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Viento nuevo

Otegi: la burra es suya

«Todos subestiman a Otegi mientras no se atreven a pasear sin escolta por Éibar, Zarauz o Lasarte»

El coordinador general de EH Bildu, Arnaldo Otegi, durante la noche electoral. | Europa Press

Ni dos días han transcurrido desde el triunfo galáctico de Pello Otxandiano y ya está, en el cuarto de los ratones, jugando con el muñequito Batman y Joker, con el diabólico Chucky y Spiderman, hombre araña por los tejados de Bilbo. Desparrama Ortuzar la papada abacial, dejándole a Pradales un pico de la mesa en sus negociaciones con PSE, y Otegi manda al niño a jugar un rato, porque ya es hora de coger las riendas del burro. German Sánchez Ruipérez, cuando montó El Sol, daba una hostia sobre la mesa de cada consejo de administración y gritaba: «La burra es mía». Intentaron que pasara a caballo, en la mera dicción, pero fue imposible, porque la burra era suya, ciertamente, y no era un caballo.

Otegi, ardiente entre las sombras hasta la fecha, invisible por los callejones de la sospecha, a su aire, a su bola, vuelve a lo grande y marca el paso, mientras enseña el colmillo retorcido y con forma de bala. Lo dice muy clarito: «Soberanía e izquierda». Izquierda de la suya, claro, la abertzale, mientras amenaza con los vascos de la diáspora, los vascos en el exilio y extranjero, cuyos votos pueden cortarle la risa de pelícano, muy de bolsa bajo la barbilla y pocos dientes, a Ortuzar. También refiere a los suyos, claro está, los vascos que se fueron a hacer pasta fuera, no a los amenazados por ETA, no a quienes tuvieron que enterrar a familiares directos, no a los expulsados por la fuerza. Arañar un escaño es lo de menos, lo principal es ir marcando con la tiza las lindes del asunto sobre la hierba larga y corta. Los pactos entre Andueza (PSE) y Pradales (PNV) se la traen muy floja, lo que cuenta es presumir de la victoria histórica de Bildu, darle la vuelta a cuarenta años de autonomía vasca, vendiendo lo que siempre quiso, al PNV como nacional y derechona vieja. 

Otxandiano, cuando se cansa con los muñecos, empieza con los botones, y las pantallitas le ponen los ojos como dos huevos fritos. Otegi sigue en sus libretas con mucho bolígrafo bic de carnicero: la suma por la izquierda, la suma abertzale, no es ningún cuento, porque la burra es suya. Así el gobierno que resta es el de Ortuzar, entre los jesuitas revoloteando, Deusto muy a la Olivetti, y el nuevo con cara de nuevo que todavía no conocen a la hora de los potes y los pintxos. Lo explica en secuencia arquitectónica y visual: «Hacer un gobierno es edificar una casa. Y edificar una casa nunca es al ciento por ciento del gusto de nadie. Pero hay hacerlo sobre un terreno común o consensuado». El suyo, donde el PNV debe doblar la rodilla y el PSE aplaudir con las orejas, mientras él echa el humo de la paz por la boca oscura. Tras unos txakolís el discurso cambia: «Dos de cada tres municipios vascos son ya de Bildu. En 150 localidades gana Bildu. Un 52% más de votantes, con respecto a cuatro atrás, tiene Bildu. Los socialistas no son primeros en ninguna parte, ni en Ermua siquiera, donde se inventaron el primer foro». La burra es suya. El 63% de las localidades vascas levantan la bandera de Bildu. La formación, dice, tiene 66 ayuntamientos más que el PNV. 

Queremos votar a los malosQueremos votar a los malos

Sigue el cuento rural, porque la novela pastoril es más popular y entra por los oídos, sin papeles. Bildu tiene mucha más fuerza electoral que Batasuna: triunfa en todos los pueblos por mayoría aplastante, y el vasco histórico siempre ha estado más cercano a un árbol que a una farola. En el País Vasco viven 2,2 millones de personas y la mayoría lo hacen en municipios menores de cincuenta mil habitantes, más de la mitad con la bandera de Bildu (el 60%). El triunfo del Bildu rural, no urbano, le lleva a 341.735 votos de pueblo, sí, que son 29.000 menos que el PNV, aunque Otegi eso no lo quiere reconocer. En los pueblos menores a mil habitantes, todos son de Bildu, y algunos árboles iluminan mucho más la noche peligrosa que todas las farolas juntas de Bilbo y los extranjeros, guiris y rusos, del Guggenheim hortera con perrito lulú a la entrada. El órdago mayor de la baraja es el mantra de Otegui como un oleaje por encima de todos los tejados, rurales y urbanos: «55 de los 75 diputados del Parlamento Vasco decimos que Euskadi es una nación que quiere decidir». Otegi es mucho más que el coordinador general de EH Bildu: la burra es suya y nadie montará en ella mientras el ronzal esté bien sujeto entre sus dedos fríos y tranquilos.

Pello juega a los marcianitos, Andueza y Ortuzar cambian cromos, con Pradales en el pico de la mesa y de la silla, sin miedo a caerse. Todos subestiman a Otegi mientras no se atreven a pasear sin escolta por Éibar, Zarauz o Lasarte. El gobierno de la suma abertzale, frente al de la resta centralista o peneuvista o «ezpañola», es la cerilla que prenderá el matorral. Ya el mensaje triunfa por barras y noches, todas aromadas e iluminadas bajo los grandes árboles oníricos, esos árboles portátiles, torcidos como borrachos, sin necesidad de farolas. Se oye, por los mercados de abastos, la palabra mágica a la que Otegi abrillanta con saliva letal: «¡Independencia! ¡Independencia! ¡Independencia!». Disueltos Sumar y Podemos, el dibujo es pintar a Bildu como el auténtico cuadro de la Izquierda, de la Independencia y de la Insumisión permanente. Los demás, todos curas, son de derechas, como los que vienen de Madrid a buscar aquí la leche recién ordeñada. No hay más izquierda vasca que la suya. No hay ninguna izquierda auténtica que sea moderada. No hay voto más esencialmente vasco que el suyo. Aunque se levanten airados los accionistas: la burra es suya.