Cuando David Foster Wallace se lanzó a escribir sobre el rap junto a su colega Mark Costello, hizo contorneos inevitables hacia la obra de demencial y certero Lester Bangs, que no solo fue el mejor crítico musical de su época, sino de probablemente todas. Y si no fue el mejor, al menos, fue el más genuino: adrenalínico pero paciente, perturbado pero cuerdo. Agazapado sobre la máquina de escribir, Lester Bangs era como un cóctel molotov con la llama prendida en busca de un coche patrulla. Murió a los 33 años, aunque por sus fotos le intuiríamos una década más a cuestas: sería su aspecto abandonado y su bigote de narcotraficante colombiano o la forma de sus párpados o su frente sin fin.