Antonio García Maldonado, un hombre contra el final de la aventura
El ensayista nos regala un libro fabuloso donde caben ‘Master and Commander’, la exploración del espacio y un par de vueltas al sentido de la vida
El ensayista nos regala un libro fabuloso donde caben ‘Master and Commander’, la exploración del espacio y un par de vueltas al sentido de la vida
«Su instinto espoleado por la insatisfacción ha dado con una formulación brillante: el asunto de nuestro tiempo es la falta de aventura»
«A democracy in crisis is, above all, a democracy that does not perceive itself to be in crisis. That is why a healthy democracy looks more like a democracy suffering a bout of hypochondria rather than an apparently muscular and glossy specimen, boasting low levels of cholesterol»
«Hay algo mucho más atávico en la reciente importancia que concedemos los legos a los datos, en la atención que les prestamos y en las esperanzas que en ellos ponemos: nuestra vieja necesidad de certidumbre, nuestro rechazo a lo imprevisible»
«Las palabras gruesas se han adueñado del Congreso y del Senado»»»
«La libertad de movimientos del virus puede ser la puntilla que acabe temporalmente con avances como el Tratado de Schengen»
«Los padres que piensan que con el veto parental protegen a sus hijos de supuestos parias favorecen que sus vástagos tengan más probabilidades de convertirse en unos»
«El Brexit tiene mucho de trampantojo, de fiesta nacional hueca del nacionalismo inglés, tras la cual notaremos la resaca, para finalmente estabilizarnos en algo muy parecido a nuestra vida en común hasta ahora»
El cambio climático de origen antropogénico nos pone ante uno de esos quiebres de la historia en los que actuar en una u otra dirección
«La imagen de la superioridad del Estado y de la democracia nos hace mejores y ojalá no sea la última»
“Estos detenidos decían actuar en nombre de su causa, esa que, nos dicen, solo puede ser no violenta y pacífica, à la catalana. Hablar de «ciudadanos comprometidos» y de «represión», o de conspiraciones judiciales y políticas como han hecho Torra y otros es irresponsable”
«Las razones para llegar a la Luna tenían más que ver con las estrategias de la Guerra Fría que con ese impulso atávico por satisfacer la curiosidad»
El nacionalismo es la exaltación política de una nostalgia, y no es extraño que haya hecho su reaparición en un contexto de crisis de fe en el carácter inequívocamente positivo del futuro
Se ha salvado una bola de partido, otra más, y parece que Europa se dispone de nuevo a hacer honor a su tradición de avanzar desde la agonía
Uno de los desafíos permanentes a lo largo de la historia ha sido el de medir y cuantificar las cosas. Detrás de herramientas tan rutinarias pero sofisticadas como el sistema métrico decimal o el diseño del Producto Interior Bruto hay toda una lucha atávica del ser humano contra la abstracción abrasiva de una naturaleza enigmática. Una realidad que trata de comprender, mensurar, utilizar y transformar. Desde el sextante de un viejo barco hasta el medidor geiger de una central nuclear, todos los instrumentos de medición obedecen a ese mismo impulso.
Si en la declaración de los testigos ha quedado patente la distancia entre realidad y discurso, aquí se evidenció la brecha entre la realidad y el deseo.
Hace unos días, Inés Arrimadas, portavoz de la ejecutiva nacional de Ciudadanos, explicaba el veto al PSOE tras las elecciones generales afirmando en rueda de prensa que su partido no podía pactar «con quien indulta a golpistas». La descarada fake news[contexto id=»381731″] dejaba abierto el resquicio cobarde de la metáfora y la ambigüedad del lenguaje, recursos impropios de la evidence-based policy que dicen practicar en su formación. No fue algo improvisado al calor de la comparecencia, pues unos instantes después, la cuenta de Twitter del partido entrecomillaba su acusación y la expandía como hecho consumado por la red, hasta llegar por Whatsapp a chats familiares y grupos de amigos.
Ha comenzado el juicio a los líderes políticos catalanes que participaron en el diseño y la ejecución del procés y la Declaración Unilateral de Independencia (DUI). Las vistas se producen en un contexto político marcado por la caída del proyecto de Presupuestos y el inminente anuncio de elecciones generales anticipadas. La imagen de los acusados en el banquillo del Tribunal Supremo compite así con otras noticias políticas, pero acaba por imponerse en nuestros telediarios y conversaciones en redes. Durante meses, hemos escuchado que este sería el momento de los argumentos técnicos, de la aséptica narrativa jurídica, y que nada de lo que hasta entonces habíamos opinado unos y otros tendría sentido ahora: se impondría una verdad judicial, ajena al ruido, las preferencias y los sentimientos de los espectadores.
Es peligrosa la nostalgia. Lo estamos viendo estos años, cuando multitud de movimientos políticos exitosos se basan en la recuperación de un pasado idealizado. Proyectos a los que millones de ciudadanos se suman sin reparar en la veracidad de sus fundamentos ni en la bondad de sus promesas. Si la realidad parecía difícil de cambiar en la era de los discursos políticos de la resignación y el futuro estaba demasiado lejos, quedaba a mano el pasado para utilizarlo como manta y refugio.
