La tragedia de la autopista genovesa que ha sacudido Italia es muy italiana, sí, pero no podemos taparnos los ojos ante su dimensión europea. Es la de un continente que salió triunfalmente de la posguerra como líder de la modernidad en el mundo pero ha acabado, a lo largo del último cuarto de siglo, atenazado por varias formas de parálisis económica y social, de ensimismamiento, de abstrusas polémicas partidistas en las que los extremistas de derechas e izquierdas piadosamente englobados en ese eufemismo de «populistas» han dominado un estéril debate mientras la actividad creativa poco a poco se agostaba.