THE OBJECTIVE
El zapador

Golpe a la democracia. Camino a la dictadura

El comportamiento mezquino y sectario del PSOE pone al partido por encima de los ciudadanos

Golpe a la democracia. Camino a la dictadura

Ilustración de Javier Rubio.

Como señalaba Diego S. Garrocho en Twitter (X) no ha sido necesario que llegue al poder un partido de ultraderecha para presenciar cómo se vulneran nuestros derechos fundamentales. La sacrosanta igualdad ante la ley, que debe ser aplicada por igual a todos y cada uno de los ciudadanos sin distinción, así como el principio esencial de la separación de poderes, se ven hoy seriamente comprometidos y, efectivamente, menoscabados a través del acuerdo alcanzado entre el PSOE y Esquerra Republicana de Catalunya (ERC). Proclaman con orgullo que «avanzamos» con cada paso que dan, pero lo verdaderamente alarmante y que despierta un profundo temor es la dirección incierta y potencialmente perjudicial para la democracia hacia la cual podríamos estar dirigiéndonos con estas acciones. La Constitución de 1978 es la ley suprema del ordenamiento jurídico español y Pedro Sánchez y sus Pumpidos están dispuestos a pisotearla con sus múltiples cesiones al separatismo, sellando la infamia con un sonoro aplauso de pedrettes y palmeros de pelaje variado. 

Lo que se empieza a entrever, con una mezcla de fundada sospecha y pánico creciente, es la posibilidad de que una figura política como Sánchez, con un déficit notable de escrúpulos, que parece estar dispuesto a cruzar cualquier línea y a adoptar cualquier medida con tal de aferrarse al mando, podría tener la intención de nunca soltar las riendas del poder. Esta actitud, peligrosamente similar a la de otros líderes hispanoamericanos que han minado los principios de las democracias liberales occidentales, sugiere que podría buscar prolongar su estancia en Moncloa tanto como sea posible, empleando las estrategias que suelen caracterizar a los tiranos más hábiles, aquellos que conocen muy bien el arte de enquistarse en el poder y de manipular el sistema a su antojo y beneficio.

En el bestseller Cómo mueren las democracias de los profesores de la Universidad de Harvard Steven Levitsky y Daniel Ziblatt encontramos algunas claves que invitan a la reflexión: «Las instituciones por sí solas no bastan para poner freno a los autócratas electos. Hay que defender la Constitución, y esa defensa no sólo deben realizarla los partidos políticos y la ciudadanía organizada, sino que también debe hacerse mediante normas democráticas. Sin unas normas sólidas, los mecanismos de control y equilibrio no funcionan como los baluartes de la democracia que suponemos que son. Las instituciones se convierten en armas políticas, esgrimidas enérgicamente por quienes las controlan en contra de quienes no lo hacen.

«Podríamos acabar transitando ‘de la ley a la ley’ de una democracia a una dictadura sanchista de corte despótico»

Y así es como los autócratas electos subvierten la democracia, llenando de personas afines e «instrumentalizando» los tribunales y otros organismos neutrales, sobornando a los medios de comunicación y al sector privado (u hostigándolos a guardar silencio) y reescribiendo las reglas de la política para inclinar el terreno de juego en contra del adversario. La paradoja trágica de la senda electoral hacia el autoritarismo es que los asesinos de la democracia utilizan las propias instituciones de la democracia de manera gradual, sutil e incluso legal para liquidarla».

La retórica de los socialistas parece empeñada en desafiar nuestro entendimiento hasta el extremo de pedirnos que aceptemos lo inaceptable. Quieren hacernos comulgar con ruedas de molino y muchos lo están haciendo gustosamente. Según el relato que dicta Moncloa, se ha llegado a un punto en el que los valores fundamentales de la Constitución, el Estado de derecho y el principio de igualdad ante la ley, pilares indiscutibles de cualquier sociedad democrática, son trivializados como si fueran meras obsesiones de mentes fanáticas. Este comportamiento mezquino y sectario pone al partido por encima de los ciudadanos. Dan a entender que en democracia solo cabe que gobierne la izquierda, a cualquier precio, mientras asistimos al bochorno de comprobar cómo los militantes defienden al partido haga lo que haga, y lo seguirán defendiendo, sin dar ninguna importancia a los acuerdos de la vergüenza, sin hacer saltar las alarmas. Ahora ya vale lo que hace pocos meses era un ultraje que atentaba contra la dignidad de todos aquellos a quienes el socialismo representaba. Todo ha cambiado por el superior interés del líder supremo.

Así mueren las democracias y el escenario que nos ocupa no invita al optimismo, pues al igual que señalan Levitsky y Ziblatt en su libro, también observamos cómo ciertos sectores de la esfera mediática —tertulianos, todólogos y periodistas comprados por el régimen— han abandonado su esencial deber de objetividad y crítica, y no sólo pasan por alto la traición, sino que además aplauden cada acto de ignominia política transformándolo en un espectáculo digno de elogio, tratando los «cambios de opinión» del inquilino monclovita —que alguien sensato podría calificar como «renuncias flagrantes a la palabra dada»— como si fueran maniobras maestras de estrategia política. Este tipo de complicidad no es meramente pasiva, sino que se convierte en un pilar activo de la erosión de la calidad democrática, creando un caldo de cultivo que sentaría unos cimientos, algo endebles —todo hay que decirlo—, para la instauración de una autocracia populista en el sur de Europa. «De la ley a la ley» pasamos de una dictadura a una democracia. Ahora la ley es lo que diga Sánchez, es decir, Sánchez es la ley, por lo que podríamos acabar transitando «de la ley a la ley» de una democracia a una dictadura sanchista de corte despótico. Los más optimistas todavía confiamos en que llegue un cisne negro que nos saque de este atolladero.

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