THE OBJECTIVE
El Purgatorio

Carlos H. Quero: «Vox no es una asamblea trotskista, es importante la unidad de mando»

El diputado de Vox, recién ascendido a la cúpula nacional, visita ‘El purgatorio’: «La justicia social nació en la derecha»

Seis años antes de que Mariano Rajoy se casara en el día de los Santos Inocentes en La Toja con Elvira Fernández, un futuro, pero que muy futuro, diputado de Vox nació en la capital de España. Carlos Hernández Quero (Madrid, 1990) es una de las jóvenes figuras del partido que comanda, y con mano de hierro poco flexible a las quejas internas, Santiago Abascal. Quero iba para profesor de universidad, pero se le acabó cruzando la vena política. Este doctor en historia es un apasionado de la vivienda, de todo lo que hay alrededor de lo que supone tener o no un hogar con el que iniciar un proyecto de vida. Ahora, tras la salida de García Gallardo, ha tenido un ascenso o «un marrón», según confiesa él mismo: ser nuevo miembro del comité ejecutivo nacional.

PREGUNTA.- No sé si le gustará mucho un grupo madrileño llamado Burning, que tiene un tema muy famoso titulado ¿Qué hace una chica como tú en un sitio como este?. Supongo que, dado que la política tiene mucho de estética y de comentarios al respecto, le habrán preguntado alguna vez, dada su apariencia, ¿qué hace un chico como usted en un partido como Vox?

RESPUESTA.- Bueno, me gusta el rock. Pues lo que hago es defender sus ideas, sus creencias, y utilizar un partido que no es más que una herramienta y una plataforma para dar cauce a esas ambiciones, esas inquietudes de tipo social relacionadas con la juventud, con la pérdida de identidad, con la inseguridad vital de mucha gente, jóvenes de barrios populares. Soy un chico que viene del barrio. Me importa mucho todo lo que tiene que ver con la seguridad material, con la identidad cultural de la gente común, de aquellos que no han tenido las mejores cartas de partida y que no tienen un padrino. Creo que esa gente, en los últimos 20 años, que han sido décadas de decadencia, cada vez viven peor. Y me parece que Vox es una plataforma adecuada para defender que esa gente vuelva a vivir mejor.

P.- ¿Cómo llega usted a Vox?

R.- Todos los que estamos en política es porque algo nos ha picado. Siempre hay algo que nos mueve, y hemos sido un poco «tocapelotas» en casa o en el colegio. El que debatía, el que discutía, el que leía… Yo, desde la adolescencia, he estado muy vinculado a movimientos asociativos de barrio, y luego, en la universidad, al movimiento estudiantil. La política siempre ha sido algo inseparable de mi propia trayectoria vital. Y en un momento en el que considero que aquello que más amo, aquello que más me importa, empieza a estar cada vez más en riesgo, Vox se convierte en una opción interesante para defenderlo.

P.- Pero su camino era la historia, no la política. ¿Qué es lo que más te interesa de la historia?

R.- Diría que me interesa todo, pero sobre todo entender los cómos y los porqués de la gente en otro momento que no sea el actual. Entender por qué actuaron como lo hicieron, qué expectativas tenían, y qué peso tenía la experiencia que atesoraban para vivir como vivían y desear lo que deseaban. En particular, me especialicé en historia urbana contemporánea. Me interesaba el deseo de estas formaciones sociales, culturales y políticas que tienen lugar en las ciudades, que son un entorno radicalmente novedoso en la edad contemporáneo. Un entorno al que llega muchísima gente de pronto y cambia por completo cómo esa gente vive.

P.- Como profesor de historia, ¿tiene sentido estar orgulloso de la historia? ¿Se puede estar orgulloso de la historia?

R.- No sé si como profesor de historia, pero como ciudadano, absolutamente sí. Los ciudadanos no somos átomos aislados. Venimos de algún lugar y transmitimos saberes, conocimientos, costumbres y rutinas. Estar orgulloso de lo que somos forma parte de nuestro patrimonio. Es una manera de decir que estamos orgullosos de nuestros padres, de nuestros abuelos y de los suyos. En una lectura de la historia que no prima la ruptura ni la fragmentación, sino la continuidad, es un deber estar orgulloso, porque es una manera de reconocer a otros lo que hicieron para que hoy seamos. Casi todo lo que somos no lo hemos elegido, pero lo somos como consecuencia de que otros fueron antes.

