Hoy, el 64% de los franceses consideran que su presidente está “desconectado de la realidad social” de su país
«Hemos bajado del pedestal a los hombres y mujeres de ciencia, y ocupan su lugar unos portavoces de no se sabe qué con tanta cara como ideología»
“¿Por quién doblan las campanas?”, se preguntaban los parisinos el lunes 15 a media tarde. Doblaban por Notre-Dame de París, símbolo del catolicismo francés, el monumento histórico más frecuentado de Europa (14 millones de visitantes al año, 30.000 al día), que empezó a arder alrededor de las 18.50 horas tiñendo de rojo y negro el cielo de la Île de la Cité.
Como Django en la peli de Tarantino, Trump está desencadenado. Pero así como el esclavo liberado tenía motivos para querer eliminar a todo capataz y dueño de plantación empeñado en perpetuar la esclavitud recién abolida, las razones de Donald Trump para atacar a sus aliados y acabar con el orden mundial tal y como lo conocemos son un arcano. Cabe preguntarse si las potencias occidentales están subestimando la capacidad de destrozo del hombre. Es comprensible que quieran creer que las barbaridades que suelta en su cuenta de Twitter no se van a concretar en las reuniones cara a cara, que su retórica belicosa va dirigida a sus votantes y que luego será business as usual, pues a los aliados de Occidente vencedores de la II Guerra Mundial les unen 70 años de prosperidad y éxito como modelo económico y social que tumbó al comunismo, además de fuertes lazos culturales, históricos y estratégicos. Sin embargo, en su reciente visita de menos de 48 horas a Europa, Trump ha amenazado con abandonar la OTAN, insultado la Alemania de Angela Merkel («está controlada por Rusia»), se ha burlado del presidente francés Emmanuel Macron («debe de decir cosas interesantes, pero no le entiendo») y puesto contra las cuerdas al frágil gobierno de Theresa May, a quien advirtió que si seguía adelante con el Brexit suave propuesto por su Ejecutivo perdería su estatus de socio especial (término que ha definido las relaciones de ambos países desde el famoso discurso de Winston Churchill sobre el Telón de Acero en Fulton, Missouri, en 1946), al tiempo que se declaraba admirador del desleal y recién dimitido ministro de Exteriores, Boris Johnson. Ni que Trump estuviera siguiendo un guion escrito por el mismísimo presidente ruso, Vladimir Putin, con quien se reunió a puerta cerrada este lunes y que ha dado sobradas muestras de su deseo de debilitar la Unión Europea. Inevitable preguntarse si le paga así el favor de ayudarle a ganar las elecciones presidenciales, como sospechan muchos.
Hay algo interesantemente ambiguo en la voluntad del presidente Macron de restablecer
alguna forma de servicio militar obligatorio en Francia. La medida es al mismo tiempo
progresista y reaccionaria. Es progresista el principio de que la defensa nacional sea
obligación y tarea de todos sus ciudadanos adultos, sin discriminación por clase. Y no
cabe dudar del linaje republicano de la propuesta: fueron los revolucionarios franceses
los que en 1798 implantaron por vez primera la conscripción universal en la Europa
contemporánea: «Todo francés es soldado y se debe a la defensa de la Patria».
La llegada de personajes públicos ambiciosos y resolutivos con aura de gestores con aplomo (sean políticos o empresarios) me traen a la mente al inefable Arbogast, el detective privado de Psicosis. Tras su impetuosa entrada en escena, sobrado y jactancioso, el que creemos que resolverá el difícil caso de la desaparición de Marion y el dinero tarda un cuarto de hora en morir asesinado sin misericordia. De nada le ha servido su media sonrisa sarcástica de hombre duro, experimentado, conocedor de una realidad demasiado dura para los demás y de la que parece querer ponernos a salvo.
Apenas unas horas después de que Macron reuniera a las cámaras en Versalles para advertir de su elefantiasis improrrogable al millar de diputados y senadores –“la República no se reforma; se transforma”– Juncker llegó al Parlamento de Estrasburgo y al verse ante el hemiciclo vacío, exclamó:
–El Parlamento es ridículo; muy ridículo.
Europa vibra con cada palabra y cada gesto de Emmanuel Macron, ese JFK que todos necesitábamos para volver a sentirnos orgullosos de nuestros políticos.
Los rumores tienen la piel dura. Por no entrar en los que siguen vivos, baste recordar un par de ellos de hace casi medio siglo: uno, que la guapa actriz Sonia Bruno, recién casada con uno de los astros del Real madrid ye-yé, Pirri, había dado a luz un bebé… negro; otro, que Sol Quijano, la esposa del ministro de Asuntos Exteriores de aquella remota época, Fernando Castiella, se había fugado con el chófer de su coche oficial. Ambas historias eran palmariamente falsas y fáciles de desmentir, pero en los -bien llamados. mentideros madrileños circularon durante meses.