«La derecha y la izquierda, decíamos, se fijan en las leyes laborales. En lo que no se fijan ni la derecha ni la izquierda, sin embargo, es en la realidad»
«La realidad no admite improvisaciones: resulta demasiado dura como para sujetarla con juegos de crupier»
Nuestra crisis no responde tanto al paro como al trabajo sin recorrido, sin expectativas ni mejora
Uno de los debates más recurrentes tras la crisis es el que gira alrededor de si los jóvenes viven o vivirán peor que sus padres. Es una pregunta muy amplia y difícil de contestar, entre otras cosas porque no hay un modelo exclusivo de vida buena. Pero si sobreentendemos que juzgamos en función de variables económicas relacionadas con la calidad del empleo, los salarios o la certidumbre vital y laboral, parece fácil concluir que vivimos y viviremos peor que nuestros padres.
Hace unos días, el diputado de Cs y portavoz económico, Toni Roldán, presentaba una propuesta de reforma del mercado laboral que ha pasado desapercibida en medio del tráfago informativo de escándalos menores. En una entrevista en Vozpópuli, el titular rezaba que «hay que dar más protección al trabajador y no al puesto de trabajo» y en el cuerpo del texto afirmaba que se trata de «un modelo de futuro con una flexibilidad imprescindible para las empresas y mayor protección del trabajador». Roldán es un político serio, y de él y de su equipo siempre salen propuestas trabajadas, independientemente de que se esté de acuerdo o no con ellas. En este caso, la propuesta se hacía eco de una recomendación bastante extendida y aplicada ya en otros sitios. La flexiseguridad es el concepto estrella para un mercado laboral del siglo XXI bajo los efectos de la disrupción tecnológica y la competición global.
Es poco probable que los partidos políticos, enfrascados en sus batallas internas y en sus guerras cruzadas, preocupados por cómo dar el golpe de efecto mediático que les procure una foto atractiva y atrayente y mejoras en las encuestas, absorbidos por el corto plazo y distantes del largo, dediquen el tiempo necesario y la atención que requieren los grandes asuntos de nuestro tiempo. Nuestra obligación es recordárselos y, si siguen ignorándolos, habilitar los instrumentos precisos para condicionarlos o sustituirlos.
¿Quién no ha soñado alguna vez en su vida con irse a vivir a una isla? Yo sí que lo he soñado. Varias veces. Me gustaría escaparme lejos de aquí, de esta sociedad ruidosa y acelerada, de la maldad y de la guerra inventada por unos pocos. Querría olvidar los bombardeos de titulares y noticias que destapan la crueldad humana. Llámeme cobarde, pero creo que ahora mismo huiría como un prófugo de la injusticia.
Si no cabes, te vas. Este país se nos ha quedado pequeño. Y viejo. Y orondo. Repleto de dinosaurios sebosos. Ya no hay sitio para todos y los poderosos no están dispuestos a mover ni un milímetro sus gordos culos para dejar sitio a los que vienen.
Se hace eco el New York Times del último grito: España debería adaptarse a los horarios internacionales para ser más productiva. Dicho de otro modo, nos recomiendan los expertos eliminar la siesta, entre otras cuestiones.