Algunas voces reclaman respetar la complejidad de lo que es España, protegiendo ciertas competencias de Catalunya –a lo que ya han contestado otras voces diciendo que esto sería atentar contra los derechos de los españoles no catalanistas de este territorio.
En la presentación en Barcelona del libro colectivo Anatomía del procés (editorial Debate) se habló mucho del pasado más reciente y asfixiante de Cataluña. Sin embargo, también hubo tiempo para reflexionar sobre el futuro del catalanismo.
En elSubjetivo, Aurora Nacarino-Brabo argumenta por qué y cómo la espiral de silencio ha empezado a resquebrajarse en Cataluña.
La Fiscal General del Estado, a quien llamaríamos “la fiscala” con un lenguaje inclusivo, ha dado su opinión sobre las manchas amarillas en el espacio público: ocupar el espacio público con símbolos gualdos, y retirarlos, son ambos actos amparados por la libertad de expresión. Bien está.
Pedro Herrero cree que «la autodenominada izquierda catalanista» está empeñada en volver a un mundo de ayer que no existe, y critica su incapacidad de asumir su compromiso de representación con los intereses de clase, origen y condición de su electorado.
El manifiesto de los profesores universitarios a pesar de decir que aspiran la renovación del pacto constitucional en realidad parece que buscan enterrarlo.
Algo sabe de psicología revolucionaria Gero von Randow, quien en su juventud fue un excitado radical izquierdista. Sabe, y lo explica bien en Revoluciones (Ed. Turner), que éstas son una forma de vivir que siempre acaba en decepción. Sabe que “todavía no se ha producido ninguna revolución cuyo resultado no haya sido una nueva dominación”. Nunca consiguen la igualdad prometida, sino un nuevo reparto de privilegios. Así, no es de extrañar que sea una constante que, tras su triunfo, el revolucionario profesional se apropie del más bello o imponente palacio para ejercer su nueva rutina. El chalé con piscina y casa de invitados es un simple aperitivo que nos demuestra que tras la apariencia de sentimientos igualitarios solo hay esa envidia que don Quijote despreciaba como “carcoma de las virtudes”.
El continente europeo experimenta de nuevo el movimiento telúrico de los nacionalismos y Juan Claudio de Ramón recuerda el libro Un puente sobre el Drina.
Este artículo está escrito con un estado de ánimo tan exaltado que no estoy seguro de que deban leerlo quienes me consideran una persona ecuánime, pero es que la alcaldesa de Barcelona me ha puesto de los nervios al considerar que es más digno de rememoración un payaso que un soldado. No es una anécdota que esta mujer insípida se permita dar una calle a un actor que si fuera de derechas sería machista, mientras desprecia al Almirante Cervera. Es la confirmación de que se ha instalado en la ortodoxia un síndrome político que podemos caracterizar por los siguientes síntomas: