The Objective
El purgatorio

J. F. Lamata: «TVE es la escopeta de Pedro Sánchez»

El experto en medios de comunicación presenta en ‘El purgatorio’ ‘El libro negro de TVE’

Me serviré del prólogo que Juan Soto Ivars ha escrito para su nuevo libro: «Hace la mayor parte del trabajo sin pedir un duro, como un franciscano, y lo cuenta en su canal de YouTube. Ahí podemos ver a este curioso personaje frente a una webcam barata vestido con una camiseta raída de la Jornada Mundial de la Juventud, en medio de una habitación en la que ninguna mujer querría tumbarse, acompañado de amigos tan diferentes entre sí como los personajes de un Mortadelo y listos como Bacterio». Habla Ivars de J.F Lamata, una referencia ineludible para entender los medios de comunicación en España. Ahora saca el colmillo y la lupa con RTVE y todas sus polémicas.

PREGUNTA. – ¿De dónde surge El libro negro de TVE?

RESPUESTA.- Hay que tener en cuenta que mi tesis doctoral se centró, en gran medida, en las dinámicas internas de los medios privados. Analicé a fondo todas las movidas y conflictos que habían tenido. Luego, consideré la opción de publicarla, pero las editoriales parecían ver más arriesgado meterse con los medios privados que con lo público. Y tuve que empezar de cero, no porque no tuviera una idea, sino porque me interesaba hacer algo más testimonial, una especie de retrato de «buitres». Además, había elaborado una lista enorme de posibles entrevistados. Inicialmente, eran 190 personas, pero al final quedaron 188. Y cuatro que no estaban en mi lista original —dos lo rechazaron, y otros dos me los recomendaron sobre la marcha—. Pero al final, conseguí hablar con todos los que me interesaban. Entonces pensé: «Vale, ahora sí puedo armar este proyecto testimonial. Ahora sí estoy listo».

P.- Si sirve de algo mi opinión, me ha parecido un libro fascinante. Quizá porque soy un tanto friki de los medios, de cómo se forman grupos, de amistades, enemistades, poderosos…

R.- Le confieso que quería que el que no conociera nada pudiera conocer todas las movidas que ha habido, controversias y polémicas. Todos esos episodios oscuros que ha habido en la RTVE, pero no con la idea de demonizar a todos los que han estado al frente de RTVE, sino de intentar definirlos para bien y para mal. Todos ellos han vivido un poco en una silla eléctrica. Son en parte culpables del desastre de TVE porque han contribuido a ello.

Pero también son gente que intentó lo que ellos creyeron que era mejor, incluso si en su caso incluía el capítulo que fuera afín al gobierno que les tocó en su época. Puede parecer muy políticamente correcto, pero el libro no creo que haya gustado a ninguno de ellos. Aunque no lo crea, te despierta su lado de empatía cada mandamás que ha habido en RTVE. Incluso los que han sido más polémicos, incluso los apellidos más estigmatizados, como puede ser el señor Calviño o el señor Urdaci. A mí me despierta mucha empatía porque cada uno, a su manera, vivió su propio infierno.

P.- Sí hay que decir que la inmensa mayoría de trabajadores de RTVE son gente honrada, currante, profesional.

R.- Debo decir que hay un discurso que se repite mucho en Televisión Española y que yo no puedo compartir. Cada vez que hay polémicas, echan la culpa a los políticos por mangonearlo todo. Y vosotros también sois parte del problema, no digo todos.

Todos los episodios bochornosos que han dañado la imagen de RTVE tienen, indudablemente, un fuerte componente de responsabilidad política. Pero cada mando político ha venido acompañado de un equipo de periodistas y profesionales de la casa que han contribuido activamente al desastre. Y luego, cuando pierden el poder, esos mismos profesionales se suman al coro de pisotear la imagen de RTVE.

Quien más ha atacado a RTVE ha sido la propia RTVE. Cada equipo directivo se ha dedicado a machacar al anterior o al siguiente. Por eso insisto: si RTVE tiene tan mala imagen hoy, es porque sus propios profesionales han sido los primeros en contribuir al destrozo. No pueden lavarse las manos. No pueden decir solo que «es culpa de los políticos». Sí, de los políticos y de buena parte de vosotros, los que día tras día trabajáis para pisotear la imagen de RTVE.

P.- Una de las lecciones que puede dar el libro es que uno, a veces, a lo mejor con una mirada más virgen, puede llegar al libro y decir: «Cómo han manejado los políticos RTVE». Pero claro, después se ve cómo son los políticos y periodistas que han querido participar de esa batalla.

R.- Muchos se preguntan: ¿por qué los profesionales de RTVE no protegen más la imagen de la cadena en lugar de deteriorarla? Pero la realidad es que ellos mismos son los que están machacándola siempre. Por ejemplo, durante la etapa del PSOE, eran figuras como Luis María Ansón desde Abc, que había sido directivo de TVE, quienes atacaban diariamente la imagen de la cadena. En la era de Aznar, ¿quién machacó la imagen de TVE? Voces como las de Iñaki Gabilondo, exdirectivo en la época de Castedo, o hace menos tiempo, era el señor Fortes quien machacaba constantemente a TVE, cuando gobernaba Rajoy.

