«Aplaudo al puritanismo que considera que ningún consentimiento infantil exonerara al adulto de las responsabilidades propias de su edad»
Según los cristianos, el Apocalipsis constituye el extraño pronóstico que hace la Iglesia sobre su propio final
Convertimos las escenas típicas del cine en las únicas posibles porque no somos capaces de imaginar aquello que no hemos sufrido en carne propia
En los días pasados ha tenido lugar en Roma una cumbre de presidentes de conferencias episcopales, para abordar la lucha contra los abusos a menores. Al menos desde hace unos quince años, parte del diagnóstico y de las soluciones son evidentes. Otra cosa es que se actúe en consecuencia, y que cambie la cultura dentro de la Iglesia, especialmente en los países con menos recursos y de culturas menos favorables al rigor institucional.
Una luna teñida de sangre se cierne sobre la colina vaticana. De fondo, un fresco de intrigas palaciegas que reflejan una crisis mucho más honda. La carta escrita por el exnuncio vaticano en los Estados Unidos, Carlo Maria Viganò, –un J’accuse en toda regla contra el papa Francisco y algunos de sus colaboradores– supone un paso del Rubicón inaudito en la reciente historia de la Iglesia.
La tradicional gestión de los casos de pederastia dentro de la Iglesia católica ha ocasionado los graves problemas de credibilidad a los que se enfrenta a cada paso la institución.
Tres jueces han juzgado a los cinco miembros de “la manada”, acusados de una violación múltiple. Dos han resuelto condenarles por abuso sexual. El caso ha sido devorado por una verdadera manada de hienas, que han querido sacarlo de su ámbito natural, el de los juzgados, para convertirlo en un asunto puramente ideológico. No se trata de seis jóvenes en un portal durante los sanfermines, sino que ella representa a todas las mujeres y ellos a todos los hombres. La campaña tiene la altura intelectual habitual. Verbigracia, sus lemas “yo sí te creo” y “no es no”.
El periodista Melchor Miralles habla del escándalo de los abusos sexuales en la ONG Oxfam y hace un llamamiento para que volvamos a confiar en los cooperantes de estas organizaciones.
Yo era, lector, de los que pedían permiso. Con el paso de los años, y aminorado ya el sentimiento de ridículo que aún me suscitan no pocos episodios de mi torpe adolescencia –mas por amor se puede hacer el ridículo– crece en mi ánimo la sospecha de haber perdido, por timidez, más de un beso, o lo que es peor y más grotesco, de haberlo perdido por la vanidad, propia del pedante, de pensar que al amor se llega a través de las palabras.