«El presidente ha pasado de no comunicar decisiones a querer compartir responsabilidades. No es que le haya dado un ataque de consenso, sino que ahora requiere de una amplia mayoría para sacar adelante medidas valientes»
La política española me recuerda a las parodias de las telenovelas que hacen en Saturday Night Live, donde cada réplica es un giro de guion aún más disparatado que el anterior
El PSOE ultima para septiembre una propuesta de Gobierno para Unidas Podemos: un ‘acuerdo programático más esperpento’. Los socialistas, que tienen cogida la medida de protagonismo a la formación morada, ofrecerán “algo más” que un acuerdo programático sin llamarlo coalición, según apuntan las fuentes consultadas. El entorno de Pedro Sánchez asegura que se trata de “un buen acuerdo” que podría desencallar las negociaciones para la formación de una “alternativa progresista”.
Sea cual sea el desenlace final, la marcha de los representantes británicos de las instituciones comunes puede hacer zozobrar el equilibrio que ha existido en la Unión Europea
Partido Popular y Ciudadanos han acordado un programa de gobierno para Andalucía que incluye medidas económicas y de fortaleza de las instituciones.
Es difícil juzgar la diplomacia. Se repara en sus errores históricos, que adquieren en el debate público una relevancia que nunca tienen sus numerosos aciertos. Por definición, son casi invisibles. Es ya un lugar común acudir al primer ministro británico Neville Chamberlain cuando se busca defender una posición más combativa.
La norma no escrita de dar una tregua crítica a los cien primeros días de todo gobierno ha ido quedando arrumbada como un uso vetusto. En coincidencia cuantitativa con la duración del retorno de Napoleón desde la isla de Elba hasta Waterloo, esos cien primeros días a veces han ido a la par con el estado de gracia, un período de levitación en el que la confianza en el nuevo elegido parece casi unánime. No lo hemos visto con Theresa May pero sí con Macron. En general, una nueva presidencia de la Quinta República garantiza ese período de gracia. Tras la victoria presidencial, haber conseguido una nueva mayoría parlamentaria –para un partido de hace dos días- convierte a Macron en un político en estado de gracia, llegado en el momento más oportuno para, después del “Brexit”, rehacer el eje franco-alemán dándole un toque gaullista. ¿Hasta cuándo? En un mundo tan acelerado, la erosión política parece haber liquidado los privilegios del estado de gracia. Lo hemos visto otras veces: un político de nuevo cuño –caso Obama- se convierte en paradigma, para acabar entrando y saliendo del taller de reparaciones.
Barack Obama recibió un Premio Nobel de la Paz preventivo. Su único mérito era no ser George Bush hijo; algo que le ha sido dado y en lo que ni siquiera ha podido mediar por ninguna vía. El Nobel de la Paz otorgado a Juan Manuel Santos también tiene algo de apaño. Se lo concedieron desde el convencimiento de que el pueblo de Colombia iba a seguir, sumiso, las indicaciones de la cayada de Santos, bien regada de dinero legal e ilegal. La campaña por el sí contaba con todos los medios a su favor, mientras que la del “no” sólo tenía de su lado tres cosas. Una, el apoyo de los dos políticos más respetados de su país, Álvaro Uribe y Andrés Pastrana. Dos, la posición contraria del presidente con peor valoración de la historia democrática de Colombia, Juan Manuel Santos. Y tres, el peso, casi geológico, de la realidad.
Desde afuera de la realidad e idiosincrasia colombiana, el “NO” parecía imposible, parecía insólito. De primera vista, era como estar en contra de la paz, y eso es totalmente irracional, aunque sin embargo en nombre del bien se ha hecho en la historia mucho, pero mucho mal.