Se ha sido muy injusto con Andrés Manuel López Obrador. Se le han recordado sus cuatro nombres españoles para pedirle que se mande la carta a sí mismo y que si tanto perdón espera que lo pida él.
Cuando la violación de los derechos humanos por el régimen ‘x’ se justifica por simpatía ideológica, ¿sirve de algo recordar los datos? Las cifras y estadísticas de la Venezuela de Nicolás Maduro son tan incontestables y demoledoras que resulta inexplicable, por no decir obsceno, que aún haya alguien que alabe las conquistas de ese régimen e ignore el padecimiento de su población. El PIB del país se ha reducido a la mitad desde que Maduro accedió a la presidencia hace cinco años, una caída comparable a la de la Gran Depresión, su déficit público alcanza el 30% del PIB, se ha declarado insolvente para pagar su deuda exterior y los precios se multiplican por un millón al año, (una hiperinflación similar a la registrada en la Alemania de Weimar que precedió a la II Guerra Mundial).
Bolsonaro ha arrasado en Brasil, y ya solo queda esperar que contenga sus peores impulsos y la comodidad del poder le vuelva magnánimo. Tenemos el consuelo de que la alternativa (gobernada como España desde una cárcel) tampoco era garantía de nada. Y siempre podemos recordar que no sería la primera vez que un pésimo candidato es un buen presidente. (Pienso en el peruano Ollanta Humala, exmilitar y aspirante filochavista que decepcionó a sus entusiastas del Foro de Sao Paulo al continuar las políticas de liberalismo sensato que han permitido al país crecer sin interrupción desde que comenzara el milenio).
Se acerca el domingo 30, fecha prevista por el dictador Venezolano Nicolás Maduro para los comicios de la Asamblea Constituyente en los que pretende elegir a más de 500 diputados en un proceso sin las más mínimas garantías democráticas, controlado, tutelado y adulterado por el régimen, cuya misión sería redactar una nueva Constitución bolivariana de la que se derivaría un entramado institucional diseñado a imagen y semejanza de Cuba con el que Maduro quiere perpetuarse en el poder.
Melchor Miralles consigue un agente de policía incorruptible en Rio de Janeiro: un poli de plástico.
Nadie entendió muy bien al barón de Coubertin cuando dijo aquello de que «lo importante en la vida no está en triunfar, sino en luchar» y que «lo esencial no es haber vencido sino haber combatido bien». El olimpismo moderno nació con la sospecha que despiertan siempre los ideales. A Joao Havelange, sin embargo, se le entendió a la primera cuando accedió a la presidencia de la FIFA, la máxima autoridad futbolística mundial: «Soy un vendedor de un producto llamado fútbol». Por fin alguien hablaba claro.
Caracas es una ciudad que puede dar vértigo, no sólo por la altura de sus edificaciones, sino por lo frenético de la dinámica de la vida cotidiana, y sobre todo por la histeria colectiva que genera el ver como cada quien trata de llegarle a su pedazo de renta petrolera.
Pocos días después de que me instalara en Bogotá, la revista Semana publicó una portada en la que aparecía Hugo Chávez anunciando que estaba enfermo, acompañada de la macabra pregunta de si el cáncer podría lo que no consiguieron sus enemigos. Poco tiempo después, huyendo del tráfico imposible del centro, me mudé a un apartamento en el Norte, zona pudiente, ‘estrato 5’ en la nomenclatura colombiana. Ocurría algo curioso con algunos vecinos: si entraba al ascensor con ropa deslustrada o chándal, no me devolvían el saludo, pero estos mismos vecinos se volvían reverenciales cuando entraba en mangas de camisa o traje. A mi adorable asistenta ni la miraban a la cara, y sólo empezó a subir en ascensor al sexto cuando yo la obligué.
Las acciones de guerra sucia más notables las perpetró Reagan en Latinoamérica. Los acontecimientos que se han venido produciendo en las últimas semanas en Ucrania y Venezuela tienen el sello inconfundible del manual de la CIA.