«La burda actualidad, puesta a calentar en el fuego lento de la imaginación, puede transmutarse en el oro de la literatura»
El arte es largo; y la vida, incluso la de aquellos que ajustician con el fuego de Hugo pero sin su dignidad, demasiado corta.
Hay cosas que parecen inmortales porque, de una manera misteriosa, apelan a todos los hombres
Mi grito de guerra viajero, “¡Nada cultural!”, me impidió entrar en el Museo Nacional de Brasil en mis visitas a Río. La idea es que los museos siempre estarán ahí, sin mudanza, mientras que la calle muda cada cinco minutos. En los viajes con los días contados, me cuesta sacrificar por un museo media hora en un chiringuito de Copacabana tomando un agua de coco o una cerveza ‘bem geladinha’. Pero ahora Copacabana sigue ahí y el museo ha desaparecido. Podré volver a Copacabana y al Museo Nacional ya no.
Arde Galicia, arde Asturias, y como cualquier otro fenómeno sobre el que se pose el ojo de mordor de la actualidad mediática, arde hasta consumirse la verdad sobre lo que ocurre. No es que la conozcamos con plenitud, sino que no importa en realidad cuál sea. Lo que cuenta no es lo que acaece, sino cómo recombinamos los elementos que nutren las noticias para trabar un relato que nos convenga.
Pulsa el botón cuando hay que pulsarlo, por instinto, por desconocimiento, por azar o por certeza, pero lo pulsa. Después, cuando escapa del temblor, el fuego, la furia del mar o la rabia del viento, mira a la pantalla y ahí está: la belleza de la catástrofe.
Cada verano nos revolvemos al comprobar que provocar incendios sigue siendo penalmente baratísimo.