Y allí estaba Carmen Sastre, cuando ella sale y entra Fortes. Es Sastre quien empieza a machacar a Fortes y a RTVE desde las redes sociales. Todos argumentan, y e igual pensaran, que están ‘defendiendo’ a TVE, pero en realidad, cada vez que estás machacando TVE porque consideras que la TVE de los otros es usurpadora, estás generando la imagen de una TVE donde todo el mundo mangonea o manipula. Con lo cual, toda la plantilla de TVE contribuye bastante a que siempre esté en la boca de una parte del espacio político: «Qué asco de TVE». Eso, años y años y años. ¿Cómo pretendes que no cale?

Porque llevan así desde que existe y hay democracia, porque antes no lo hubieran permitido. Pero desde que hay democracia siempre ha habido un equipo de gente de TVE que dice: «TVE da asco». Y cuando ellos toman el mando, los otros son los que pasan a decir: «Qué asco TVE». Y todos tienen derecho a opinar, pero al final todo eso ayuda a que la imagen vaya calando.

«Por primera vez en la historia, en TVE se dispara a los que atacan al Gobierno»

J.F. Lamata posa con su libro en la sede de THE OBJECTIVE. | Víctor Ubiña

P.- Lo que uno ve con su análisis de toda la historia de la RTVE produce una sensación de pena, rabia o tristeza. Uno ve que ningún gobierno, ni ningún consejo de RTVE, ningún presidente, ha cumplido la palabra de la independencia, de la neutralidad política, del buen hacer. ¿Cree que hay solución? ¿Es optimista?

R.- Entiendo que, con todo lo que está cayendo, esto no sea lo que más preocupe. Pero creo que una de las asignaturas que puede apuntarse el Gobierno de Sánchez es haber terminado de destrozar el espíritu —si es que alguna vez lo hubo— de la ley de 2006. Realmente, es muy difícil ser optimista, porque se ha intentado casi todo.

Se intentó que RTVE tuviera presidentes —o antes, directores generales— sin carné de partido. Y hay que recordar que, entre los directores de TVE, ha habido personas que eran directamente diputados, o que venían de ser secretarios de Estado, o incluso jefes de prensa que acababan de dejar el cargo. Es decir, una serie de cosas que eran… bueno. Incluso llegamos a tener un director, José María Calviño, que en un acto público, durante la inauguración de una sede de RTVE, dijo: «Voy a hacer todo lo que esté en mis manos para que la derecha no gobierne».

Pero incluso cuando se nombraba a gente —entre comillas— independiente, muchas veces acababan siendo más dependientes que otros. Por ejemplo, Fernando Castedo, que tenía carné de la UCD, era más independiente que algunos que vinieron después y no lo tenían, como el señor Robles Piquer.

La ley de 2006 decía: «Vamos a hacer algo nuevo. Vamos a conseguir que el poder ejecutivo no esté concentrado solo en el director general, sino que haya un Consejo con funciones ejecutivas». Además, ese Consejo no duraría cuatro años, sino seis, para desvincularlo de las legislaturas. Porque, claro, cada legislatura lo cambiaba todo. Bueno, podía ser una buena idea.

El Consejo no lo nombraba el Consejo de Ministros, sino el Congreso. Un poco recordando el modelo del CGPJ, que tampoco es la mejor solución del mundo, pero bueno. El caso es que la ley establecía que todo debía hacerse por consenso: una mayoría cualificada. Al fijar el umbral en dos tercios, se obligaba a la primera y la segunda fuerza a pactar el presidente de RTVE y su Consejo. Y así llegó Luis Fernández, el primero en inaugurar ese modelo.

Pero no aguantó los seis años. Tampoco lo hizo Alberto Oliart, que vino después. Ni González-Echenique, que ni siquiera fue nombrado conforme a la ley, porque no se consensuó. Tampoco la cumplió José Antonio Sánchez. Entonces uno podría pensar: «Bueno, estos del PP no la cumplen porque son unos tal…». Pero la esperanza llegó cuando Pedro Sánchez asumió el Gobierno. Se esperaba que volviera a cumplirse la Ley de 2006. Toda aquella narrativa de los «Viernes Negros» y las manifestaciones masivas se basaba en que el PP había incumplido esa ley. Eso decían el Consejo de Informativos de entonces, etc.

Y no solo eso: decían que incluso querían ir más allá, que el presidente fuera elegido por concurso. Es decir, no solo consensuado, sino consensuado y tras haber pasado un concurso profesional. Y llegó Pedro Sánchez y dijo: «Concurso profesional», cumpliendo lo que se pedía.

Luego, si quiere, hablamos de la mayor chapuza de la historia: cómo trató RTVE el Gobierno de Pedro Sánchez en su primer año. No ha habido peor transición en toda la historia de la presidencia de RTVE. Los candidatos se peleaban públicamente en Twitter, borraban mensajes de sus redes sociales… y al final no fue ninguno de los que lo intentaron en ese momento.

