
El último superviviente
No tiene pinta el dimitido Mariano Rajoy de ser un hombre que se aburra sin hacer nada. Todo lo contrario. Después de cuarenta arduos años esquivando sables y propinando parsimoniosas y silentes puñaladas, el registrador de la propiedad bien se ha ganado el descanso de casino demorado y caminata urgente. Pierde la política española a un buen parlamentario. Por humor estupefacto y sorna sobrada. También es cierto que, por regla general, la oposición se lo ha puesto a huevo. Menos en su trágico final.