguyendo que «la Casa Real nos cuesta ocho millones al año».

Vox abandona el Congreso

Vox no quiso participar del «circo». «Nos vamos», arengó Santiago Abascal a los suyos después de que Francina Armengol rechazara otorgar el turno de palabra a Pepa Millán. Al marcharse, depositaron sus pinganillos en el escaño vacío del presidente del Gobierno. Lo hicieron porque, según Abascal, «millones de españoles querían que hoy arrojáramos a Sánchez su artefacto de odio y división».

Tuvo que subir la proetarra Mertxe Azipurua (EH Bildu) a la tribuna para que algunos socialistas desempolvaran su costoso aparato. Quienes lo hicieron pudieron escuchar, así, una diatriba vascuence contra la justicia española. En Sumar había más interés por seguir la alocución abertzale, pero no excesiva devoción. Íñigo Errejón, uno de los más fervientes defensores de esta medida, contemplaba el dispositivo móvil ajeno a las reivindicaciones de Aizpurua, que pidió menos «simbolismo» y más «euskaldunizar las instituciones», dando la razón en el proceso a quienes sostienen que el nacionalismo es insaciable.

Algo así vino a vino a exigir el portavoz del PNV, Joseba Andoni Agirretxea. Algo así, digo, porque para entonces apenas quedaba un puñado de oyentes con los auriculares puestos. Si acaso dos o tres periodistas. Durante la intervención del jeltzale, volvieron algunos representantes de Vox a sus escaños. Unos pocos. Pero por poco tiempo, ya que volvieron a abandonar por la puerta de atrás cuando Borja Sémper, irónicamente, utilizó el euskera en su alocución. «No se vayan, yo quiero que debatan», procuró en balde el portavoz popular.

Sémper recordó que «ninguna nación europea ha desarrollado un nivel de protección superior a España en términos de respeto y promoción a su propia diversidad lingüística», y usó el euskera precisamente para demostrarlo. «La diversidad no es un problema, es nuestro patrimonio, y a mí me enriquece», prosiguió, y zanjó: «Es absurdo despreciar la existencia de una lengua común, que es lo que hacen ustedes con la modificación del reglamento propuesto».

Llegó entonces el turno de réplica, y los grupos minoritarios cargaron contra Alberto Núñez Feijóo, Isabel Díaz Ayuso y Santiago Abascal. Entre ataques a la oposición, se agotó el primer debate con pinganillos celebrado en el Congreso de los Diputados, a pesar de que todavía no se ha aprobado el reglamento que así lo permite. En dos horas y media no se habló del precio del aceite, del precio de los combustibles, ni de la inflación. Ni en catalán, ni en gallego ni en euskera.

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