The Objective
El zapador

Periodistas de investigación, ¡gracias!

El desempeño de estos héroes se vuelve aún más indispensable ahora que la justicia se siente comprometida o debilitada

Periodistas de investigación, ¡gracias!

Javier Rubio Donzé.

El actual Ejecutivo quiere arrasar con la separación de poderes. Es una demolición progresiva, un trasvase de competencias que transforma un Estado de derecho en un mero «Estado de Leyes». En este nuevo orden, la ley no es un límite al poder, sino una herramienta maleable a su antojo, una suerte de plastilina jurídica que se estira y encoge según las necesidades del inquilino de turno. La Constitución, ese texto sagrado que debería ser el faro inamovible, parece ahora una carta de intenciones, un mero adorno en la fachada de un edificio que se desmorona.   

La última ocurrencia, la Ley Bolaños, es la prueba fehaciente de esta deriva. Se cocina a fuego lento, con la discreción que precede a los grandes golpes, para ser aprobada este verano. Se pretende arrebatar la instrucción judicial a los jueces para entregarla a la Fiscalía, y, como guinda, someter a la UCO a su control directo. La mayoría de los jueces y fiscales han alzado la voz, no sin razón, ante lo que perciben como una injerencia política y un intento de castrar al Poder Judicial, una jugada siniestra para quien busca impunidad.   

Los socialistas saben que, si la justicia ordinaria se les resiste, siempre queda el Tribunal Constitucional para borrar sus delitos. Ya sucedió con los ERE y el jueves el TC avaló la infame Ley de Amnistía. La sensación provoca escalofríos: cuando el último contrapeso, el supuesto garante de la constitucionalidad, se pliega a los intereses del ejecutivo, la democracia liberal empieza a ceder terreno a una democracia popular donde la voluntad del líder se impone sobre la ley. El aval a la amnistía significa pedirle perdón al procés, es un mensaje claro: el poder puede reescribir las reglas para blindarse. Pero ¿por qué esta prisa, esta urgencia por desmantelar todos los contrapoderes? La respuesta es tan evidente como dolorosa: la corrupción. El cerco judicial al entorno del presidente se estrecha, y cada nueva revelación debería ser un clavo más en su ataúd. Pero, no. Pedro Sánchez siempre se las arregla para resistir, acelerando la demolición del Estado de derecho. Si el cerco judicial aprieta y la corrupción amenaza con alcanzar al propio presidente, la única salida es neutralizar a quienes investigan. Es la única manera de no acabar en el banquillo.

Y así, mientras el poder se atornilla, nos vamos consumiendo, cada día más afligidos. Cada día más angustiados. La preocupación es enorme. Al menos, en mi caso. Cada diez minutos, hago un barrido de medios. Mi búsqueda, que ya supera la obsesión, es siempre la misma: esa noticia, ese titular, esa revelación que, por fin, haga tumbar este Gobierno. ¿Soy un iluso? Es posible. Lo cierto es que la cruda realidad es desesperanzadora. Las acusaciones de corrupción, los audios, los informes de la UCO, las imputaciones de su círculo más cercano, todo parece resbalarle a Don Teflón. Se agarra al poder con una fe exasperante. El último informe de la UCO, el de Santos Cerdán, dejó a Pedro Sánchez sonado, pero, pese a los golpes, no cae. Su capacidad de resistir, de convertir el fango en abono, es prodigiosa. El Gobierno siempre se blinda, haciendo que cualquier desmán sea perdonado por los propios, bajo la amenaza de que «si caemos vienen estos a los que odiáis». Es una jugada cínica, pero efectiva, que convierte la lealtad tribal en un escudo impenetrable contra la rendición de cuentas.   

La desesperación ciudadana se agudiza. Es una carrera contrarreloj. Necesitamos que los jueces y los escándalos vayan más rápido que las maniobras golpistas de Sánchez que buscan ganar impunidad. Pero la justicia, por su propia naturaleza, es un paquidermo. Sus tiempos son lentos, deliberados, sujetos a un rigor procesal que exige indicios, informes, plazos y recursos. El goteo de información delictiva que va aflorando es el resultado de meses, incluso años, de diligencias e investigación minuciosa. La justicia avanza lenta, pero avanza, sin embargo, el poder se mueve con la agilidad de una gacela. Esta asimetría es demoledora: el Ejecutivo, enfrentado a un brutal cerco judicial, no quiere esperar el veredicto de los tribunales; por ello, se anticipa, legisla, y reconfigura el tablero para asegurar su supervivencia. Ahora mismo, da la amarga sensación de que, en esta carrera, el poder ejecutivo lleva ventaja.

En este panorama desolador, donde las instituciones parecen claudicar o ser cooptadas, la última línea de defensa, la vanguardia que aún resiste, son los periodistas de investigación. Son los que se atreven a sacar a la luz lo que el poder se empeña en ocultar. La labor de todos los periodistas independientes que fiscalizan al poder es muy necesaria, pero para el ciudadano español que ve cómo se lamina su democracia, los periodistas de investigación son todavía más importantes. Desde esta tribuna quiero darles las gracias a todos porque la labor que hacen es maravillosa. Son los buenos de esta película. Si tuviera la oportunidad de vivir otra vida, me gustaría ser como ellos. Pero por favor, periodistas de investigación, pisen el acelerador. Gracias, Ketty Garat. Gracias, Teresa Gómez. Gracias, Pelayo Barro. Gracias, Esteban Urreiztieta. Gracias, Alejandro Entrambasaguas. Gracias, Jorge Calabrés. Gracias, Alberto Sanz. Gracias, Gonzalo Araluce. Gracias, Gema Huesca. Gracias, Irene Tabera. Gracias, Irene Dorta. Gracias, Miguel Ángel Pérez. Gracias, Carlos Cuesta. Gracias, Borja Negrete. Gracias, Rubén Arranz. Gracias, Javier Chicote. Gracias, Agustín Marco. Gracias, José María Olmo. Para mí y para muchos españoles sois auténticos superhéroes.

Los profesionales antes citados (puede que me deje alguno) no son simples cronistas; son los ojos y oídos de una sociedad que se ve desprotegida. Los hay que investigan a tiempo completo y otros que compaginan la investigación con otras labores periodísticas. En cualquier caso, su desempeño se vuelve indispensable cuando los mecanismos formales de control, como el Poder Judicial, se sienten comprometidos o debilitados. Necesitamos como agua de mayo que estos valientes profesionales afloren más fango, fango que no puedan convertir en abono. Necesitamos que encuentren la prueba definitiva que saque al tirano de Sánchez de la Moncloa. Necesitamos ver con nuestros propios ojos el ansiado «smoking gun» (término inglés muy apropiado para referirse a una evidencia concluyente, un delito flagrante que demuestra la culpabilidad de alguien). Que rebusquen, que excaven, que persigan cada hilo de la infinita madeja de corrupción. Y por favor, que lo hagan rápido. Porque, como bien se intuye, si gana Sánchez, perdemos. Y no hay vuelta atrás. Nos lo jugamos todo.

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