El presidente francés, Emmanuel Macron, ha presidido este viernes en Niza los actos de conmemoración del primer aniversario del atentado que causó la muerte de 86 personas y dejó heridas a otras 450. Macron ha prometido a las víctimas y a sus familiares una “lucha sin cuartel” contra el terrorismo tanto en Francia como en el exterior del país.
La Policía francesa ha detenido y encarcelado a un hombre de 23 años que había amenazado con matar al presidente de Francia, Emmanuel Macron, durante el desfile del 14 de julio, día de la Fiesta Nacional del país, al que también está invitado Donald Trump, ha informado este lunes la emisora de radio RMC.
Con Macron hemos ganado los buenos. Entre los que no están Mélenchon, Zizek, Verstrynge o Echenique, que podrán adornarse ya en la vida de lo que quieran, pero no de antifascistas. Su comportamiento lamentable en estas semanas tampoco nos sorprende, por lo demás: ellos son lo que son. Pobrecillos.
Emmanuel Macron es ya presidente de Francia: el nuevo monarca republicano de un país que empezó a sentir nostalgia por su realeza justo después de decapitarla. De ahí Versalles, la grandeur, y el sistema presidencialista. Es verdad que, formalmente, nos encontramos más bien ante un semipresidencialismo, rasgo peculiar que explica la importancia de las elecciones legislativas que se celebrarán en junio. Pero también lo es que su centro de gravedad es la figura del presidente, que concentra el poder simbólico al situarse por encima de los partidos y dar instrucciones a un primer ministro que a menudo parece su correveideile. Por eso dijo el general Charles De Gaulle -quien sin embargo gozaba de la legitimidad adicional que proporciona, como sabía el fascismo, ganar una guerra- que las elecciones presidenciales son el encuentro de un hombre y un pueblo. Ese encuentro se ha vuelto a producir, pero es dudoso que pueda describirse así: Macron es un hombre, pero a partir de mañana tendrá que empezar a buscarse un pueblo. Y no está claro que lo encuentre.