«Siempre he creído que la política española debería haber apostado por la enseñanza del patrimonio común, no sólo diferencial, que son las lenguas –todas ellas– en nuestro país»
La inmersión es siempre insuficiente porque es un correctivo contra el tiempo, un alargar la agonía
«¿Es verosímil creer que una mayor visibilización del catalán puede, aunque sea mínimamente, combatir el clima de odio que existe en Cataluña?»
Esta mañana, mis hijos y yo, de camino al colegio, pasábamos por delante de las obras de un inmenso polideportivo en construcción que lleva en esqueleto varios años. La mastodóntica obra municipal quedó paralizada por la crisis, pero desde hace unos meses los trabajos se han reanudado. Una cuadrilla de esforzados obreros va cubriendo aguas de los pabellones abiertos a la intemperie. Los niños, en el coche, comentaron el asunto. Dijo el de 10 años:
Una de las falacias que utiliza el nacionalismo catalán para defender el modelo de inmersión lingüística en las escuelas es que son solo “cuatro familias” las que están en contra. Que goza de un consenso muy mayoritario en la sociedad catalana, ¡como el derecho a decidir!
Cuando enarbolo la bandera española estoy hablando de un país con una de las mejores prestaciones sociales del mundo; de las mejores atenciones de Sanidad pública del mundo; uno de los que mejor cuida su biodiversidad y sus aguas; líder mundial de energía eólica, solar fotovoltaica y solar termoeléctrica; también en reservas de la biosfera; el que tiene más donantes de órganos del mundo;
La semana pasada, en las Islas Baleares, ocurrió un hecho extraordinario: por primera vez, se han facilitado los exámenes de lo que antes era la Selectividad, no solo en catalán, sino también en castellano a los estudiantes que expresamente así lo han solicitado. Una mezcla de provocación y osadía propia de españolistas y fascistas. ¡Menuda ocurrencia!