THE OBJECTIVE
Viento nuevo

Queremos votar a los malos

Los nacionalismos quieren para su terruño más pasta, más euros a mansalva y el saqueo está bien institucionalizado

Queremos votar a los malos

Ilustración de Alejandra Svriz.

Me decía un actor famoso, rico, bien pagado, joven, en la orilla del mar Cantábrico, acerca de sus novias efímeras: «Cuanto más feminista es, más quiere que la domines en la cama y hagas de empotrador». Nos gustan los malos malotes, y no hay blanquero ni profidén ni milongas respecto a Bildu, los malotes atraen y son un negocio. Me decía un vasco joven, amigo de viejas conferencias en el Artium de Vitoria sobre Panero, y alguna garimba por las herrikotabernas entre las aretas por nariz y orejas y las camisas de marinero de Picasso: «Cuanto más nenuco destila Madrid de garrafón, nosotros más queremos que hablen de lo nuestro y desde aquí, sin perder ni un puto sorbo». 

Ganaron los malotes porque follan más los malotes. Las vascas lo tienen claro: se les nota a los que la tienen pequeña a la hora de pedir txacolís. El nacionalismo es una extorsión nacional desde el localismo, siempre lo fue, y queremos para nosotros esto y aquello, desde aquí y no desde los Madriles. Todo eso invita al brindis, a las sábanas húmedas, a los alientos canallas y a las miradas sucias. Lógico. El abuelete es el del PNV, y el joven cada vez menos macarra, sí, del rollo Bildu. Ya nadie lleva botazas en la noche húmeda, tan mojada, ni aquellas aretas, ni tatuajes, ni las perillas y patillas barrocas. Era divertido aquel burle marinero. Salí del Artium de Vitoria y con un gabán de Burberrys hasta los tobillos bebía por las herrikolumis Ballentines sin mayores problemas. El Ballentines pega mogollón con el Burberrys.

El problema general, ese aire compartido que cambia, es que vamos a todos a lo que ya sabemos, la demolición del 78, la nueva república, el Estado confederal y todas las mandangas nuevas. Los nacionalismos quieren para su terruño más pasta, más dólares, euros a mansalva y el saqueo está perfectamente institucionalizado, consolidado y corre por bancos y barras como el galgo quijotesco. Mejorar allí significa sablear a los de fuera, y no hay blanqueo de nada ni profidén para todos, sólo chantaje. ¿El PNV se hizo de izquierdas? Quizás, no lo sé, tenía artrosis pero puso a un remero y la piragua va de puta madre; conecta con abueletes y al renovar filas permite más espectro, mejor auditorio, otros. ¿Bildu suavizó radicalidades hacia una izquierda nueva de mucha cremita, sin barbas y algo gafapasta e intelectualona? Tremendo lo que me contaba un corresponsal desde la sede: «¡Ves por aquí jerséis de pico y camisas de Hermés!». ¿Hubo fiesta guarra de kalimotxo y pacharanes ricos? Nada, mucha birra fría con americanas arrugas de Emidio Tucci de El Corte Inglés.

Votar a los malos, muy malotes, es una forma de levantar el negocio. Las voces madrileñas no llegan a las herrikotabernas. Allí quieren un polideportivo, un tobogán y más garrafa para las noches de sol y luna llena. La prensa madrileña no entra en Euskadi. Pradales no es apellido vasco, es vino de mesa y batalla como Cigales, como Corales, como el leonés Palomares. No importa, Arzallus y sus cantos jesuitas de Lacoste no existen, ahora toca seguir ingresando, ni RH negativo ni taninos con denominación. Pradales está de miedo para estos tiempos, donde la verbena luce a media asta y tampoco hay mucha moza con ganas de bailar, porque los más listos están en París, Londres o Berlín (en busca de sus muertos musicales por ese orden). Pocos se enteraron todavía: el mejor resultado de Bildu en toda la democracia española: a tope, éxito completo, arrasaron, locurón gigante. 

Pradales, obrero universitario en Deusto, algo desconocido hasta por los osos con boina más antiguos del lugar, y remero ocasional, nunca con piragua propia, mucho jesuita vigilando desde la orilla, el hijo de Urkullu que quiere ser y el muñeco de Ortuzar que niega. El obrero ya de coche oficial y corbata cara, sí, otra vez la ciencia ficción, pero mucho más despierto que Urkullu a la hora de cortarle la cabeza al gesticulante Ortuzar. Nadie se fijó en un detalle previo a la gran borrachera: cuando llegaron a los micrófonos, decía Anduzar por aquí y sígueme al subir al estrado, pero fue él quien bajó a la arena con tal de saludar a su mujer, sí, con lo que todas las fotos fueron con Anduzar detrás de los fotógrafos y mordiéndose la lengua morada y tan vacuna. Luego ya sí, codo, brazo, y oye sube, para que salgamos todos, compi.

Otegi encontró a Otxandiano casi de saldo, despistado, abertzale de 1983, calculín sin violencia etarra, gafapasta sin temor, un poco Mortadelo, otro poco Filemón, un Teleco en paro, blanco y en botella, sin aretas ni camisetas de rayas a lo Picasso, sin bolo rapado ni coleta hasta la nuca. ¿Eso es blanqueo? Un chiste, parece, pero el notas prometía. Éxito absoluto. Berrean mis fuentes, todas muy ebrias por la fiesta: «Decían que este tío era la inteligencia artificial aplicada a la política, y que el primer polvo de su vida lo iba a echar por el teléfono móvil». En fin, el mejor resultado del «grupo armado» en todos los años demócratas. Vuelve a llamar la camarera que oyó a mi fuente vomitar coplas populares: «¡Igual la tiene pequeña pero va para malote!». Es lo hay, sí, el gobierno de los malotes, con el monedero vacío, esperando transferencias, jurdós nuevos, billetamen fresco, la bolsa o la vida, y con el estómago lleno ya cantamos lo que toque, ikurriñas o sevillanas. Ganan los malotes y pierden los que siguen con los sermones abstractos, las ecuaciones vacías, ecos y voces, nada sólido encima del mantel ni dentro del vaso. Bien, cojonudo. Algún día despertaremos para el brindis.

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