P.- ¿Lo de que la historia se repite es una absurdez?

R.- Para mí, sí. Es una auténtica absurdez, porque los contextos son continuamente cambiantes. No hay una ley que haga que la historia sea cíclica, ni es un progreso ascendente y teleológico. Hay contextos que habilitan, posibilitan o constriñen, pero no hay una determinación absoluta.

P.- O sea, cuando se habla o se ponen etiquetas del pasado para el presente, esto tiende a ser problemático.

R.- Sobre todo porque los contextos importan, y el contexto histórico importa mucho. La historia analiza el cambio, la transformación y la evolución, y los contextos son muy diferentes. Pero no ya de hace 200 0 300 años, incluso los contextos de hace 30 o 40 años son incomprensibles si no se ponen las lentes de esa época. No se puede entender lo que pasa hoy con las lentes de 1492 o de las batallas culturales del pasado.

P.- Entonces, en el caso de la Reconquista, por ejemplo, ¿es mejor no usar ese término? O cuando se habla del Frente Popular para atacar al Gobierno.

R.- Las categorías del pasado pertenecen al pasado. El Frente Popular fue una coalición de los años 35-36 en Europa Occidental para dar respuesta a una situación concreta, uno puede utilizar metáforas o conceptos que están en el imaginario colectivo para trazar analogías, pero no se pueden usar términos del pasado para explicar el presente.

P.- Antes de empezar, siempre preguntamos en El purgatorio por la relación con la fe de nuestros invitados.

R.- Vengo de una familia no religiosa, pero diría que soy un católico cultural. No he recibido una educación religiosa en casa, pero tengo un gran respeto y admiración por la cultura católica, la cual crea o no crea, formo parte de sus ritos, de su manera de entender el mundo, de sus festividades y de su uso del espacio público. Es un valor absoluto que tenemos en España y en los pueblos mediterráneos. Independientemente de que creo o no, me parece algo necesario, las sociedades necesitan un elemento sagrado de trascendencia que vaya más allá del día a día y de la materialidad inmediata.

El diputado de Vox, Carlos Quero durante la entrevista. | Foto: Víctor Ubiña

P.- Carlos H. Quero está de enhorabuena porque ha sido incorporado al Comité Ejecutivo Nacional de Vox en unos días bastante movidos en el partido, tras la marcha del líder de Vox en Castilla y León, el señor García Gallardo. ¿Cómo está viviendo estos días de ascenso?

R.- Uno nunca sabe si esto es un ascenso o un marronazo. Pero, en cualquier caso, para mí es un honor y una responsabilidad este nombramiento. Me siento muy agradecido a Santiago Abascal y al partido por haber tenido en consideración mi trabajo. También estoy agradecido a todos los que me han precedido, porque si Vox es hoy una herramienta para muchos españoles, es gracias a quienes han trabajado duro por este proyecto. Yo solo vengo a aprender y a trabajar.

P.- ¿Le da algún valor a las palabras de quienes han dejado Vox o se han retirado de la primera línea, cuando hablan de falta de democracia interna o de un partido demasiado centralizado en Madrid?

R.- Vox no es una asamblea trotskista. Los partidos políticos funcionan conforme a sus propias convicciones. Para mí, la unidad de mando es muy importante, un partido no va a ningún lugar sin unidad de mando. A quien le interesa que no exista esa unidad es a quien le interesa que Vox no exista como alternativa de futuro. En cuanto a la democracia, me preocupa más la falta de democracia externa que la interna. Las grandes cuestiones que preocupan a los españoles, como la vivienda, la inmigración, la inseguridad o el futuro de las pequeñas y medianas ciudades, no las deciden los españoles, sino que se deciden muy lejos. Esa es la falta de democracia que de verdad preocupa a los españoles, no la de Vox.

P.- ¿Usted de qué ala es? Porque casi siempre que se habla de Vox se menciona la pugna entre una corriente más conservadora y otra más liberal. ¿Se siente más conservador o más liberal?