El mes pasado se conmemoró el armisticio que puso fin a la Primera Guerra Mundial en noviembre de 1918. Los líderes globales se reunieron en Francia para participar en una serie de actos de homenaje y memoria. Conmemoración que tuvo su cénit en la visita de la canciller Merkel y el presidente galo a la reproducción del vagón donde se firmó el acuerdo que terminaba con cuatro años de batallas y muerte. Allí se vieron gestos graves y contritos, con los que los dirigentes –sobre todo los europeos– pretendían transmitir el compromiso con la paz en un momento en el que las potencias desconfían de los organismos multilaterales de posguerra.
La llegada de líderes ultra, ajenos al sistema, se interpretó primero como un hecho insólito, producto de una modernidad desbocada por la crisis y la aceleración del tiempo histórico.
Ha vuelto a suceder. Ahora en Brasil. Casi medio país, en unas elecciones polarizadas y broncas, se echa en brazos de un líder demagogo, de retórica antiestablishment y con escaso apego a las normas y formas de la democracia liberal. Jair Bolsonaro tiene una hemeroteca realmente nutrida.
Uno de los debates más recurrentes tras la crisis es el que gira alrededor de si los jóvenes viven o vivirán peor que sus padres. Es una pregunta muy amplia y difícil de contestar, entre otras cosas porque no hay un modelo exclusivo de vida buena. Pero si sobreentendemos que juzgamos en función de variables económicas relacionadas con la calidad del empleo, los salarios o la certidumbre vital y laboral, parece fácil concluir que vivimos y viviremos peor que nuestros padres.
Nunca como en vacaciones de verano esta segunda realidad se hace más explícita. La llegada familiar a las costas trae consigo un golpe de realidad balsámico.
Vivimos en un espacio mediático hipertrofiado por la información política. No sobre políticas, sino alrededor de detalles nimios y zafios, carentes de toda relevancia real que impiden la política. Lo estamos viendo con las primarias del Partido Popular que se votan hoy, y que muchos en televisión y diarios narran con la épica y el sentido trascendental de la crisis de los misiles de Cuba, y otros con el detallismo de un libro de Antony Beevor sobre la estrategia militar de los aliados en el Día D. Menudencias a las que, sin embargo, acudimos ansiosos para poder participar en la última tangana digital en Twitter o de un grupo de Whatsapp. Cuando todo indigna o interesa, nada indigna o interesa. Porque una indignación o un interés real no dura cinco minutos o una semana, que es lo que tardan en desaparecer nuestras polémicas cotidianas.
Hace unos días, el diputado de Cs y portavoz económico, Toni Roldán, presentaba una propuesta de reforma del mercado laboral que ha pasado desapercibida en medio del tráfago informativo de escándalos menores. En una entrevista en Vozpópuli, el titular rezaba que «hay que dar más protección al trabajador y no al puesto de trabajo» y en el cuerpo del texto afirmaba que se trata de «un modelo de futuro con una flexibilidad imprescindible para las empresas y mayor protección del trabajador». Roldán es un político serio, y de él y de su equipo siempre salen propuestas trabajadas, independientemente de que se esté de acuerdo o no con ellas. En este caso, la propuesta se hacía eco de una recomendación bastante extendida y aplicada ya en otros sitios. La flexiseguridad es el concepto estrella para un mercado laboral del siglo XXI bajo los efectos de la disrupción tecnológica y la competición global.
Ya aconsejó Wittgenstein que «cuando no se puede hablar, mucho mejor es callarse». Antes, en el siglo XVIII, el abate Dinouart escribió que «sólo se debe dejar de callar cuando se tiene algo que decir más valioso que el silencio». Ocurre que las redes sociales y el modelo de negocio de la prensa digital pendiente del click y la publicidad hacen esto difícil a los ciudadanos, y directamente imposible a los editores de prensa y los analistas. Pero, aun entendiendo las razones, el comportamiento de los medios durante la moción de censura y la conformación del nuevo Gobierno ha dejado síntomas preocupantes sobre papel ambivalente que el periodismo juega en nuestras democracias en plena revolución digital.
Todos sufrimos la tentación escapista en algún momento. En el espacio, creemos que todo irá mejor en un nuevo sitio lejano, quizá en el pueblo de la infancia en una casa encalada o en una cabaña artesanal como Walden, de Thoreau, o la torre de Montaigne.
En una escena de Rojos, la adaptación al cine que Warren Beatty dirigió y protagonizó en 1981 de la crónica Diez días que sacudieron el mundo, alguien pregunta por qué es a la Rusia zarista y en guerra a donde hay que ir para entender el momento histórico, a lo que John Reed responde…
Quedan apenas dos días para que llegue abril, el mes del que TS Eliot desconfiaba «pues engendra / lilas en el campo muerto, confunde / memoria y deseo, revive / yertas raíces con lluvia de primavera». Acaban de pasar las siete y media de la mañana. Miro el mar y comprendo el lugar común de la «calma tensa». Lo entiendo por oposición: el agua transmite una paz genuina e hipnótica con rompeolas de juguete, como de la ciudad dos pequenitos de Coimbra a la que mis padres nos llevaron a mis hermanos y a mí siendo eso, un pequenitos. No hay un antes ni un después de ninguna tormenta. Me pregunto por la generosa función pedagógica de esa cidade portuguesa en miniatura, como si fuera un recinto para mostrar gradualmente la fealdad del mundo pero también su embriagante y frecuente belleza.
