«Sospecho que amamos al pobre porque destaca nuestra virtud y lo odiamos porque evoca nuestra miseria»
Las subastas permiten encapsular el tiempo por un módico precio de 148.000 dólares. Un precio desorbitado para el poemita de una niña holandesa, que esbozó unos pocos versos dedicados a «Cri-Cri», la hermana mayor de su mejor amiga. O al menos eso le hubiera parecido a ella, que escribió aquello como un juego. La tragedia que la engulló después convirtió este pedacito de papel en una reliquia que el mercado ha tasado hoy en un precio. Qué extraña paradoja tienen esos objetos que nos sobreviven. Depende de quién los roce pueden acabar en un desván, en el expositor de un coleccionista o como adorno de habitaciones donde convivirán con otros objetos con memoria. Así, en las tardes de los días festivos, su dueño paseará en silencio por la estancia y tratará de escuchar las historias que encierran. Pero a veces no se oye nada.
Un grito desgarrador de miseria, desde el mismo suelo hasta el firmamento, porque los pies descalzos duelen a sus dueños e intentan romper con fuerza la piedra de los corazones que los observan.