R.- A mí me tienen que contar cuáles son esas corrientes. Yo llevo un tiempo en Vox y no conozco esas divisiones, y como yo me sienta es bastante indiferente, yo represento el programa político de Vox, y cargo con todo el programa político, independientemente de mis creencias particulares.

P.- Alguna tendencia tendrá.

R.- Bueno, diría que mi obsesión más evidente en los últimos tiempos es la vivienda.

P.- Antes de eso, me interesa, ya que mencionaba antes a los barrios y la comunidad, sabe que un lema que surgió tras los días de la dana de Valencia fue «Solo el pueblo salva al pueblo». Hubo parte de la clase político le preocupo aquello, porque era un lema decían de anti política. ¿A usted que le pareció?

R.- A mí me parece que, independientemente de su valor como eslogan, nos recuerda algo que se ha olvidado en los últimos tiempos: en política hablamos cada vez más de derechos y menos de obligaciones. El pueblo tiene la obligación de preocuparse por sus semejantes, de estar pendiente de cómo les va. Si una señora se cae en la calle, no hace falta esperar a que llegue un funcionario municipal para levantarla. Si a una persona le va mal y es tu vecino, tu familiar o tu amigo, antes de que llegue un funcionario gris con un papel sepia, lo mejor es que como ciudadanos tengamos un deber con nuestros iguales.

Lo que nos une a todos, el español de Sevilla, La Coruña, Valencia, es que somos españoles, y en un momento de desmoronamiento de la capacidad de ayuda del Estado, aún seguían vivas las conexiones entre españoles que llevaban a que una persona ayudara a otra, incluso sin conocerla. Ese componente de obligación, de deber, de relación, es algo que hay que recuperar, porque caminamos hacia un mundo en el que los ciudadanos cada vez somos más aislados, más replegados sobre nosotros mismos, el «yo me lo guiso yo me lo como, el yo soy un folio en blanco», pues no.

«Vox quiere recuperar una España de familias propietarias»

P.- Ese sentimiento de comunidad.

R.- Y ese sentimiento de comunidad se fundamenta en obligaciones recíprocas, en un sentido del deber. Porque compartimos una manera de entender el mundo, compartimos lazos, compartimos cultura, y no lo hemos elegido. Es importante recordar que no todo se puede elegir. Yo no he elegido mi cara, mis apellidos, ni dónde he nacido, esas cosas son fundamentales para entender cómo soy.

P.- Hablemos de vivienda, porque es un tema que le interesa mucho. ¿De dónde viene esa afición?

R.- En mi tesis doctoral analicé un fenómeno muy concreto de finales del siglo XIX y primer tercio del siglo XX: la irrupción de suburbios obreros, de inmigrantes pobres, que acudían desde el campo a la ciudad en busca de oportunidades. Allí construían, con sus propias manos, nuevos ecosistemas para la vida en común, que son los suburbios. Ese objeto de investigación me llevó a trabajar mucho con la vivienda y a entender cómo es un elemento estructurador de la vida de las personas. Además, mi activismo en movimientos de barrio también tenía que ver con la preocupación por la vivienda. En mi barrio, en Tetuán, la vivienda siempre ha sido un tema central, con lo cual ya traía un par de pilares sobre ese tema. Pero es que ahora, por añadir un pilar más, la vivienda está en el centro del desguace social que vivimos en España.

P.- ¿Cuál es el diagnóstico que hace Carlos Quero y que hace Vox del problema de la vivienda en España?

R.- En España, tradicionalmente, nos distinguíamos de los países del norte de Europa por una característica propia de las sociedades mediterráneas: una cultura de propiedad de la vivienda. Durante décadas, la mayoría de las familias españolas, especialmente las nacidas en los años 80, 90 y 2000, crecieron en hogares propiedad de sus padres. Esto les proporcionaba autonomía, estabilidad y la posibilidad de ahorrar, además de una vida previsible y rutinaria, con raíces en una misma comunidad, el mismo colegio y el mismo grupo de amigos. La propiedad de la vivienda también ofrecía cierta libertad frente a los vaivenes políticos y económicos.

Sin embargo, esta España ha ido desapareciendo progresivamente. En los últimos 20 años, hemos perdido más de la mitad de los propietarios jóvenes y un gran número de propietarios de rentas bajas. Esto ha tenido consecuencias graves: cada vez más personas viven en la incertidumbre, en una sociedad donde el alquiler se ha convertido en la norma. En ciudades como Barcelona, por ejemplo, encontrar un piso en alquiler es un proceso agotador, con cientos de visitas para una sola vivienda. Además, han surgido figuras indeseables, como los pisos compartidos, que, aunque se les dé nombres atractivos en inglés, como el coliving, no dejan de ser una forma de precariedad.

El origen de este problema radica en el abandono de políticas que favorecían la propiedad. ¿Por qué ha sucedido? En España, llegamos a un punto máximo de personas viviendo en propiedad en torno al 85-86% a principios del siglo XXI, pero esto nunca fue bien visto por el establishment político ni por Bruselas. Se criticaba la obsesión por la propiedad, «estos del Mediterráneo por qué tienen tanta obsesión con comprar», argumentando que lo «moderno» y «flexible» era el alquiler, como en países como Alemania o Dinamarca. Sin embargo, no se mencionaba que en esos países las familias estaban más endeudadas y que las rentas bajan destinaban una mayor parte de sus ingresos al alquiler.

«En España se ha criminalizado la construcción y la propiedad»

Con la crisis de 2008, se creó la tormenta perfecta para cambiar el rumbo de España hacia un modelo de menos propietarios. ¿Por qué? Se criminalizó la construcción y la propiedad, se paralizó el sector de la construcción, además se ridiculiza que alguien pueda trabajar en un oficio manual, y se cargan la garantía hipotecaria, se dificultó el acceso a préstamos hipotecarios para jóvenes y rentas bajas. Como resultado, estas personas fueron expulsadas del mercado de la propiedad y enviadas al alquiler, mucha presión para un mercado que no estaba preparado para tal demanda. Además, el aumento de la población, debido a la inmigración y la concentración en grandes ciudades, exacerbó el problema.

Desde 2014, los precios del alquiler han subido un 80%, y las soluciones propuestas, como la regulación de precios, las prórrogas forzosas de alquileres, la congelación de rentas, han conseguido lo esperado: han empeorado la situación. Estas medidas, aunque bien intencionadas, pero la política se mide por resultados y han reducido la oferta de viviendas en alquiler, generando castings inmobiliarios y dejando fuera del mercado del alquiler a los que en hace 20 años se quedaron sin la posibilidad de comprar, a los más vulnerables: jóvenes, familias con hijos, pensionistas con bajos ingresos y desempleados. Estas personas, que antes no podían comprar, ahora tampoco pueden alquilar, y se ven obligadas a vivir en pisos compartidos, sin privacidad ni posibilidad de desarrollar sus proyectos vitales.

Quero posa en la sede de THE OBJECTIVE. | Foto: Víctor Ubiña

P.- ¿Hay un miedo en España a la hora de construir?

R.- Aparte de que pueda existir ese miedo, hay condiciones muy restrictivas sobre el suelo que dificultan la construcción, que impiden que sea fácil o azaroso tener que emprender para construir. Hay dificultades para el crédito al promotor, Hay unas cargas que pesan sobre el suelo que lo hacen tremendamente disuasorio.

Insisto, ha habido una criminalización de la construcción que ha llevado a la paralización del sector y al abandono del mismo. En España hay una mirada altiva sobre el trabajo manual, y se considera que si te quedas en paro, te vas a la obra. Pero la construcción requiere un conocimiento técnico y artesanal que no se adquiere de la noche a la mañana.

P.- Le decía del miedo, por si cree que España tiene un trauma con la burbuja inmobiliaria.

R.- Más que una burbuja inmobiliaria, fue una burbuja de crédito. Se pudo haber destinado ese crédito para otra cosa, pero se destinó principalmente a comprar y se construye en muchos sitios donde no había demanda. Ciudades desiertas en mitad de Toledo, por ejemplo. Hay datos desde el año 2019 hasta la actualidad: la demanda ha subido más de un 260%, mientras que la oferta ha caído un 50%. Y aquí nadie se plantea dónde va a dormir esa gente, las personas que estamos llamando cada día, y lo digo a todos los responsables políticos, porque el Gobierno de España habla de no sé cuántos cientos de miles de inmigrantes que hay que acoger cada año.

