«En una época dominada por el deseo de diferenciarse, nada hay más más noble que aspirar a una honrosa generosidad. ¿No decía Balzac que la pasión del incógnito era un placer de príncipes?»
«Esta izquierda cuqui de Instagram, donde prevalece el meme al argumento, la cosmética ideológica a la solución política, es la que el otro día pudimos ver en el conocido vídeo del cumpleaños de Irene Montero»
«Se empieza queriendo tomar el cielo y se acaba tomando una cámara fotográfica»
«Me sorprende mi capacidad de horrorizarme ante las escenas de sexo de las series más juveniles porque hasta las madres más progres corremos el riesgo de volvernos moralmente ultraconservadoras»
«Solo el ser humano, pongamos Q, siente insatisfacción aun teniendo una casa habitable con un frigorífico henchido»
La última vez que escribí sobre este tema, en ‘Por un Espacio Libre de Selfies’, confieso haber cometido un error garrafal: no tener una cuenta de Instagram. Ahora, al echar la vista atrás, aprecio la magnitud de mi equivocación. No fue menos que osar publicar una investigación sobre la malaria sin haber todavía conocido al mosquito.
Los influencers, gremio que se reproduce y multiplica por obra y gracia de las redes sociales, sobre todo en esa reinvención de Narciso que apodaron Instagram, han invertido la lógica del ídolo: ya no es necesario admirar a alguien por una habilidad extraordinaria que nos emociona o que nos disecciona –nos desvela- los entresijos tantas veces inescrutables de la condición humana, ahora el ídolo lo será en la medida en que se parezca, se acerque, al seguidor; en la medida en que sea celebrada impersonalidad de la masa –contra la primera impresión que nos llevamos de ellos-.
Algunas sentencias recientes por delitos contra el honor, o injurias, o calumnias en redes sociales encienden el debate, sobre todo cuando castigan a artistas cuya libertad de expresión se ve menoscabada. Se alzan voces trémulas sobre la Inquisición digital que llega. Yo no lo veo así: creo que tenemos el mismo problema que sufrimos desde hace mucho en España con un Código Penal, aun tras su reforma de 2015, que deja prácticamente al albedrío del juzgador la apreciación de delitos de injurias (artículo 208), o de calumnias (art. 205), o de amenazas (art. 169). Los periodistas y demás personas que escriben o hablan con frecuencia en los medios de comunicación tradicionales (en un sentido lato: del diario impreso al digital, pasando por la radio y la televisión) lo han sufrido muy directamente. Lo que sucede ahora es que el universo de los amenazados por alguna sentencia ha crecido exponencialmente por ese fenómeno de las redes sociales, y de ahí la alarma de algunos.
Hay un gracioso hilo de Tumblr que se ríe del cartel de un restaurante que dice “No tenemos Wi-Fi. Hablad entre vosotros. Llama a tu madre. Haz como si fuera 1993. Vive”. Basándose en ese mensaje, varios usuarios de la red social lo parodian yendo hacia atrás en el tiempo: “No ‘teléfonos’. Hablad entre vosotros. Solo cara a cara. Escribe una carta. Envíale un telegrama a tu madre. Haz como si fuera 1860. Vive.” El siguiente: “No ‘escribir’. Hablad entre vosotros. Tírale una roca a tu madre. Haz como si fuera 10.000 A.C. Vive. Urgga. Rou Graaurh. Ruh”. Llegan hasta el inicio del universo: “No ‘materia’. Existe en el vacío sin propósito ni sentido. No hay un “tú”, solo el vasto concepto de la nada. El tiempo no existe. Sé.”