«Lo que celebra Nike, lo que celebra el progresismo, ya no es el progreso sino el presente, con todas y cada una de sus contradicciones y por muy terribles e injustas que puedan ser»
«El ojo que todo lo ve, no vio —o vio, pero prefirió seguir grabando— un presumible edredoning no consentido»
La política española me recuerda a las parodias de las telenovelas que hacen en Saturday Night Live, donde cada réplica es un giro de guion aún más disparatado que el anterior
Podría ser el argumento de una novela de Milan Kundera ambientada en una democracia posmoderna: un cómico interpreta un sketch en un programa satírico de televisión.
Entre jóvenes creadores es frecuente el cultivo del arte político. La firma de escritores, poetas, ilustradores, incluso de periodistas culturales, nacidos en los ochenta y principios de los noventa, entrega su genio y su ingenio, su talento y sus dones, a la creación de tono político. Es casi inevitable: son chavales nacidos en un contexto de agitación social, de precariedad y de inestabilidad; de devaluación en las condiciones de vida de quien toma la cultura para ganarse los jornales -¿cuántas veces hemos oído eso de que los años noventa, en la industria del libro, fueron increíbles?-. De esa generación del desencanto proliferan artistas cuyo tema predilecto es la concienciación: la reivindicación y la denuncia social.
Hace unos días, cuando el caso del pequeño Gabriel estalló por los aires certificando la mala pinta que desde un principio tenía el asunto, miré el listado de columnistas encargados de darle tinta a esta sección y me alivió no encontrar mi nombre entre ellos.
La semana pasada estuve en una graduación universitaria. Mi hermana terminaba la carrera de Publicidad. Una de sus compañeras dio un discurso en el que hizo una broma sobre lo difícil que es explicar a sus padres qué es exactamente su carrera. “Mamá, te preguntarás para qué sirve esta carrera”. Risas de complicidad. Ocurre en muchas profesiones liberales. Muchos se quejan de que no saben explicar su trabajo, pero disfrutan de la incomprensión. Ni siquiera hace falta un trabajo muy sofisticado. Es común en periodismo, pero también en otras carreras, la broma del pianista en el burdel: “No le digas a mi madre que soy periodista, dile que soy pianista en un burdel”. Ese menosprecio autoparódico tiene algo de orgullo, porque se entiende que la elección es arriesgada, única, diferente.
La unión de contrastes es un acto arriesgado que ha relegado en el olvido a muchos incomprendidos. La mente creativa debe competir con la percepción de un público no siempre abierto a la combinación de extremos, por lo que constituir un todo a través de la unión de elementos antagónicos puede acabar en fracaso.
Una botella de leche y una cuerda. Un cangrejo y una grúa. Una bombilla y un huevo. Una brocha y unos plátanos. Si intentas emparejar esta serie de elementos seguramente no te saldrá nada combinable y mucho menos con sentido. Pero el talento y la mente preclara de Stephen Mcmennamy han sabido combinar lo incompatible dando como resultado fotografías vivas.