«Es un hecho contrastado que la minoría más perseguida del planeta es la de los cristianos»
«En 2006, en la Casa de América, el gran edecán que por entonces la dirigía intentó sustituir el mensaje de paz y esperanza contenido en la figura de Jesús con la exaltación de la escalofriante pesadilla prehispánica de ciertos rituales aztecas»
«Las vibrantes discusiones que caracterizaron la universidad medieval son hoy solo un recuerdo mortecino»
«Parece adecuado recordar en estas fechas la persecución «real» que padecieron y siguen padeciendo los «malvados» cristianos en el siglo XX y lo que llevamos del XXI»
Los cristianos necesitamos desarrollar un “logos” sobre Dios, una teología, que bien mirado, no deja de ser un gesto hiperbólico
Una luna teñida de sangre se cierne sobre la colina vaticana. De fondo, un fresco de intrigas palaciegas que reflejan una crisis mucho más honda. La carta escrita por el exnuncio vaticano en los Estados Unidos, Carlo Maria Viganò, –un J’accuse en toda regla contra el papa Francisco y algunos de sus colaboradores– supone un paso del Rubicón inaudito en la reciente historia de la Iglesia.
Un amigo me avisó enseguida del artículo de Quintana Paz, por si quería rebatirlo. Se titulaba: “¿Por qué se acelera la decadencia de la Iglesia católica en España?”, así que afilé mis armas ultramontanas. Pero cometí un error fatal, de principiante. Leí el artículo. De modo que ahora, en vez de contradecirlo, lo voy a continuar.
Hay un pasaje de los Ensayos de Michel de Montaigne en que el gran francés se hace eco de un dilema ético (y cristiano) bien peliagudo. Imaginemos, dice nuestro filósofo, que se constriñera a un hombre bueno a optar entre realizar cierto esfuerzo o cometer una maldad. En principio, la tesitura no resultaría demasiado ardua: si es de veras persona bondadosa, no le importará arrostrar ciertas dificultades por mor del bien. Ahora bien, añade Montaigne, la cosa empieza a intrincarse cuando se le da a elegir a ese justo varón entre dos actos malvados. Ahí sí que (cedo la palabra a los Ensayos) “se le coloca ante una espinosa elección. Como le sucedió a Orígenes, a quien pusieron en la alternativa de, o bien adorar un falso ídolo, o bien gozar carnalmente de un horrible etíope que le presentaron. Al parecer, Orígenes optó por lo primero; y obró mal al hacer así, según algunos autores” (como Nicéforo Calixto).
¿Ser cristiano te hace mejor persona, peor o te deja prácticamente igual? Ha siglos que discuten sobre ello filósofos, escritores y vecinas del quinto izquierda, sin que hasta hoy ninguno haya llegado mucho más allá de meras conjeturas.