«Pero no vale la pena insistir en una queja tan estéril, igual que tampoco obtenemos nada cada mes de diciembre cuando protestamos por la cicatería de la guía Michelin al conceder sus preciadas estrellas a los restaurantes de la piel de toro»
«Así que hemos pasado de los días rojos a los días puchero, que son esos en los que uno echa en remojo la víspera un puñado de lentejas, alubias o garbanzos y, desde primera hora de la mañana, la olla está cociendo a fuego lento uno de esos platos de cuchara que nos enseñaron a hacer nuestros mayores»
María Jesús Espinosa de los Monteros
“La vida misma es un atracón”, me digo mientras paseo por Palma de Mallorca y recuerdo a la mítica cocinera francesa Julia Child, autora de esta frase imbatible.
¿Cuánto vale la vida de una persona? Quienes vivimos en democracias liberales pensamos que el valor del individuo tiende al absoluto. Pero no siempre ha sido así. Se trata de una convención. Históricamente, las personas no han gozado de los mismos derechos, ni siquiera de la misma dignidad. Aún es así en buena parte del mundo. Qué poco vale la vida de una mujer en Afganistán. La vida de una persona en Venezuela vale menos que un iPhone. Hay lugares donde los niños se tienen por cálculo de utilidad: son una fuerza de trabajo. Qué desgracia ser gitano en Hungría, homosexual en Pakistán, cristiano en Irak. Quién querría verse en la piel de un reo en Tailandia. Y en China, en India, nadie quiere hablar de la misteriosa desaparición de cien millones de niñas: según las estadísticas, la ratio de mujeres por cada hombre en estos países es de 0,94, mientras en el resto del mundo es de 1,05.
Desde hace un tiempo he tomado conciencia de lo que supone poder elegir qué comer, que no es otra cosa que una bendición divina por la que deberíamos dar gracias cada día; he valorado que el simple hecho de comer varias veces todos los días es un lujo que no todos pueden permitirse
No acaba el día sin que veamos por estos pagos a una persona sin recursos encaramada a un cubo de basura para procurarse el sustento, pero también hay otra clase de personas que no se atreven ni a pedir porque su situación les produce impotencia y culpabilidad. Se llaman pobres vergonzantes.
Pero para chulos, nosotros. Así que subimos la ciega: os devolvemos la lista de las narices aportando nuestro granito de arena. Los diez alimentos más adictivos (y poco recomendables) del mundo, pero con nombres y apellidos.