Inauguramos año con la misma sensación con la que cerramos el anterior: intuyendo que, al otro lado, no sabemos dónde, acechan los bárbaros. Tomen estos la forma del auge de China, las crisis migratorias, la revolución tecnológica, el aumento de la desigualdad o la degradación de salarios y condiciones laborales. La sociedad occidental parece en guardia en la Fortaleza Bastiani que Dino Buzzati retrató en su novela El desierto de los tártaros. O ante el más reciente Muro de Juego de Tronos que separa Los Siete Reinos de las tierras de los salvajes.
Ni el frío, ni el mar. Ni las montañas, ni las cuchillas de la valla. Nada. Nada puede interponerse en el camino de una persona que lucha por su vida. No tiene nada que perder, nada.
Una vez más los medios de comunicación, todos, prensa, radio y televisión vuelven a hablarnos de los nuevos intentos de saltar la valla de Melilla. La misma imagen de siempre.
Ahora los turistas que deseen sacarse una foto con la majestuosa Casa Blanca deberán alejarse
dos metros más. Norma de seguridad y ¿símbolo de distancia?. ¿Distancia que los ciudadanos mantienen con los políticos?, ¿o la distancia que los políticos mantienen con la vida real?
La han llamado Princesa. Nadie se explica como ha sobrevivido. Yo os lo diré. Cruzó cada minuto de aquellos insalvables 14 km sostenida en brazos de La Muerte.
Cuando el agua traga, no mira el color. Cuando el fondo reclama a la superficie lo que hará suyo para siempre, no escucha el idioma de los gritos. Cuando el oleaje azota y destruye, no lee la matrícula de las embarcaciones.
Por más cuchillas, alambradas, palizas, piedras, zanjas y daño que queramos hacerles, sólo existe una explicación: la fuerza del hambre. Yo si sé lo que hay al otro lado. Yo si sé lo que les espera. Todos lo sabemos.
¿Por qué una foto entre millones termina convertida en icono? Lo desconozco, y para ser sincero, prefiero que siga perteneciendo al terreno de lo mágico, como el destino, el azar y el amor.
Algo nos falla cuando hemos perdido la sensibilidad y la sorpresa ante el dolor ajeno. Cuando se nos enfrió tanto el corazón que no conoce la empatía, mucho menos la solidaridad.