Pero lo que ha pasado el trimestre pasado ha sido brutal. El mismo Pedro Sánchez, que había llegado diciendo: «Voy a respetar la Ley de 2006 y, además, la voy a mejorar porque me lo piden los trabajadores, y la haré por concurso público», ahora ha dicho: «¿Para qué concurso?». Asume como una ocurrencia lo que él mismo impulsó en 2018, porque ni siquiera han intentado repetirlo. Y viene a decir: «Bueno, si el PP se saltó la ley, yo también puedo saltármela». En resumen: Sánchez ha matado a Zapatero.

P.- Y eso que ahora son muy cercanos.

R.- Era la única herencia que quedaba. Es que, al menos, la izquierda —ya que la derecha nunca creyó en ello— debería haber respetado el único sueño vivo de la ley de 2006: que el presidente de RTVE se escogiera por consenso. Pero ahora, Sánchez actúa como Rajoy; se ha rajoizado. Con la diferencia de que aquella no era una ley de Rajoy. Te apropias de una ley criticando que Rajoy no cumplió la suya… pero el PSOE tampoco lo ha hecho. Y llevaban años vendiéndonos la matraca de que ellos sí creían en una televisión pública consensuada.

¿Y qué hacen al final? Sacan un decreto ley, se cargan al consejo anterior y colocan uno prácticamente a dedo. Le quitan competencias al Consejo, pero le suben el sueldo. Una cosa fantástica: vais a hacer mucho menos, porque ahora el presidente concentra los poderes que antes tenía el Consejo de Administración, más los que ya tenía de por sí, y otros nuevos sobre contenidos generales. Resultado: tenemos un Consejo castrado… pero que cobra diez veces más.

No parece muy difícil entender que los que están ahí no están precisamente para decidir nada, sino para regalar algo muy entrañable a los socios parlamentarios. Pero, sobre todo, no se dan cuenta del golpe moral que eso supone. Más allá del contenido, se ha destrozado la imagen de los viernes negros.

Y digo esto porque el hecho de que no haya habido movilización… Ya sé lo que van a decir: que están en contra de lo que se ha hecho. Pero, la verdad, no he visto mucha movilización.

Y eso nos lleva a reinterpretar aquella movilización de entonces. ¿Fue realmente por la defensa de la Ley de 2006? ¿O fue simplemente porque no eran los vuestros y punto? Porque eso es lo que la gente va a pensar. Porque ahora tendría que haber habido protestas… y no las ha habido. Con lo cual, Sánchez ha destrozado la imagen de la Ley de 2006, del Consejo de Informativos y de todos los que protagonizaron los viernes negros.

P.- Usted lo recuerda en su libro: cómo, en abril de 2018, de manera sincronizada, la plana mayor del sector mayoritario —Fran Llorente, Alicia Gómez Montano, Xabier Fortes, María Escario, Almudena Ariza— tuiteó una interpelación a la presidenta del Congreso (entonces del PP, Ana Pastor) para que desbloqueara la renovación del Consejo de RTVE. Ese era el motivo de los Viernes Negros. Mucha gente en redes sociales se pregunta por qué no vuelven, si ya hemos visto esto antes…

R.- Teóricamente, si no hay concurso… Y es más: han ido más lejos. Ni siquiera se han molestado en consensuar el nombre de José Pablo López con la oposición. Así que, en teoría, están haciendo lo mismo que hizo Rajoy con González-Echenique o José Antonio Sánchez: incumplir la ley. Pero podríamos decir que esta era vuestra ley, la que más presumía el PSOE: «Yo intenté».

La apuesta del señor Zapatero era: «Quiero una TVE de la que pueda colgarme la medalla de haberla despolitizado. Que pueda permitirme incluso alguna colleja al partido, mientras mi figura quede al margen. Y para eso, me he ganado la confianza del director de Informativos, que no forma parte del núcleo duro de la dirección de RTVE».

Y los que le iban a apoyar eran los medios privados, porque su modelo era fortalecer a los operadores privados que simpatizaban con él: Cuatro y La Sexta. Igual que Aznar había querido apostar por un modelo privado con Antena 3 —la Antena 3 de Telefónica Media— para que le defendiera. Aunque al final, en el último momento, tuvo miedo y dijo: «No, voy a refugiarme en la pública». Porque esto no siempre sale bien.

Pedro Sánchez, en cambio, no se fía de los privados. Ha hecho algo distinto. Es la primera vez que, en lugar de reforzar un medio privado amigo, apuesta por hacer fuerte a una televisión pública afín.

Todos los gobiernos han querido que la pública fuera su zona de protección, su campo de fuerza. «Aquí no se toca». Pero luego trabajaban en levantar un medio privado leal, que funcionara como su escopeta: el que disparara por ellos. En este caso, la escopeta está siendo la propia TVE. Eso es llamativo. Esa es una diferencia clara entre el modelo de Pedro Sánchez y los de Aznar o Zapatero.