Pero es que la Comunidad de Madrid festeja cada año si ha subido la población de Madrid en 100.000, en 110.000 o en 120.000. ¿Esa gente dónde va a vivir? ¿Vamos a volver a ver escenas de sinhogarismo? ¿Vamos a volver a ver escenas de hacinamiento? No sé, yo me lo planteo porque he estudiado qué es lo que pasa cuando hay crecimientos drásticos de población y las autoridades no tienen la capacidad para estar a la altura y van por detrás tres, cuatro o cinco pasos.

P.- Si usted fuera mañana el ministro de Vivienda y tuviera en su mano poder tomar una decisión o una serie de decisiones, ¿cuáles serían las primeras que tomaría?

R.- Hay una cuestión previa a la vivienda. Siempre digo que la vivienda no es una isla, está relacionada con el resto de aspectos de nuestras vidas. Y esa cuestión previa pasa por repensar dos temas: el desarrollo económico y territorial del país. Es decir, si queremos que deje de ser un problema la vivienda en Madrid, Málaga o Barcelona, a lo mejor hay que devolver oportunidades laborales a las pequeñas ciudades, a las pequeñas capitales, a las cabezas de comarca, como Benavente, Medina del Campo, Tomelloso o Linares. A lo mejor es que la gente que nació allí no tiene por qué sentirse como unos «pringaos» o unos parias, y se tienen que venir a vivir a Madrid en un cuchitril, sin oportunidades, con un sueldo de miseria, viendo a tus padres dos veces al año.

Hay que volver a generar oportunidades en esos lugares, porque además allí se da una paradoja: en los años del boom se construyó mucho. Y no hablo de casas del año 1600, sino de viviendas modernas que están vacías porque, al mismo tiempo que se construía, los políticos destruían las condiciones de habitabilidad de esas casas, es decir, el trabajo. Desindustrialización, deslocalización de la producción, estigmatización de la vida en el campo, competencia desleal a la agricultura.

Entonces, si quieres que la gente pueda tener un futuro en sus lugares de origen, si así lo desean, tienes que revertir todas esas políticas. En primer lugar, hay que repensar el problema territorial que hay en España no es solo Cataluña o el País Vasco, es que a lo mejor tienes que pensar que en cinco sitios, sin esos sitios crezcan y ganen densidad, a lo mejor no cabemos todos en el mismo lugar.

«El Gobierno tiene muchos más asesores de comunicación que de vivienda»

Y en segundo lugar, la inmigración. Desde el año 2018, España ha crecido en más de dos millones de habitantes, que se han ido a vivir sobre todo a núcleos muy concretos: Madrid y Barcelona, las dos áreas metropolitanas de toda Europa que más han crecido en población. Sin embargo, no vemos que esté creciendo la edificación, la rehabilitación ni la altura de los edificios. Entonces, tendremos que pensar que fronteras seguras también implican pisos más asequibles, y que cuanta más gente haya, más tensión habrá en el mercado de la vivienda. Estas son dos cuestiones previas. Luego, ya podemos plantearnos qué hacer con la vivienda.

¿Hay que construir en España? Seguramente sí. Algunos, cuando escuchan «construir», se les ponen los ojos como platos y piensan en el símbolo del dólar. Pero vamos a pensar: ¿para qué construir? ¿Vamos a llenar España de rascacielos? No, vamos a construir donde hace falta. ¿Y para quién? Para recuperar una España de familias propietarias, para que quienes se han quedado fuera, quienes han perdido el tren, puedan ser propietarios, no para llenar España de rascacielos.

Pero para construir, hace falta cambiar las regulaciones sobre el suelo, acabar con la burocracia, eliminar peajes e impuestos que pesan mucho sobre el suelo; hace falta facilitar financiación a las familias españolas que quieren comprar; hace falta recuperar una figura que en España fue muy exitosa: la vivienda protegida, que permitió a muchísimas familias acceder a la clase media, ser dueñas de su casa y tener un hogar entre cuatro paredes. Entre los años 60 y 2008, se construyeron 8 millones de viviendas protegidas en colaboración público-privada. Multiplica eso por el número de personas que vivían en esas casas: estamos hablando de 27, 28 o 29 millones de españoles. Y hace falta una fiscalidad que permita a los españoles ser propietarios.

