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Aguado ajusta cuentas con Ayuso en su libro: «Insegura de sí misma y terriblemente ingrata»

El exvicepresidente de Ciudadanos niega que impulsase una moción de censura contra ella en 2021 en Madrid

Aguado ajusta cuentas con Ayuso en su libro: «Insegura de sí misma y terriblemente ingrata»

Isabel Díaz Ayuso e Ignacio Aguado. | EFE

Ignacio Aguado (Madrid, 1983) abandonó la primera línea pública en mayo de 2021 tras el adelanto electoral de aquel año, en el que el PP de Isabel Ayuso arrasó en las urnas para rozar la mayoría absoluta gracias a la desaparición de Ciudadanos en la región. Cuatro años después, el exvicepresidente naranja ajusta cuentas con la líder de los populares madrileños a la que describe como «insegura en sí misma y terriblemente ingrata» en Volando entre halcones (ed. Media Luna), un libro en el que analiza la abrupta caída de la formación centrista, el poder del bipartidismo, así como las traiciones y zancadillas que vivió en la política, a la que no descarta por completo volver.

«La realidad es, a veces, tozuda y te demuestra que ni siquiera siendo vicepresidente de la Comunidad de Madrid tienes el poder necesario para transformar las cosas de la manera que te gustaría. Creo que conseguimos cambiar algunas cosas, aunque no todas las que me hubiera gustado. Ejercimos el poder que se nos dio de manera responsable, ética y moral. Hasta donde nos dejaron», señala Aguado en el inicio de su libro, en el que agradece a Albert Rivera y Fran Hervías que confiasen en él cuando dio sus primeros pasos en política y en la Comunidad de Madrid solo había un puñado de afiliados.

Aguado admite de la irrupción de Ciudadanos en el tablero político fue tan rápida que «la necesidad de hacer política a cada instante, de estar permanentemente en los medios de comunicación o de gestionar las responsabilidades de gobierno que no habíamos asumido, nos llevó a dejar en un segundo plano la propia salud del partido». En su opinión, «lo orgánico dejó de ser relevante» y eso, a la postre, pasó factura al partido liberal.

«A nivel nacional, la excesiva verticalidad de la estructura nos hizo alejarnos de los territorios y de quienes daban la cara por el partido en ellos. Tampoco fuimos capaces de adecuar la tripulación de la nave a las fases por las que atravesaba el partido. Quisimos jugar en Champions con el mismo cuerpo técnico y las mismas directrices que cuando el partido empezó su andadura en Cataluña. Llegaron fichajes, desde luego, ¡y muy buenos!, pero pocos con el conocimiento y la voluntad suficientes para ordenar los camarotes y poner a punto la sala de máquinas. Nos sobraron delanteros, portavoces y ‘futuros ministros’, y nos faltaron asesores, jefes de gabinete, politólogos y estrategas con experiencia en grandes competiciones», resume sobre el auge y caída de Ciudadanos.

Sobre lo segundo, la debacle «fue dura, a trompicones, como cuando te pegan un empujón y ruedas escaleras abajo», señala en Volando entre halcones. «Me tocó vivir esta caída desde la primera línea de combate. Desde la impotencia que produce ver cómo el batallón que te acompaña en la batalla se desmorona sin poder hacer nada para evitarlo. Desde la frustración de ver cómo el relato del adversario devora tus alas y de cómo algunos de los que decían ser tus compañeros, con quienes habías luchado codo con codo hasta un segundo antes, se pasan al bando contrario por miedo, interés o mero afán de supervivencia. Qué duro y qué brutal fue vivirlo en primera persona», reconoce.

El primer síntoma de que Ciudadanos creció por encima de sus posibilidades fue en las elecciones autonómicas de 2015, en las que la formación naranja consiguió 17 escaños en la Comunidad de Madrid. Un resultado con el que se convertían en indispensables para la gobernanza del PP en la región. Pero Albert Rivera no quería ir tan rápido. «Uf, que no salte el 17 en Madrid», confesó el entonces presidente de Cs durante la noche electoral. Veía más oportuno quedarse en la oposición que tener que apoyar al PP, aunque fuese sin entrar en el Ejecutivo regional.

