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Un faro iluminó a Virginia Woolf y otro podría haber salvado a Foster Wallace

«Cuaderno de faros» es una historia desde el yo repleta de vínculos nostálgicos, de entender desde lo más profundo y miedoso, cómo es ese navegar por un viaje de colección de faros.

Un faro iluminó a Virginia Woolf y otro podría haber salvado a Foster Wallace

Para la escritora mexicana Jazmina Barrera, los faros son puntos de llegada y de salida, son ejes, extraños monstruos de piedra monolíticos que nos guían, amantes de los marineros y, sobre todo, puntos de exploración para evitar con un naufragio literario.

En Cuaderno de faros (Pepitas de calabaza, 2019), Jazmina Barrera indaga en la pasión que tanto ella como otros escritores sienten por los faros. La escritora narra desde su experiencia personal como viajera y lectora, creando un libro híbrido entre ensayo y crónica viajera que se fragmenta al mismo ritmo que los destellos de un faro: una reproducción del mundo de los faros, del arte y la literatura. Este pequeño libro nos lleva por las obsesiones del yo de la autora, estructurándose en seis capítulos como faros que dan luz y guían la narración. Desde Yaquina Head en Oregon al faro Blackwell, que se queda pequeño tras los largos rascacielos neoyorquinos, para terminar con un diario de viaje en El faro de Tapia en el principado de Asturias, una pequeña isla que se da la mano con la tierra a través de un malecón de solo 100 metros. A estos faros que guían también los acompañan otros como The Little Red Lighthouse en Nueva York, el Trinity Buoy Wharf en Londres, una ciudad sin mar pero con faros, o ciudades con falsos faros como Carfax en Oxford.

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Imagen vía Editorial Pepitas de Calabaza

Cada faro en el libro contiene su ubicación, la descripción de su estructura y el tiempo en que el destello ilumina el horizonte, al igual que Jazmina Barrera va iluminando la narración con pequeñas anécdotas personales: “No conocía los faros, pero ya había soñado con uno cuando era niña… No se puede pensar en un faro sin el mar. Porque son uno, pero a la vez lo contrario. El mar se expande hacia el horizonte, el faro apunta en dirección al cielo… El mar, la mar es femenina por antonomasia biológica y mitológica. El faro es masculino hasta por parecido fonético”.

No se puede pensar en un faro sin el mar. Porque son uno, pero a la vez lo contrario. El mar se expande hacia el horizonte, el faro apunta en dirección al cielo

La autora no solo describe los faros, los colecciona. En esa compilación de faros y reflexiones de viajes mezcladas con arte y literatura nos damos cuenta de que el monolito que se enfrenta al mar es igual que aquel escritor que se enfrenta a una hoja en blanco, que el ser humano que se enfrenta a esa enormidad que es la vida. “Coleccionar es una forma de escapismo… Ante el temor a la deriva, coleccionar. Coleccionar, por ejemplo, faros aporta una dirección, por más arbitraria que sea”, afirma Barrera.

Los faros acompañan obras de la literatura universal y a esos escritores que se han aferrado a esta construcción de piedra como guía. Si a Virginia Woolf un faro la salvó y le dio gasolina para seguir escribiendo, aferrándose a la vida, a David Foster Wallace haber terminado de escribir La broma infinita lo hizo perder la luz que lo anclaba a la existencia. Foster Wallace era un faro y su miedo a perder esa imaginación desde la ficción era el mar al que se enfrentaba: “no extraña que cuando terminó de escribirla haya perdido el rumbo”, concluye la autora.

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Tímido se asoma el Little Red Lighthouse debajo del puente George Washington Park en Nueva York | Imagen vía Wikimedia Commons

El ritmo en que oscila la luz del faro continua y decae. En el capítulo del Faro de Goury, probablemente el más melancólico y enloquecedor, Barrera afirma: “quizás es cierto que me gustan los faros porque soy desorientada. Me siento todo el tiempo a la deriva y por eso la imagen del marinero perdido en altamar me parece tan angustiante”. No es extraño que la autora reflexione en este capítulo sobre la soledad de los marineros, de los fareros, del faro como cíclope o como ese monstruo de mil ojos que Chersterton pensaba que era la noche. El faro padece fervor por la soledad, como diría Poe, es un hombre ermitaño o Penélope esperando un barco. La soledad cierra este capítulo, porque la soledad enloquece a los fareros. Sin embargo, la autora recalca que este oficio que enloquecía solo le podía pertenecer a hombres o mujeres con tiempo, valor de lujo en el mundo actual, ese mundo que quizás entierre a los faros y los sustituya por GPS. “Me pregunto si algún día serán abandonados por completo, si entonces volverán a ser templos de fuego en el mar, fetiche de supersticiosos y esotéricos”, narra Barrera.

Cuaderno de faros es una historia desde el yo repleta de vínculos nostálgicos, de entender desde lo más profundo y miedoso, cómo es ese navegar por un viaje de colección de faros, un viaje de heroísmo, de enfrentarse al mar, a la vida, como argonautas, de intentar volver del viaje de la mejor manera posible, con fracasos y victorias, sin embargo, como afirma la escritora mexicana al final de su libro: “no hay como volver” del viaje, por eso siempre los marineros vuelven a irse.

 

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