P.- Para entrar en materia más concreta, por ejemplo, ¿estaría Vox a favor de limitar el número máximo de viviendas que un propietario puede tener?

R.- Creo que en ningún momento se ha planteado eso.

P.- Se lo planteo yo.

P.- Es que la trampa de siempre del juego de suma cero. No se trata de que si hay X viviendas y se las quitas a unos, a otros les va a ir súper bien. Ya hemos visto en otros lugares qué pasa cuando se hacen este tipo de políticas, no solo con la vivienda, sino con la economía, la producción, las empresas. Lo que hay que hacer es que todo el mundo pueda ir bien. No vamos a quitarles las casas a las personas que las tienen.

P.- A personas no, pero ¿a grandes tenedores? Empresas que pueden comprar 20 o 200 viviendas en un barrio.

R.- Lo que tenemos que hacer es favorecer y priorizar al ciudadano de a pie para que pueda comprar. ¿Cómo? Por ejemplo, con la fiscalidad, como decía antes. Si resulta que es tan difícil acceder a la compra porque los bancos te financian hasta un 80% y luego hay un 20% que tienes que tener ahorrado, y si es obra nueva, un 10% más. Y si además le sumas impuestos como los actos jurídicos documentados o las revisiones patrimoniales, el particular tiene que tener un 30% o 40% del valor de la vivienda ahorrado.

Eso hace que muchas familias no puedan comprar. Cuando alguien no puede comprar, las casas no se evaporan: las compra otro. Y lo que hemos vivido en los últimos 20 años es un proceso de concentración de la propiedad en cada vez menos manos. ¿En qué manos? En manos de grandes fortunas y en manos de inversores extranjeros. Lo que hay que hacer es facilitar las condiciones para que quienes nos interesa que compren, los españoles, puedan hacerlo.

P.- ¿Estaría Vox a favor de regular el asunto de los pisos turísticos en edificios residenciales?

R.- Vox está a favor de que se cumpla la normativa. Actualmente, en algunas ciudades de España hay un problema de proliferación excesiva de pisos turísticos. Pero eso no se soluciona dándole más capacidad de control a quienes nos han llevado hasta esa situación, sino con sentido común. Ya existen requisitos para obtener una licencia de piso turístico. Lo que hay que hacer es reforzar el servicio de inspección y asegurarse de que quien tiene un piso turístico cumple con esos requisitos. Actualmente, se dice que en Madrid hay un 90% de pisos turísticos que no cumplen con la licencia. Vamos a vigilar eso y a dar poder a las comunidades de vecinos.

P.- ¿Qué le parece la decisión del Gobierno de Sánchez de crear una empresa de vivienda pública?

R.- Bueno, tienen muchos más asesores de comunicación que asesores de vivienda.

P.- O sea, ¿que es marketing?

R.- Creo que eso, y prácticamente todo en este gobierno, incluso diría que es la política moderna. Todas las crisis se tratan como crisis de comunicación, y hay que ver cómo salimos al paso de esto y cómo lo contrarrestamos comunicativamente. ¿Quién se va a acordar de la empresa de vivienda dentro de seis meses? Si en medio, nos habrán contado otras seis historias. Por ejemplo, ¿recuerdas cuántas viviendas prometió Zapatero? En su programa de 2008, prometió 1.500.000 viviendas: 600.000 de alquiler social y 900.000 viviendas protegidas en propiedad. Ese millón y medio de viviendas… nadie las ha visto. Nadie se acuerda.

El madrileño Carlos Hernández Quero en el plató de ‘El purgatorio’. | Foto: Víctor Ubiña

P.- ¿Nos deben viviendas?

R.- Claro que sí. Que se pongan a repartir las llaves en la Puerta del Sol.

P.- La justicia social, ¿entiende de ideología? ¿Entiende de derechas o de izquierdas?