P.- ¿Eso no había pasado nunca?

R.- Yo diría que no. Claro, si nos remontamos a la primera etapa de Felipe González —cuando no existían las televisiones privadas—, era otro mundo. Entonces no había aún ese concepto de «televisión escopeta». Lo que existía era una televisión pública con una lógica heredada del NO-DO: un espacio donde se volcaba la información sin demasiada profundidad. Todo era muy por encima.

La labor informativa más profunda se hacía en los medios escritos. Y si había una batalla por el control mediático, era por tener un periódico afín, no una televisión. Eso empieza a cambiar en los años 90, con la irrupción de las televisiones privadas. Entonces, los gobiernos empiezan a entender que lo público no puede —o no debería— opinar demasiado. No puedes usarla para atacar.

Lo que nunca se concebía era que la televisión pública atacara a un medio privado. Era una contradicción en sí misma. La pública debía ser hermética. A Urdaci, por ejemplo, nunca se le habría pasado por la cabeza decir en antena: «Esto que publica hoy El País es mentira». Él entendía que no se podía hacer. Estaba en la pública y le tocaba aguantarse. Si quería quejarse, lo máximo era escribir un artículo o mandar una carta al director.

«Quien más ha atacado a RTVE ha sido la propia RTVE»

P.- Había cierta estética, digamos.

R.- La televisión pública es el lugar donde el Gobierno es sagrado, pero no donde se dispara contra quienes lo critican. El modelo de José Pablo López ya dejó ver esto cuando se lanzó toda la artillería contra Pablo Motos. No es que Broncano hiciera un alegato contra él; es que toda la artillería disparó. Todos los espacios de TVE cargaron contra Pablo Motos: desde programas de corazón, con Anne Igartiburu, hasta La Hora de La 1, con Intxaurrondo. Incluso los informativos, y eso sí que es un formato que está pautado. Y no fue Broncano. No seamos ingenuos.

Lo que vimos fue que alguien decidió que toda la casa debía movilizarse contra un programa de una cadena privada. Fue una orden editorial: todos contra Motos. Y no le extrañe que veamos algo similar en el nuevo programa de Jesús Cintora, Malas Lenguas. Ya lo ha hecho Silvia Intxaurrondo en un programa propio. Se refirió a este digital como «ese panfleto con el que me río cada vez que lo leo». Y no lo dijo en una carta al director. Lo dijo en directo, delante de todos. Eso, antes, se entendía que no se podía hacer. Nada lo prohibía, pero era una cuestión de principios: la televisión pública la pagan todos, y ese espacio no es tuyo.

P.- Y vemos cómo Sánchez no confía ni en sus propios medios afines, también a raíz de la posibilidad de ese nuevo canal, apodado por algunos como Telepedro. Y toda la batalla interna —despidos mediante— que ha provocado en el Grupo PRISA, con la victoria, de momento, de su presidente, Joseph Oughourlian.

R.- Es curioso, porque cuando llega Oughourlian a la presidencia del Grupo PRISA —después de llevar a cabo una purga bastante significativa—, algunas de las personas purgadas acaban en THE OBJECTIVE. Una de las cosas que hace, literalmente, es acercarse al Gobierno. Y el argumento que usa para justificar esa purga y el giro editorial (que ya había comenzado antes, pero que él consolida) es una cuestión de nicho.

Él entiende que El País, históricamente, debía ser el periódico con el que se identificaran los afines al Partido Socialista. Y hoy, el socialismo está representado por el sanchismo. Según su visión, la cúpula que dirigía El País no era sanchista. Podía ser progresista, sí, pero no en clave Sánchez. Así que se ejecuta la purga y se realiza el cambio editorial.

Y claro, esto viene de un directivo dispuesto a hacer más, que además lo plantea como una apuesta empresarial. Él decía: «Si la gente quiere identificar a este periódico como el que defiende al Gobierno frente a otros, pues tiene que ser así, ¿no?»

Es como si el director de ABC no estuviera alineado con la cúpula del Partido Popular, y el empresario dueño del diario dijera: «Esta gente, por narices, tiene que llevarse bien con el presidente del PP, porque es quien va a marcar el rumbo». Y ojo, se enfadarán con esta comparación, pero muchas veces los medios están orientados a nichos.

El problema que ha tenido el plan Oughourlian son los números. Cuando le dicen que hay que apostar por televisión, él responde: «Perdón, una cosa es que me digas que el periódico sea afín, pero… ¿tengo que volver a eso ahora? Estamos saliendo de una deuda que aún no está pagada, todavía se está negociando la última ampliación de capital… ¿y ahora quieres meterme en televisión?»

