En los últimos días han tenido protagonismo noticias relacionadas con asuntos fiscales. Por un lado, el Gobierno ha anunciado su intención de aumentar la recaudación subiendo algunos tributos –esencialmente en sociedades vía el control de las deducciones y con la creación de nuevas tasas a las grandes tecnológicas–, y además el presidente Sánchez habló el martes en el Congreso de una nueva ley para prohibir las amnistías fiscales. Todo lo concerniente a los impuestos tiene y tendrá una importancia clave en el rediseño de nuestros anémicos Estados de Bienestar, y en concreto con el futuro de la socialdemocracia y de la democracia cristiana en Europa. No es sólo el centroizquierda el que sufre el declive electoral ante el empuje populista.
Nacemos buenos. Nacemos perfectos y luego ya nos estropeamos imitando al de arriba, copiando comportamientos y modas por afán de ascender, equivocando conceptos y dejando a un lado el espíritu crítico. Si hay suerte, nuestros padres nos vuelven a arreglar inculcando con su ejemplo una forma humana y reconstruida de toda esa bondad que cada día nos roba la sociedad.
Rescatados más de 100.00 inmigrantes en el mediterráneo en un solo día. Otro titular. Ocupa escaparate un rato y nos olvidamos. Pero ellos no se olvidan. Nos ocupamos solo delos que rescatan el Ejército español (sí, el Ejército español) y las ONG, los voluntarios. Pero cada día se ahogan decenas. El Mediterráneo es un gran cementerio de sueños, de niños, mujeres y hombres que se embarcaron en manos de mafias sin alma rumbo a una vida que era mentira, que era la muerte, y antes les sacaron el dinero que no tenían.
La atención a los que huyen de la guerra e intentan entrar en Europa para salvar su vida debería ser una de las prioridades políticas de todas las administraciones públicas. Y así lo reclama cada manifestación que durante los últimos días se ha convocado a lo largo y ancho del continente, con especial fuerza en Barcelona. Se exige un cambio en la política de acogida: más cuotas, mejor trato. Welcome Refugees. Son reclamos legítimos y esperanzadores que yo comparto y defiendo. Hay un deber moral que no se puede eludir, y no hay un “wonderful and beautiful wall” que pare a personas que no tienen nada que perder.
La prensa insiste en el renovado interés por Arendt y Orwell, autores que se ocuparon de la verdad. E insiste en llamar a esta nueva época la era de la posverdad, concepto ligado a dos fenómenos: Trump y el Brexit.
Para saber de Obama lo mejor es leer las columnas de Juan Claudio de Ramón. Hace menos de cien días y ya lo echamos de menos. Su elegancia. Su manera de escupir por el colmillo a Putin. Su ritmo bailando el Rock.
Donald Trump ha provocado un quilombo fenomenal en su país. Ha firmado un decreto con cuatro disposiciones sobre inmigración: 1) Suspende la admisión de nuevos refugiados durante 120 días mientras se estudia cómo abordar la cuestión. 2) Impone una moratoria de 90 días para algunos países, siete en total, influidos por la violencia terrorista islámica. 3) Suspende indefinidamente la admisión de refugiados sirios. Y 4) Limita el número de refugiados anuales a 50.000.
Gobernar sin amor, con desprecio, con cuenta abierta de venganzas. Gobernar como el adolescente frustrado que se resarce, al fin, de aquella chica tan lista que no le quiso besar. Gobernar contra el profesor mortal que le aburrió con saña. Gobernar desde la infelicidad y el miedo, tachando nombres, por el miedo, pasando lista, para dar miedo, añadiendo nombres, criando miedo. Gobernar para ser noticia. Gobernar para aplastar la pobreza del propio corazón destruyendo la última brizna de misericordia en el proceso. Gobernar lanzando veneno y gritando: «¡tenéis cáncer! ¡Tomad mi quimioterapia!». Gobernar convirtiendo la mesa de despacho en parapeto contra la bondad, arma contra la esperanza o un simple trozo de madera. Despreciar símbolos y quemar metáforas. Gobernar a contrapelo, a contra algo, a contra todo, en defensa propia, sin humor, sin amigos, enarbolando banderas de lugares míticos, cimientos reales de injusticia. ¿Qué pueblo es ese que solo odia y agrede y quiere quemar el pasado? Gobernar contra el color de la piel, la forma de una nariz, evocando con cada firma la frase «os vais a enterar». Gobernar dividiendo el mundo en nosotros y los otros, moros y cristianos, yo y los demás. Inventar enemigos para gobernar o gobernar sin mirar, entender, respetar a madres e hijas, abuelas y hermanas. Gobernar porque me lo he ganado. Gobernar como un niño gobierna a las hormigas del jardín, metiendo palitos en el nido y removiendo, echándole agua hirviendo, a ver qué pasa. Gobernar para sentirse amado. Ver las hormigas correr, trepando por las piernas. Sentirse odiado. Echarle la culpa a las hormigas de que te muerdan las piernas. Gobernar sembrando dolor y sentarse a esperar a ver cómo crecen maravillas. Odiar. Ver maravillas donde dejaste un desierto. Qué poco amor se reparte cuando no se ha tenido. Gobernar para darte cuenta de que sigues vivo porque el cuerpo no siente ya nada después de tantos años bajo sábanas de seda. Gobernar pensando que llegaste a lo más alto sin haberte movido del sitio en cien años. Gobernar por un solo motivo: gobernar para no ser gobernado.
El economista de la desigualdad Branco Milanovic ha acuñado un concepto verdaderamente útil para entender lo que está pasando: el de renta de ciudadanía. Con él quiere expresarse una realidad sencilla a menudo pasada por alto: así como las personas obtienen su bienestar de una serie posible –y en el caso más ventajoso, acumulativa– de rentas (del trabajo o del capital, pero también las de origen familiar o las que somos capaces de extraer de un particular talento con el que la naturaleza nos dotó), los ciudadanos resultan premiados o penalizados en su posición patrimonial según nazcan en un país rico o pobre. Es indudable que haber visto la primera luz en Europa, en algún momento posterior a la última guerra, devenga de por sí unas rentas que no están al alcance de la mayoría de aquellos que nacen en vastas porciones del resto del mundo. En un mundo desigual, nos dice Milanovic, la pregunta «¿A qué te dedicas?» es acaso menos relevante que esta otra: «¿De dónde vienes?».