Puede decirse que la posmodernidad es la era de lo light. En nuestros pacificados días, la revolución ha claudicado ante el populismo pop, el fascismo pide cita en la delegación del Gobierno para manifestarse ordenadamente, los festejos rurales han comenzado a renunciar al martirio de algún pobre astado para dar paso a encierros con vaquillas de goma, la protesta política es una canción de Nacho Vegas. Y el nacionalismo y la guerra han evolucionado hasta transmutarse en el mayor espectáculo del mundo: el fútbol.
La instalación del turbio negocio del fútbol en el centro de la vida pública española viene de lejos. Hubo un tiempo en que el orgullo patriótico se medía por las copas europeas conquistadas. Los propagandistas de los grandes regímenes totalitarios del pasado siglo hicieron del deporte de competición uno de los principales argumentos del discurso triunfalista. ¿Cómo una sociedad puede ser un infierno de hambre, mierda y muerte con aquella colección de apolíneos ganadores de medallas? Los atletas se erigían en ejemplo y reflejo de doctrinas asesinas.