«Nos convertimos en un proyecto ecléctico, a medio camino entre socialdemócratas y conservadores. Actuamos como un desinfectante de un solo uso contra la corrupción sistémica. Fuimos la UCO de la política. Hicimos nuestro trabajo. Pero una vez desinfectado todo, dejamos de ser necesarios, primero para el sistema y después para los ciudadanos. Era cuestión de tiempo que, a falta de una propuesta política e ideológica concreta, los votantes volvieran a confiar en el bipartidismo», sintetiza Aguado.

En 2019, la situación fue a peor pese al excelente resultado electoral, en el que Cs estuvo a punto de sorpasar al PP, del que solo le separó 90.000 votos en la Comunidad de Madrid. «Fuimos a esas negociaciones con una mano atada a la espalda y lo hicimos porque así lo decidimos todos los miembros del Comité Ejecutivo Nacional del partido. Creímos que era más inteligente ser vicepresidentes o vicealcaldes del PP que presidentes o alcaldes de un gobierno con el PSOE. Renunciamos a ello, cometimos algunos errores de cálculo en el verano de 2019 y lo perdimos todo», señala el exvicepresidente madrileño.

Aguado lamenta haber contribuido a darle todo el poder autonómico al PP, cuando en cinco regiones se requerían gobiernos de coalición: «Se las dimos a un PP moribundo y jadeante, pero que seguía manteniendo las hechuras de Imperio romano. Le dimos el aire que necesitaban pensando que la batalla por el liderazgo de la oposición duraría cuatro años, que se libraría en el Congreso y que ser el ‘junior party’ de todas y cada una de las coaliciones con el PP a nivel autonómico y local no nos pasaría demasiada factura». Un «completo error», a su juicio, ya que debían haber exigido, al menos, dos de ellas. «Desde luego, una tendría que haber sido la de la Comunidad de Madrid. Pero no lo hicimos», sentencia.

Albert Rivera decide mover ficha

El «golpe de gracia final» en ese 2019 se lo propinó el propio Ciudadanos. «A finales de verano, cuando apenas faltaban dos semanas para que se activara la repetición electoral, Sánchez y Podemos no habían llegado a un acuerdo para formar gobierno y a nosotros las encuestas nos daban entre 30 y 32 escaños. (…) Decidimos mover ficha y terminar de suicidarnos involuntariamente, por supuesto», rememora el exdirigente naranja. Rivera propuso a la vuelta del verano tres condiciones a Pedro Sánchez para empezar a dialogar un Ejecutivo de coalición -PSOE y Cs sumaban 180 escaños-, pero el líder socialista rechazó la oferta «en cuestión de minutos, casi riéndose de nosotros». El resultado fue nefasto para los intereses de la formación liberal. «Habíamos tomado la peor de las dos opciones: un acercamiento a Sánchez a última hora y poco creíble. Nuestro error fue ignorar la posibilidad de que se produjera la repetición electoral», subraya.

Entre medias de la vorágine nacional se pactó el gobierno madrileño entre Ayuso y Aguado. No fue fácil porque la primera no quería ver «ni en pintura» a Ángel Garrido como consejero de Transportes después de haber terminado mal con él en la legislatura previa. Tampoco quiso que el líder de Cs fuese el portavoz del Gobierno. «Ayuso se negó en redondo a que yo asumiera esa posibilidad, seguramente por miedo a que yo pudiera restarle protagonismo. No contenta con que la hiciéramos presidenta, nos quería además pequeños, orillados y callados. En fin, mal empezábamos».

El exvicepresidente se arrepiente ahora de haber asumido la portavocía. «Terminó siendo un gran error. Un día sí y otro también, tenía que salir a matizar las declaraciones de Ayuso, a tratar de salvar sus meteduras de pata o, lo que es peor, a tratar de justificarlas. Era agotador e implicaba un desgaste importante para mi partido y para mí», confiesa en el libro. El primer choque importante vino con el impulso de la comisión de investigación de Avalmadrid. El segundo, el nombramiento de Miguel Ángel Rodríguez como jefe de gabinete de Ayuso en enero de 2020. A partir de ahí, todo fueron encontronazos.