Oughourlian ya lo dijo en 2020: que la televisión, para PRISA, había sido una ruina. Que Sogecable fue el cáncer del grupo. No quieren ver la televisión ni en pintura. De hecho, creo que todo esto no habría pasado si Miguel Barroso no hubiera muerto. Porque Barroso era, de alguna forma, el intermediario de todas estas operaciones. Y recordemos que Barroso no era un consejero cualquiera, propuesto por un accionista cualquiera; no venía de Global Alconada, el grupo detrás del proyecto de TelePedro. Era un consejero a propuesta del propio Oughourlian. Es decir, le había reconocido cierta confianza. Barroso era quien tenía el contacto directo, quien metió a Contreras en la ecuación.

Muere Barroso, su hueco no se cubre, y Contreras empieza a hablar como si fuera él. Pero Barroso era quien tenía la voz real; Contreras solo es el locutor del momento, el que sigue tirando del hilo. Pero todo parece indicar que no estaba tan bien atado. Luego llega la dimisión de Carlos Núñez como presidente ejecutivo de PRISA Media, la salida de Contreras, y la filtración de esa reunión entre el ministro Óscar López, Marc Murtra (presidente de Telefónica) y el líder de Vivendi —grupo francés con participación importante en PRISA— para pedirle que vendieran sus acciones a inversores afines al Gobierno.

De todos modos, los afines a Contreras siguen decididos: quieren sacar adelante esa nueva televisión con o sin PRISA. Ya veremos.

P.- ¿Cree que todos estos vaivenes mediáticos, lo rápido que se le han visto las costuras al Gobierno de Sánchez, no habrían ocurrido si Miguel Barroso siguiera vivo?

R.- Sí, porque Barroso era más hábil. Con él vivo, Oughourlian nunca habría escrito aquella tribuna en El País diciendo que «espera que el Gobierno no se plantee actuar como la dictadura de Franco». Lo de PRISA tiene mucho que ver con TVE, porque —junto con las partes nobles de la defensa de una televisión pública— siempre están los negocios. Los negocios de quienes, en distintos momentos, han llegado a Televisión Española con la intención de saquear lo que puedan. Prestan servicios, aprovechan su buena relación con el Gobierno de turno. Siempre ha sido así.

Ahora bien, ¿qué sentido tiene crear una televisión privada nueva, si no tiene ni activos ni inversión? Bueno, para atraer inversión, primero necesitas tener activos. Y una televisión con cuatro tertulianos no pasa de ser un Toro TV o un Canal Red. Pero, ¿y si creas activos?

Si tú utilizas Televisión Española como el mejor laboratorio de pruebas… Si ahí construyes un grupo de programas que funcionan, un equipo sólido, unos directivos con tablas, estrellas mediáticas que arrastren público… Entonces, si llega un cambio de Gobierno y todos tienen que irse, ya tienes algo montado. Ya tienes un proyecto con músculo, con talento probado, con audiencia. Una pista de aterrizaje. Y, oye, a lo mejor funciona.

El analista Lamata durante la entrevista en ‘El purgatorio’. | Víctor Ubiña

P.- ¿La habilidad de la izquierda con los medios no la tiene la derecha en España?

R.- El problema es que, con la derecha y lo público… hay una cuestión estructural: la derecha no sabe qué opina sobre la televisión pública. No es que esté a favor ni en contra, es que directamente no lo tiene claro. Llevamos cuarenta años y la derecha todavía no ha decidido qué piensa de TVE. Le preguntas según el día y te cambia la respuesta.

Eso es lo que pasa con el principal partido político de ese espacio en nuestro país: no tiene una postura definida. Y es llamativo que el gobierno que presume de ser el más liberal —como es el de la Comunidad de Madrid— nunca se haya atrevido a meterle mano a Telemadrid. Al final, como todos los políticos, se sienten atacados y dicen: «Al menos, en la pública me defiendo».

Últimamente, están creando programas muy defensivos. Me sorprendió mucho ver el primer programa de Antonio Naranjo en Telemadrid. Salía una imagen de Ayuso y él decía que la estaban atacando injustamente. ¿De verdad vas a ser tan explícito como para defender directamente a la presidenta en tu primer programa?

La cuestión es: si no os atrevéis, no digáis que lo vais a hacer. ¿Por qué no suprimís de una vez ese argumentario liberal que dice que «hay que cerrar las televisiones públicas»? Miguel Ángel Rodríguez, por ejemplo, decía: «Yo las cerraría todas». Entonces, ¿qué pasa? ¿Cuando mandas, ya no quieres cerrarlas? ¿Ya no quieres suprimir la televisión pública? ¿Ya no eres liberal?

Si no tenéis un modelo claro de televisión, es muy difícil defender lo público. De todos modos, igual que a la izquierda se le da mal una cosa, a la derecha también le falla otra. Por ejemplo: la izquierda no sabe hacer tertulias. Esos programas donde todos opinan lo mismo… son un poco tristes. Pero, en cambio, a la derecha eso sí le funciona. Ahora bien, cuando la derecha intenta hacer otras cosas, es de pena. Igual que la derecha no sabe hacer humor, la izquierda no sabe hacer tertulias.