R.- La justicia social, como concepto, entiende de ideología y nace en la derecha. Si uno hace una historia de los conceptos y analiza dónde surge el concepto de justicia social, verá que lo utilizan personas que no son de izquierdas. En el siglo XIX y el primer tercio del siglo XX, quienes hablaban de justicia social no eran de izquierdas.

Es un concepto que nace vinculado a la doctrina social de la Iglesia, a los grupos reformistas conservadores, a los inicios de la Democracia Cristiana en España, también vinculado al maurismo, al Partido Social Popular, a diferentes grupos de los años 20 y 30. Tiene un largo recorrido, no solo en España, sino en otros países de nuestro entorno, en el Mediterráneo y en Europa en general. Es un concepto que no nace en la izquierda, por mucho que quieran apropiárselo. La izquierda tiende a patrimonializar todo lo que es exitoso, pero la justicia social no la inventó la izquierda.

P.- Una última pregunta sobre vivienda. ¿Tienen ustedes algún modelo en el que basarse? A veces se habla de Viena como modelo de gestión de vivienda social. ¿Tienen algún modelo externo en el que basarse?

R.- Quiero aclarar algo sobre Viena, porque escuchamos mucho, sobre todo en el entorno de Más Madrid, hablar de Viena. Hay mucha fascinación con Viena. Viena tiene una particularidad: construyó un gran parque de vivienda social, del 60% al 70%, desde los años 20 del siglo XX. ¿Por qué? ¿Por qué todos los partidos que han gobernado desde entonces en Viena han estado de acuerdo con la política de vivienda?

No, porque solo ha gobernado un partido, con la excepción del periodo de la Segunda Guerra Mundial. Si solo ha gobernado un partido, tenemos un problema de déficit democrático, de representación, de pluralismo. Y nos hacemos una idea: si el casero de la mayor parte de los habitantes de Viena es su alcalde, ¿quién va a votar contra su alcalde? ¿Quién va a votar contra su casero? A lo mejor hay un problema de corrupción bastante grave.

«Llevo tiempo en Vox y no he visto esas divisiones entre conservadores y liberales»

P.- Entonces Viena no es un ejemplo.

R.- Y sobre todo, el modelo que Vox plantea y que propone es la colaboración entre la Administración y la iniciativa privada. Es para tener vivienda protegida, vivienda en propiedad, para que la gente sea dueña de su destino, no para que tenga una dependencia continua con el político de turno. Es más, que sea siempre el mismo político porque no haya turno posible, porque la vivienda se convierta en una forma de tener cogida a la gente.

P.- Una curiosidad, ¿usted tiene hipoteca?

R.- Yo tengo una hipoteca.

P.- ¿Y paga un precio razonable?

R.- Bueno, paga un precio.

P.- ¿Solo una vivienda?

R.- Solo una vivienda. Tengo bastante con que haya una. Y una no yo solo, una con mi pareja, con mi novia.

P.- A Carlos Quero lo han ascendido, aunque sea un poco marrón, en estas horas agitadas en Vox, ahora que hablan de crisis.

R.- Bueno, siempre quieren matar a Vox. Yo no sé si se habla de crisis cuando, por ejemplo, Ayuso cambia su gobierno y los consejeros de la Comunidad de Madrid son otros distintos de la legislatura anterior. ¿Se habla de crisis o no?

P.- No es lo mismo, no me compare.

R.- Porque no estamos gobernando, porque no hacemos las políticas de Ayuso, porque…

P.- No, porque cuando salen del gobierno de Ayuso no salen criticando a Ayuso. No ha salido el exconsejero de Sanidad de Ayuso, por ejemplo, diciendo que a Ayuso le falta democracia interna. Entiéndame.

R.- A lo mejor lo que pasa también es que los medios de comunicación nunca le han puesto una alcachofa delante…

P.- Los malvados medios de comunicación.

R.- No, no necesariamente los malvados medios. Yo estoy aquí gracias precisamente a que existen los medios de comunicación. Sí creo que hay un interés evidente en priorizar unas informaciones sobre otras, y en la medida en la que justo en este momento Vox es visto por cada vez más españoles como una opción interesante para defender sus intereses. No es casual.

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