«Viví en primera persona cómo la presidenta ordenaba hacer lo contrario de lo que, en privado, aconsejaban los propios expertos de la consejería y el propio sentido común. Tuve que sufrir sus filtraciones y mentiras a los medios para tratar de desgastarme y desgastarnos. Comprobé cómo me limitaban el acceso a información relevante para impedirme preparar adecuadamente las ruedas de prensa y así fuera más sencillo que metiera la pata», hace hincapié Aguado, quien tuvo que «convivir» con consejeros como Marta Rivera «que vinieron impuestos por la dirección de mi partido y que, como ya advertí, trabajaron desde el primer día para el PP». En concreto, «eran sus oídos y sus ojos en las reuniones internas que celebrábamos y un ‘activo’ del que el propio Miguel Ángel Rodríguez presumía en privado».

Casi a renglón seguido llegó la enfermedad del coronavirus, con cifras de 400 muertes diarias en la región en lo peor de la pandemia y que provocó un alto número de decesos en los hospitales y residencias de mayores. Aguado despelleja a Ayuso en su libro por intentar descargar aquellas muertes en el entonces consejero naranja de Políticas Sociales, Alberto Reyero. «Intentó culpabilizarle de aquellas muertes y de aquella situación, tanto en público como en privado, y eso es algo que no le perdonaré jamás. Madrid no ha tenido nunca un consejero más íntegro, trabajador y comprometido que él. No se mereció lo que le hicieron. Ni se les trasladaba a los hospitales ni se medicalizaban las instalaciones. En ninguno de los dos casos era competencia de Alberto Reyero ni de su consejería».

Fue durante aquella gestión de la pandemia cuando el político liberal conoció «la verdadera cara» de Ayuso. «Me demostró cómo era y donde me dí cuenta de lo tóxica que estaba siendo para Madrid y para el conjunto de España. Lo realmente difícil para mí fue poner la cara por una presidenta en quien dejé de creer a los pocos meses de que asumiera el cargo. Muy probablemente, si hoy tuviera que decidir si ser o no portavoz de aquel gobierno, diría que no. Y si tuviera que volver a hacerla presidenta, diría que tampoco. De todo se aprende», admite en Volando entre halcones.

«Durante muchos meses, Isabel vivió absolutamente sobrepasada por el cargo y por la situación. La presidencia de la Comunidad de Madrid le venía tan grande que no había ‘spin doctor’ capaz de lograr disimularlo. Recuerdo su mirada perdida en cada reunión y su increíble desconocimiento de las principales cifras y retos a los que se enfrentaba la Comunidad de Madrid. La Isabel que yo conocí fue una mujer agradable en el trato, aunque sumamente desconfiada, insegura de sí misma y terriblemente ingrata. Nos ordenó que nos dirigiéramos a ella como ‘presidenta’, en un intento por protocolizar un respeto formal hacia ella que no percibía en ningún otro plano», advierte en el pasaje más crítico con la actual presidenta madrileña.

Fruto de «esa desconfianza y victimismo crónico» con el que Ayuso se desenvolvía, afloró en ella «la ingratitud como una de sus principales señas de identidad», incide Aguado. «Traicionó a sus consejeros, incluso a los nombrados por ella misma, dejándolos a los pies de los caballos y encargándose de filtrar a los medios toda la basura que fuera menester», prosigue el exvicepresidente de la formación centrista, quien no perdona a la baronesa del PP que acusase a los naranjas de «desleales y conspiradores».

Tras desembarazarse de Ciudadanos, Ayuso fue a por Pablo Casado, su líder nacional en el PP. «Consiguió echar a Pablo Casado, hacerle parecer como el malo de la película y lograr retirarse, justo a tiempo, hasta que se dieran las condiciones oportunas para dar la batalla final», señala Aguado. «Desde aquel día permanece a resguardo, agazapada, esperando su momento mientras Feijóo juega sus cartas, eso sí, con las barbas a remojo desde hace ya algún tiempo. La apuesta del establishment por Feijóo ha dejado en suspenso el ascenso de Isabel a cotas mayores, pero volverá a activarse si Feijóo fracasa en su intento de desbancar a Sánchez de La Moncloa. Que a nadie le queda ninguna duda», hace hincapié en su libro.

