«Hoy me fijo menos en los posters de Ian Curtis y más en los bustos de Disraeli; pero seguramente es la misma mitomanía, el mismo anhelo»
«Los gestos son a la vida política lo que la liturgia a la religión. La fe sola no basta. La fe sin gestos es en política una fe muerta»
«La pregunta es, ¿es posible un Brexit sin acuerdo a fecha de hoy?»
¿A qué tipo de persona se le ocurre pedir a domicilio un chocolate caliente? ¿Se haría también traer la cerveza caliente desde Munich?
Juan Manuel Bellver reflexiona acerca del futuro de la gastronomía española después de la fama internacional que crearon restaurantes como El Bulli.
En el inicio de la película Body of Lies (2008), un oficial de inteligencia de Estados Unidos se dirige ufano a sus superiores, a los que pide un cambio de enfoque en la lucha contra el terrorismo islamista en plena ola de insurgencia tras la invasión de Irak. Les explica que, frente a nuestra fascinación por las tecnologías y los avances en el espionaje electrónico, el enemigo se mueve con costumbres de la Edad Media, se comunica con papelitos y con códigos culturales propios absolutamente ajenos a nosotros. De modo que, a su juicio, se impone una vuelta al terreno distinta, con un mayor esfuerzo por atenuar los sesgos analíticos occidentales y más conocimiento de la cultura y las formas de pensar, sentir y actuar del enemigo. Esa vuelta a lo rudimentario sería, según el analista, uno de los grandes movimientos estratégicos del yihadismo.
Efectivamente, si se puede llamar “héroe” a alguien sin incurrir en la lisonja hueca y gesticulante, sino con arreglo estricto a los hechos probados, es a Ignacio Echeverría, “el héroe de Londres”.
La iglesia del Corpus Christi, en Las Rozas, ha albergado el funeral por el ciudadano español Ignacio Echeverría. Es el hombre que perdió su vida defendiendo la de otros durante el último atentado perpetrado en Londres por los más fieles de entre los que tiene Mahoma. Fue a enfrentarse a la muerte, y perdió. Ignacio sabía bien lo que era jugársela. En una ocasión se lanzó al mar, dando la espalda a una bandera roja, para sacar de los brazos del agua a su hermano. Tenía madera de héroe. Seguro que su catolicismo le ayudó a ayudar al prójimo en peligro. Seguro que la fe en que los justos recibirán un premio eterno le consoló de antemano en su cara a cara con la muerte. Ya no se lo podrá explicar a un descreído como yo, que de la fe guardo sólo el recuerdo.
«Más que una conquista –escribe Rachel Bespaloff en De la Ilíada–, el sentido de lo verdadero es un don». El don es la dignidad humana, cuyo valor se asienta en los límites precisos de la experiencia concreta y no en el coro de los derechos abstractos. «Lo que Homero exalta y santifica frente a Nietzsche –prosigue la filósofa búlgara– no es el triunfo de la fuerza victoriosa, sino la energía humana en la desgracia, la belleza del guerrero muerto, la gloria del héroe sacrificado, el canto del poeta en los tiempos futuros; todo aquello que, vencido por la fatalidad, sigue desafiándola y la supera».