P.- Lamata, como buen buitre, saca a la luz cosas que no recordábamos. En marzo del 2000, El País publicó un manifiesto de personalidades de la sociedad civil que pedía el voto a la izquierda para que Joaquín Almunia fuera el nuevo presidente en un gobierno de coalición PSOE–Izquierda Unida. Entre los firmantes: Eduardo Sotillos, Diego Carcedo, Alicia Gómez Montano y Pepa Bueno.

R.- La verdad, es curioso este tema. Había una excusa —aunque fuera un poco ilegal— que, de haberse usado, habría permitido decir algo como: «Bueno, vamos a hacer una reasignación». Y, casualmente, González Ferrari, entonces director general de RTVE, podría haber dicho: «En la próxima reorganización, vamos a apartar a estas personas».

Y lo cierto es que esas personas, en el fondo, se habrían defendido. Porque tenían apoyos dentro de la casa. Recordemos que Alicia Gómez Montano y otros, como los Sacaluga, formaban parte del grupo que estuvo durante la etapa de María Antonia Iglesias, cuando Pepa Bueno estaba en la territorial de Madrid.

«Fue inaudito ver cómo toda RTVE se movilizó contra Pablo Motos»

Ese equipo quedó un poco marginado cuando llegaron primero Buruaga y luego Urdaci, pero siguieron allí. Como decía, Montano era la jefa de Política durante la etapa de María Antonia Iglesias. En su momento, incluso se llegó a decir —casi en broma, pero con bastante fondo— que era poco menos que la representante de Roldán en las tertulias, porque venía de Navarra y tenía muy buena relación con él.

Todo ese mundo estaba vinculado a una etapa turbia: la de los GAL, las cloacas del Estado, por ponerlo en términos actuales. Y tenía cierta lógica que quien estaba al frente de la sección de Política estuviera bien relacionado con ese entorno. Ese era el grupo del que venía. Y cuando llegó el PP, Montano quedó en un cargo que tampoco era menor: subdirectora de Informe Semanal. Estuvo allí durante todo el gobierno de Aznar. Y entonces llegamos al manifiesto al que usted aludía.

Lo ridículo es que ese manifiesto decía: «Nunca antes se había manipulado tanto en TVE». Y uno piensa: a ver… tú estás trabajando en esa TVE que dices que está siendo manipulada. No sé si lo he entendido bien. ¿Lo estás diciendo mientras sigues trabajando ahí? Era llamativo. Pepa Bueno, por ejemplo, seguía trabajando en TVE cuando firmó ese manifiesto.

Y claro, esto no funciona como una empresa normal. En cualquier empresa, si un grupo de trabajadores firma un comunicado diciendo: «Creemos que el jefe de esta sección es un manipulador», solo hay dos salidas: o se despide al jefe, o —si la relación se mantiene— es porque hay confianza y buen ambiente.

Pero aquí no. En RTVE, gente del propio equipo firma un comunicado pidiendo el voto a la izquierda porque dicen que «nunca antes se había manipulado tanto», y siguen todos allí. Eso es algo que solo puede pasar en TVE. Y luego, encima, nos metemos en debates sobre si se censura su libertad de opinión. Claro que no se puede censurar la libertad de opinión. Pero tampoco se puede trabajar bien si tu propio equipo está diciendo públicamente que lo que se hace está rematadamente mal. Eso no proyecta mucha confianza.

Y lo más llamativo: a esas personas no solo no se las tocó, sino que incluso ganaron cierto prestigio con ese gesto. Aquel comunicado no deja de ser el antepasado directo de lo que luego sería el Consejo de Informativos.

P.- Todo esto me lleva al presente. Cuando, en medio de la carta de Sánchez a la ciudadanía —en la que dudaba sobre si continuar en el cargo—, se lanzó un manifiesto firmado, entre otros, por Silvia Intxaurrondo e Iñaki Gabilondo, donde se criticaba el «golpismo judicial y mediático». Todo, por informar acerca de la esposa del presidente.

R.- No me gusta opinar mucho, pero… qué lamentable. Lo siento de veras, porque parece que al decirlo uno pierde objetividad, pero mandar una carta para solidarizarse con el Gobierno —aunque lo pienses— es algo que, en teoría, no debería hacerse.

Se supone que un Gobierno no necesita solidaridad. Las manifestaciones de apoyo suelen dirigirse a personas o colectivos desprotegidos, que no tienen medios para defenderse. Es como si mañana empiezan a atacar duramente al líder del partido que sea, por ejemplo, al señor Feijóo, y entonces los periodistas de El País salieran diciendo: «Nos solidarizamos con el señor Feijóo».

Por muy bien que te caiga, y por mucho que creas que lo que se está haciendo con él es injusto, no corresponde. ¿Por qué? Porque él ya tiene recursos de sobra para defenderse. Tiene voz, estructura, poder institucional.

Una carta de apoyo tiene sentido cuando se refiere a alguien sin plataforma. Por ejemplo, si un político retirado que fue ministro hace veinte años está siendo injustamente vilipendiado, puedes decir: «Algunos seguimos creyendo que lo que hizo merece respeto». Pero aquí estamos hablando de un presidente en activo, con todos los recursos del Estado, incluso con la Abogacía del Estado a su disposición. Y la está utilizando, lo cual, por cierto, me parece legítimo.