En marzo de 2021 llegó la inesperada moción de censura de PSOE y Ciudadanos en Murcia, de la que Aguado dice que se enteró en la misma mañana que se anunció, por lo que no tuvo margen para evitar que Ayuso apretase el botón del adelanto electoral en la reunión del Consejo de Gobierno de aquel miércoles 10 de marzo. En ese punto, niega con vehemencia que su partido patrocinase una moción de censura contra el PP, pese al documento revelado por THE OBJECTIVE hace varias semanas, en el que el PSOE de Pedro Sánchez aceptó darle a Ciudadanos las presidencias de Madrid y Murcia.

«Nadie, jamás, vio aquella supuesta moción de censura contra Ayuso. Y mucho menos, firmada por mí, por Gabilondo o por los diputados de ambas formaciones políticas. Y nadie lo vio porque jamás existió. En varias ocasiones me han amenazado con sacar a la luz esa famosa moción de censura, en la que las firmas de mi grupo parlamentario acompañana a las firmas del grupo parlamentario socialista. Pero jamás podrán hacerlo porque, como digo, no existe», sostiene.

En ese punto, el exlíder naranja sugiere que una trabajadora y dos diputados de su grupo parlamentario «redactaron y firmaron un borrador de moción para tratar de enmarañarlo todo cuando se enteraron de que Ayuso había disuelto la Asamblea y convocado nuevas elecciones». Aunque no los cita por su nombre, se refiere a Sergio Brabezo y Marta Marbán. «No me extrañaría, sobre todo, viendo en aquellas horas decisivas y su posterior aparición en las listas electorales del PP. Para vosotros el escaño. Disfrutadlo el tiempo que os dure, aunque sea como pago por la traición que consumasteis», les avisa.

Arrimadas, sin la visión estratégica de Rivera

Aguado termina su libro con un análisis del hundimiento final de Ciudadanos y no deja bien parada a Inés Arrimadas. «Cometimos errores graves y es de justicia reconocerlos. El primero de esos errores fue, con la perspectiva que da el paso del tiempo, la elección de Inés Arrimadas como presidenta del partido tras la dimisión de Albert Rivera». De ella confiesa que era una «excelente portavoz, una auténtica francotiradora», pero como presidenta y líder del partido, «su gestión no estuvo, lamentablemente, a la altura de lo esperado».

«No tenía la visión estratégica que podía tener Albert. Tenía principios y convicciones muy claras, eso sí, pero le faltaba la capacidad de saber diseñar un plan de acción concreto y la determinación de llevarlo a cabo. Su querencia por analizar todas las perspectivas posibles de cualquier asunto nos llevó a una parálisis orgánica y política sin precedentes en el partido. El tiempo y la oportunidad siempre terminaban por escaparse entre un mar de dudas e indecisión. Nos quedamos, en una palabra, desactualizados. Pasados de moda. Obsoletos. La parálisis era total, desesperante y, en ocasiones, dramática», asegura.

A la «ausencia de estrategia y a la falta de cambios» en el ‘núcleo duro’ del partido, se unió el empeño de mantener «intacta» la marca Ciudadanos. Su último intento dentro de la dirección del partido fue intentar cambiar su nombre, pero no tuvo éxito. «En política, el marketing es crucial. Teníamos el mejor producto del mercado, pero nuestra marca estaba abrasada. El proyecto de Ciudadanos quedó, por tanto, inacabado y el bastión bipartidista, rejuvenecido. No sé exactamente hacia qué precipicio nos dirigimos como nación, pero está claro que estamos más cerca que nunca de despeñarnos. De hecho, si no fuera por la UE, hace años que ya seríamos una república bananera», concluye sobre la situación actual.

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