«En México el silencio es tan letal como una bala. Es un arma de doble filo: si no callas, pagas con tu vida; si lo haces, pagan otros –y este año ya van más de 20.000 personas asesinadas–»
Creo que el momento de mi vida en que más me ha alegrado no ser “de izquierdas” se dio hace un par de años. Fue mientras visitaba un majestuoso palacio, el de los Golfines de Abajo, en una de las ciudades acaso más hermosas de la Tierra, Cáceres.
El 17 de marzo tuvo la ocurrencia de declarar formalmente abolido el neoliberalismo
La nación mexicana no se liberó de la colonización española, sino que surgió de ella
«La extemporánea declaración del presidente mexicano López Obrador no es tan anecdótica ni irrelevante como puede parecer»
Eran las seis de la tarde en Ciudad de México. Íbamos al aeropuerto. Llovía a cántaros y tronaba.
— ‘Vaya pinche tráfico. Esto no se aguanta más, joven’
Inauguramos año con la misma sensación con la que cerramos el anterior: intuyendo que, al otro lado, no sabemos dónde, acechan los bárbaros. Tomen estos la forma del auge de China, las crisis migratorias, la revolución tecnológica, el aumento de la desigualdad o la degradación de salarios y condiciones laborales. La sociedad occidental parece en guardia en la Fortaleza Bastiani que Dino Buzzati retrató en su novela El desierto de los tártaros. O ante el más reciente Muro de Juego de Tronos que separa Los Siete Reinos de las tierras de los salvajes.
En México lo primero que nos dicen a los visitantes es que de la calle no se deben coger taxis. Que mejor llamar a una línea, o coger un Uber. Pues la amenaza no es solo que le den a uno vueltas laberínticas en una de las megalópolis del mundo, sino que, en algunos casos extremos, la vida misma entre en peligro.
Es peligrosa la nostalgia. Lo estamos viendo estos años, cuando multitud de movimientos políticos exitosos se basan en la recuperación de un pasado idealizado. Proyectos a los que millones de ciudadanos se suman sin reparar en la veracidad de sus fundamentos ni en la bondad de sus promesas. Si la realidad parecía difícil de cambiar en la era de los discursos políticos de la resignación y el futuro estaba demasiado lejos, quedaba a mano el pasado para utilizarlo como manta y refugio.