«¿La gente sabe que estamos pagando a 7.000 personas en RTVE, y luego viene Broncano a hacer su programa con personal externo?»

Pero es que, además, se da una circunstancia particular: este asunto tiene relación directa con Televisión Española, donde trabajan algunas de las personas que firmaron ese manifiesto. Y si hay alguien que no debería haberlo firmado, es precisamente quien luego lo compartió en redes sociales, en Twitter. Y sí, me refiero a ella, a Silvia Intxaurrondo, que efectivamente lo hizo.

Salvo que lo hiciera para presumir de «soy la primera de la clase», en plan: «Señor, póngame un positivo». No lo entiendo. No le ha beneficiado en nada. Gabilondo, bueno, está en otra etapa. Pero en su caso —ella, que está en TVE—, si hay una periodista que, por pura cuestión de imagen profesional, no debería haber firmado algo así, es precisamente ella. Trabaja en la televisión pública.

De todos modos, un manifiesto es algo ridículo. No es el campo de batalla de un periodista. Si tienes algo que decir, escribe una tribuna. Argumenta. Pero no recurras al eslogan.

P.- Hemos conocido que el Consejo de Informativos de TVE ha abierto una investigación por la emisión del documental 7291, que presenta la pandemia en España como un fenómeno casi exclusivo de una zona y una figura política concretas: la Comunidad de Madrid y su presidenta, Isabel Díaz Ayuso. Veremos qué se dice, pero Lamata rescata en su libro un episodio vergonzoso: una pieza que preparó Jenaro Castro para Documentos TV, en la que se cuestionaba la gestión del Gobierno de Sánchez durante la pandemia. Pero ese reportaje, tal y como lo concibió Castro, nunca llegó a emitirse.

R.- Ese momento fue realmente bizarro. Y hay que tener en cuenta que la pandemia no fue, precisamente, un episodio del que el sector mediático de este país pueda sentirse orgulloso —supongo que en otros países también pasó, pero aquí fue especialmente evidente.

Es muy llamativo que, con todo lo que hubo de cuestionable en la cobertura de la pandemia en 2020, ahora que se cumplen cinco años, todo el foco se esté poniendo sobre la Comunidad de Madrid. Aunque, en realidad, ese documental se emitió casi un año después de los hechos.

Lo que ocurrió fue que nadie se atrevía a abordar ese tema… y fue Jenaro Castro quien decidió hacerlo. A él lo habían arrinconado, lo tenían haciendo un programa en La 2 que se emitía de madrugada. Pero como aún tenía contactos, dijo: «Voy a hacer una pieza donde se evidencie lo que pudo costar aquella imprevisión. Voy a sacar testimonios. Voy a mostrar datos».

Era un reportaje que, en principio, nadie se tendría que haber enterado que existía. Y, además, no olvidemos que estábamos en la etapa de Rosa María Mateo, que dejó un capítulo bastante oscuro en la historia de RTVE. Sinceramente, cuesta sacar algo positivo de aquella dirección. Todos acabaron enfrentados con todos. No creo que hoy haya nadie que hable bien de aquella etapa.

Lamata en mitad de la entrevista. | Víctor Ubiña

En ese contexto, emitir un reportaje que cuestionara la labor del Ejecutivo durante la pandemia era algo que no se podía soportar. Y estamos hablando de un reportaje que se emitía en La 2, a las doce de la noche. Y aun así, fue objeto de censura.

Porque el equipo de la sección de Informativos —es decir, bajo el mando de Rosa María Mateo y con Enric Hernández como director de Información y Actualidad— decidió intervenir la pieza, meter mano. Y no solo eso: lo hicieron sin informar al autor.

Cuando Jenaro Castro se entera, ve que le han metido un pegote de seis minutos al principio del reportaje. Un añadido. Un parche. Y todo el mundo ahí justificando: «Es que había que contextualizar…», «es que…». Pero más allá de lo que se opine sobre el contenido, lo que está claro es que fue una falta de respeto hacia el autor.

Tan grave fue, que incluso el Consejo de Informativos —que, con perdón, era un órgano que detestaba profundamente a Jenaro Castro— tuvo que darle la razón. Y te aseguro que no lo hicieron con alegría. Fue como una plaga para ellos: «Qué miseria, tener que darle la razón a Jenaro Castro, el tipo al que más odiamos».

Pero no podían justificar lo que se había hecho. Y el Consejo terminó condenando la actuación de la dirección de Informativos de entonces, con Josep Vilar al frente. Aunque, siendo sinceros, yo no me creo que una decisión tan drástica, tan bizarra, se tomara sin el visto bueno de los dos tutores del momento: Enric Hernández y Rosa María Mateo.

P.- ¿Le entrevistarán en alguno de los programas de RTVE?

