¿Nunca más? Cómo mirar los horrores del pasado
La memoria puede ser un imperativo ético, pero el olvido es una terapia indispensable para seguir viviendo
La memoria puede ser un imperativo ético, pero el olvido es una terapia indispensable para seguir viviendo
La primera película estadounidense del mexicano Michel Franco cuenta la relación entre dos personajes desolados
«El riesgo de la amnistía es que se confunda con la legitimación moral de un bando en detrimento del otro; o con la liquidación de la legalidad vigente por unos votos»
«La obsesión con la memoria colectiva puede ser igual de nociva que el olvido»
«El miedo es un gran motivador. Y una sociedad educada en el miedo es una sociedad que se calla»
Tan pronto como leemos o escuchamos un texto, olvidamos gran parte de las palabras concretas que se utilizaron
«La muerte es un enigma ante el que nos quedamos sin palabras y ante el que la eternidad se erige como una promesa y una esperanza»
«El poder borra la memoria que pone en duda los fundamentos de su propia identidad. También a veces intenta eliminar el recuerdo de lo que pudo ser»
En Italia ya es obligatorio para quienes lleven bebés en el coche contar con un dispositivo antiolvido bajo pena de multa, según ha anunciado el Ministerio de Transporte italiano. La nueva legislación exige a padres, abuelos y acompañantes que los niños menores de cuatro años vayan en asientos de seguridad que tengan un mecanismo de alarma para evitar que se olviden en el coche.
Un avión con destino a Malasia ha tenido que regresar a Arabia Saudí después de que un pasajero se diera cuenta de que había dejado olvidado en la terminal a su hijo, del que no ha trascendido su edad.
La creencia popular ve el olvido como un fallo del ser humano, como la prueba fehaciente de una memoria defectuosa y de la imperfección humana. Pero la ciencia no está de acuerdo con esa visión generalizada y empieza a creer que, en muchas ocasiones, olvidar cumple funciones muy concretas.
Un grupo de científicos de San Luis, Misuri, en Estados Unidos, ha descubierto unos anticuerpos capaces de eliminar las placas de Alzheimer años antes de que los síntomas característicos de esta enfermedad empiecen a ser visibles
La lectura nos ayuda a redescubrir el rostro oculto de la suavidad. Acudamos a la etimología: suavitas en latín significa dulzura. Se diría que es suave la vida civilizada, el diálogo pausado, la penumbra de las casas burguesas, la serena alegría de los conciertos de Mozart, la pintura holandesa, el bodegón español. Es suave la luz pura del gótico cisterciense, el preciso orden de las columnatas griegas y los pliegues en mármol de una escultura de Miguel Ángel. Es suave Bach, pero no Beethoven; los lamentos isabelinos de Dowland, pero no las trompas wagnerianas. La suavidad puede ser la condición lejana de un eco, tan distante que sólo se percibe en forma de confort. El bienestar, la calma, la seguridad de un hogar, el tranquilo ajetreo de los comercios: todo esto constituye la fotografía amable de la barbarie, un negativo en color. El escritor Pascal Quignard lo explica in extenso. Al afilado estilete de su inteligencia me remito en este artículo. A Pascal Quignard le gusta invocar el abismo y conducirnos hacia él. En uno de sus textos cita a Lucrecio: «Es suave –escribe Tito Lucrecio Caro– cuando los vientos azotan el vasto mar, contemplar desde la orilla la desgracia del prójimo». Y prosigue el filósofo romano: «Es suave además asistir sin riesgo a los grandes combates de la guerra y contemplar desde lo alto las batallas en línea en las planicies». Es suave, se diría, habitar lejos del peligro.
Algo patético perdura en un hombre despojado de la majestad a la cual estaba acostumbrado. Tal vez sea ese atisbo de arrogancia, de desafío, al lejano eco de otros tiempos cuando era dueño y señor de su mundo.
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