«Hasta que unos y otros no puedan volver a cantar juntos una canción como esa, que forma parte de la memoria compartida, seguirán sintiendo el cuestionamiento de la institucionalidad liberal como una forma de lealtad a una idea que está por encima de las normas: la que funda la nación de la que ellos se sienten parte».
En una nueva entrega de nuestro cronista parlamentario, Paco Reyero, analiza la sesión de control que tuvo lugar ayer tras la falta de acuerdos entre los partidos político.
¿Cuál es la dimensión del uso que hacen los partidos políticos de las redes sociales en lo que se conoce como “campaña oscura”?
«La España que quiero: esa en la que todos podemos encontrarnos en torno a la experiencia común de las pequeñas cosas»
En esta España nuestra y camisa blanca, de simpáticos de derechas y enrollados de izquierda, la cosa está clara: todos bajarán impuestos y mantendrán el actual sistema de bienestar. La tele. Y las dos Españas unidas, por fin, en un destino en lo universal: el aborregamiento y la farsa.
Vivimos en campaña permanente. Una mínima acción el último día supone un vuelco en las urnas
Aunque parezca que ya estamos en campaña –¿alguna vez dejan de estarlo los políticos?–, oficialmente aún no ha arrancado. Con las listas ya cerradas, depuradas, purgadas, los pucherazos descubiertos y resueltos y los fichajes estrella ya descubiertos y estrenándose con patinazos, la campaña electoral para las elecciones generales comenzará el 12 de abril.
Dentro de unos días, se iniciará en el Tribunal Supremo la vista oral del juicio contra los instigadores del procés, circunstancia que con previsible automatismo ha renovado la atención de los medios extranjeros sobre España. Hemos leído comentarios editoriales sobre la inquisición medieval y recomendaciones de indulto, mientras el independentismo redoblaba su campaña para presentarse como víctima de un injusto delito de opinión.
Si hay algo que caracteriza a nuestra cultura es el debate. Incluso cuando ha estado cercenado o condicionado, incluso cuando ha caminado por estrechos caminos, el debate ha ido ensanchando su propio espacio. Lo indudable, lo establecido, ha perdido su status, y ha dejado de imponerse como el contorno infranqueable de lo debatible. Bien está.