Si la democracia está en crisis allí donde se ejerce, su idea como faro y destino de regímenes autoritarios o dictaduras económicamente eficaces se ha resentido de forma alarmante, si no definitiva. La desafección democrática en Occidente difícilmente acabará con ella, pero más peligroso para el futuro de nuestras sociedades es la renuncia de China no ya a ejercerla algún día, sino la desinhibición con la que muestra su tránsito acelerado hacia un régimen dictatorial, vigilante y, ahora, otra vez personalista. Hasta la llegada de la crisis, el consenso de los análisis veía muy probable la llegada a medio plazo de valores democráticos y liberales a un país donde la clase media crecía por millones cada año.
El pensamiento político liberal vive un hecho aparentemente paradójico: cuanta más presencia tiene en librerías y medios, más cuestionado está. Y, bien mirado, quizá no sea algo tan paradójico: se lo defiende y valora precisamente cuando el auge de movimientos populistas o regímenes iliberales lo ponen en cuestión en todo el mundo. Lo extendido de los elogios de los libros de Mark Lilla, politólogo liberal e historiador de las ideas, es un buen ejemplo de ello. El Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa publicará próximamente La llamada de la tribu, una crónica intelectual de su viaje del marxismo al liberalismo (por enésima vez, pero ahora en libro) de la mano de autores como Popper, Hayek o Berlin. Han sido constantes las cuidadas reediciones o las nuevas traducciones de libros de Aron, Mill o Schumpeter, y casi todos los ensayos críticos contra el populismo han recurrido a estos autores para ponderar las virtudes del liberalismo y su contribución histórica al progreso.
Aunque se da por superado el momento crítico del populismo reaccionario que supuso el 2016 del Brexit y Trump, 2017 no ha sido un mal año para su vanguardia. Trump presenta cifras macroeconómicas envidiables y Wall Street está en máximos, Reino Unido sigue creando empleo, Orban y Kaczynski presumen de niveles de estabilidad e incluso popularidad en Hungría y Polonia que ya quisieran muchos de sus colegas europeos. La República Checa acaba de reelegir a un presidente claramente antieuropeo y prorruso, además de haber dado la mayoría previamente en las legislativas a una suerte de Berlusconi de Malá Strana.
La idea de imponer una tasa finalista a los bancos que ha propuesto el PSOE merece más consideración que la burla habitual (muchas veces tan impúdicamente interesada) que se le dispensa a todo lo que venga de este partido. Sin entrar en si el destino final de dichos ingresos suplementarios (las pensiones) es el más adecuado, el Partido Socialista señala en la dirección correcta. El dinero está ahí, o en Apple o en Amazon o en Facebook, no en los autónomos ni en las pymes. Francia y Reino Unido aplican tasas parecidas, aunque no son finalistas.
La llegada de personajes públicos ambiciosos y resolutivos con aura de gestores con aplomo (sean políticos o empresarios) me traen a la mente al inefable Arbogast, el detective privado de Psicosis. Tras su impetuosa entrada en escena, sobrado y jactancioso, el que creemos que resolverá el difícil caso de la desaparición de Marion y el dinero tarda un cuarto de hora en morir asesinado sin misericordia. De nada le ha servido su media sonrisa sarcástica de hombre duro, experimentado, conocedor de una realidad demasiado dura para los demás y de la que parece querer ponernos a salvo.
A la ficción fantasiosa y emocional del procés se le contrapuso la esperanza ensayística y racional de los constitucionalistas. Los dos bloques polarizaron la campaña a tal extremo que el voto útil derivado de la misma ha terminado por distorsionar la fotografía y hacerla poco representativa. La primera plaza de Ciudadanos desmiente, de nuevo, la ficción del sol poble independentista. Pero el sorprendente resultado de Junts per Catalunya y la suma de escaños soberanistas nos abre los ojos frente a la esperanza de una vuelta al seny que parecía a la vuelta de la esquina.
Las sospechas sobre la potencial colusión entre el equipo de campaña y Rusia para ganar las elecciones están llegando a un punto determinante. Pese al hermetismo del fiscal especial Robert Mueller, exdirector del FBI, así parecen indicarlo algunos hechos:
Uno de los logros más aplaudidos de nuestro tiempo confuso y pesimista es el de los millones de personas que han salido de la pobreza, o el de los que han abandonado su manifestación más extrema. Según el Banco Mundial, hoy hay 1.000 millones de pobres menos que en 1990. Pero estos datos suelen venir acompañados de una interpretación que conviene matizar.
¿Existe el nacionalismo español? Sí, sin duda. Cuarenta años de dictadura franquista lo enquistó como amenaza latente con ocasionales brotes de bestialidad.
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