R.– Es que, lo que me hace gracia, es que no me gustaría que se interpretara el libro como un ataque a la televisión pública. Lo que ocurre es que, insisto, hay gente que ha protagonizado episodios muy discutibles. Y creo que lo que está ocurriendo en TVE, y el tratamiento que se le da al modelo de servicio público, solo se entiende si se analiza su relación con los negocios privados.

Lo curioso es que tanto quienes se consideran progresistas como los más liberales coinciden en que este es un tema que nunca se toca.

La idea de un negocio en el que todo se convierte en una batalla es, en parte, lo que ha ocurrido dentro de TVE. Lo extraño es cómo las empresas privadas aparecen siempre como moscas cada vez que hay un cambio de gobierno. Se aprovechan de la situación, arrasan con todo lo que pueden… y luego se van.

Y, claro, la pelea por el control de los recursos sigue, mientras los que se quedan tienen que hacer malabares para gestionar lo que queda.

«Mucha gente pensará, al ver que ya no hay viernes negros en RTVE, que aquello fue porque no mandaban los suyos y punto»

Cuando Aznar llegó al poder, TVE estaba dirigida por un hombre que, en mi opinión, fue un gran director, pero también con intereses personales en la industria. Como bien saben, al final, siempre coinciden los intereses de las productoras privadas con quienes están al mando en las instituciones públicas. Un ejemplo claro fue la llegada de De la Riva a la dirección de TVE, donde apostó por formatos como Operación Triunfo. Fue el gran contrato de su vida para Endemol, la productora detrás del éxito. ¿Y qué pasó después de su mandato? Pues se convirtió en consejero delegado de Endemol. Qué casualidad, ¿no?

Luego, en la etapa de Zapatero, se nombró presidente a Luis Fernández, un hombre vinculado al mundo de las productoras privadas, como Globomedia. Luis Fernández nombró a Javier Pons como director de TVE, que, casualmente, venía del entorno de El Terrat y había trabajado con los señores Roures y Contreras. Durante su mandato, los mejores contratos y producciones fueron a parar a esas productoras. Programas como Las mañanas de Mariló Montero o 59 segundos son ejemplos claros de cómo se externalizaba la producción hacia compañías privadas.

¿Qué ocurría? Las productoras se beneficiaban de una audiencia enorme, mientras la televisión pública se iba vaciando de contenido propio. Y no es que el equipo interno no pudiera producir programas de calidad. La clave era que se prefería pagar a productores externos, aunque al mismo tiempo tuvieras que seguir pagando a miles de empleados internos. La televisión pública ya no producía, era un negocio para unos pocos.

Pero claro, cuando termina el mandato de Luis Fernández, deja una deuda de 70 millones de euros. Eso sí, los beneficios personales, los contactos y las audiencias alcanzadas estaban ahí. Como siempre, la gente que salió de RTVE acabó trabajando para los mismos grupos privados que estaban en la cúpula entonces. Y es ahí cuando los vínculos se hacen más evidentes: Mediapro, Globomedia… Son los mismos actores que siguen haciendo negocio, pero no son quienes se quedan con la responsabilidad de gestionar el servicio público.

¿Y qué nos ofrece ahora José Pablo López? Ha conseguido que mucha gente que no veía la pública vuelva a verla. Y sin duda lo va a lograr: la audiencia va a subir. Eso queda muy bien, se puede presentar así. O también se puede decir: «Voy a hacer que mis amigos hagan negocio. Y a lo mejor, cuando esto acabe, me voy con ellos». O si no soy yo, serán mis amigos. Para favorecerse bien. Porque todo se puede vender muy bien.

Son ese tipo de directivos. Ese modelo de activos que trabajan para hacer crecer la audiencia pública, sí, pero también para generar beneficios para unos cuantos. Lo curioso es que esa parte se disimula mucho.

Oye, ¿cómo es posible que una persona como Elena Sánchez —que lleva toda la vida en la televisión pública, más de 40 años—, que ha sido acusada sistemáticamente de ser una comisaria del PSOE por su sensibilidad progresista, no haya tenido nunca el mismo nivel de respaldo que otros que han venido a hacer negocio?

Cuando llega el momento de Broncano, no creo que haya ningún problema personal con él, ni con lo que hace en el programa. Lo que yo me planteaba era: «Oye, ¿no podríamos pensar una forma de hacer esto un poco más económica?». Se trata de plantear: ¿por qué no hacerlo con un equipo de aquí, de la casa?

Pero entonces Broncano dice: «Es que yo no me llevo los 14 millones anuales, es que es mi equipo». Vale. Pero ¿era necesario?

La gente sabe que estamos pagando a 7.000 personas en RTVE: maquilladores, cámaras, redactores, realizadores… Y luego resulta que todos los programas se hacen con personal externo. «No, es que yo me fío más de mi cámara, me fío más de mis maquilladores». Ya, bueno, pero es que esos ya los estamos pagando. Están en plantilla. ¿Y nadie dice nada?

Ese tema nunca se toca. El Partido Popular nunca se atreve. ¿Y por qué? Porque sabe que, si lo hace, le van a recordar lo que ellos hicieron cuando estuvieron al mando. Así de simple.

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