Turismo espacial: el cielo no es el límite
2017 será un año emocionante para el turismo espacial, estos cuatro proyectos prometen llevarnos al infinito y más allá
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El hecho de que esta región esté cubierta de hielo hace que la búsqueda de estas rocas caídas del cielo, de color negro, hace que su búsqueda sea mucho más fácil y productiva. Encontrar más restos de los meteoritos podría ayudar a conocer los que ocurrió en el planeta hace 4.600 millones de años. “No podemos llegar al núcleo de hierro de la Tierra, pero los meteoritos de hierro nos ofrecen una muy buena guía sobre cómo es el interior de nuestro planeta y nos dan una indicación sobre cuántos planetas pudieron existir al principio del Sistema Solar”, ha explicado Katherine Joy, de la Universidad de Manchester, a la BBC.
En esta zona del mundo, la cantidad de estos meteoritos que se recupera es diez veces menor a la del resto del planeta. Los científicos británicos creen que esta diferencia se debe a que estos restos han quedado enterrados unos centímetros bajo la superficie. Así, creen que en realidad existe la misma cantidad de ellos en todos los lugares, pero los de la Antártida simplemente están esperando a ser encontrados.
La Tierra y el Sol se encuentran en estos momentos a una distancia de 147,1 millones de kilómetros, unos cinco millones menos que en su posición más alejada, que tiene lugar a principios de julio y se denomina afelio. Por este motivo, durante el día de hoy el Sol presenta su máximo diámetro aparente visto desde la Tierra y nuestro planeta está alcanzando la máxima velocidad en su órbita. Concretamente, la Tierra se desplaza a 30,75 kilómetros por segundo (110.700 kilómetros a la hora); dos kilómetros por segundo más rápido que en el punto de su órbita más alejado del sol, lo que equivale a 7.164 kilómetros por hora más rápido.
Según informa la agencia Europa Press, un científico espacial aficionado con el proyecto Stardust llamado John Larson, convenció a los investigadores del Imperial College para realizar una recogida de muestras en los tejados europeas. El sorprendente resultado ha sido publicado en la revista especializada Geology, donde los científicos han dado a conocer que tras analizar las muestras, encontraron e identificaron aproximadamente 500 muestras de polvo cósmico. En la publicación, el equipo de investigadores informa que los granos de polvo que encontraron fueron más grandes que los que se encuentran típicamente en la Antártida y en el microscopio, muestran diferentes tipos de cristales. Este hallazgo supone una importante base científica para analizar movimiento de los planetas entre sí a lo largo del tiempo, ayudando a entender la historia del sistema solar.
Según los cálculos científicos del Instituto Tecnológico este Planeta X o Nueve tendría una inclinación de 30 grados sobre el plano orbital. Teniendo en cuenta que los planetas que dan vueltas en torno al Sol no lo hacen en un plano recto como un tocadisco, sino con una ligera inclinación, y valorando las características del nuevo planeta (se sitúa a 200 veces la distancia entre el sol y la Tierra, y tiene una masa diez veces mayor que la de la Tierra) se explicaría la misteriosa perturbación gravitatoria de nuestro sistema.
Los científicos estadounidenses Konstantin Batygin y Mike Brown, que descubrieron este planeta, aseguran que está dentro del alcance de los nuevos telescopios gigantes que los astrónomos utilizarán para conocer más sobre este misterio.
La última de las naves, Mariner 10, realizó un vuelo próximo a Venus, para después realizar un total de tres aproximaciones a Mercurio, siendo la primera nave en sobrevolar el planeta más pequeño del sistema solar, hace 42 años. La penúltima nave, Mariner 9, fue la primera en dejar en órbita una sonda alrededor de un planeta, en este caso Marte, permaneciendo un año en órbita para proceder a cartografiar su superficie y realizar mediciones específicas.
Durante su misión consiguió datos muy valiosos sobre la superficie del planeta y descubrió la existencia de agua congelada en un resquicio donde nunca recibe el Sol. Esta sonda ha sido la primera en colocarse en órbita de Mercurio, ya que hasta ahora el planeta sólo ha sido visitado por la Mariner 10, que realizó tres sobrevuelos en 1974 y 1975.
Hasta ahora, los científicos habían establecido dos principales teorías para explicar la formación de la Luna. Ambas incluían el choque de un gran objeto con la Tierra, pero la principal diferencia es que una de las teorías dice que el golpe fue de baja energía y tanto nuestro planeta como la Luna quedaron envueltos en una atmósfera de silicato, mientras que el segundo modelo plantea que el impacto fue mucho más violento. Según esta segunda versión, el choque fue tan fulminante que la Tierra quedó en parte pulverizada, expandiéndose hasta formar un enorme disco superfluido del cual cristalizó la Luna. Según señala el estudio, la Luna se formó siguiendo la segunda teoría, tras una colisión entre una Tierra muy joven y otro planeta que provocó un choque tan potente y con tanta energía que hizo que se vaporizara tanto el planeta como la mayor parte de nuestra Tierra. A partir de esta colisión se formó un gigantesco disco superfluido a partir del cual nació nuestro satélite. Los geoquímicos Kun Wang y Stein Jacobsen, autores del estudio, analizaron los isótopos de potasio en nuestro planeta y su satélite con nuevas técnicas de medición mucho más precisas, logrando recaudar datos suficientes como para sostener esta teoría científica.
Aunque la misión de búsqueda de planetas por parte de Kepler de la NASA ya ha descubierto 104 exoplanetas nuevos y un gran número de «mundos» del tamaño de la Tierra en toda la galaxia, el hallazgo del Proxima b resulta especialmente prometedor, ya que podría, en un futuro quizá no muy lejano, llegar a visitarse. Se encuentra a 4.2 años luz de la Tierra, lo que en términos cósmicos supone una distancia bastante corta y los científicos aseguran que podría enviarse una misión espacial en menos de 40 años. Si hace poco los astrónomos aseguraban que descubriremos vida fuera del Sistema Solar, este nuevo descubrimiento parece situarnos un paso más cerca del hallazgo de vida en el espacio e incluso podría suponer un posible planeta al que «mudarnos» dentro de varios miles de años. Entre los astrónomos responsables de la investigación publicada en la revista Nature, consta un nutrido grupo de científicos españoles, la mayoría del Instituto de Astrofísica de Andalucía (IAA-CSIC), liderados por el español Guillem Anglada-Escudé, investigador barcelonés de la Universidad Queen Mary de Londres .
Entre esas características se observa la famosa Gran Mancha Roja, una tormenta gigante, y tres de las cuatro lunas más grandes del planeta masivo: Io, Europa y Ganímedes, de izquierda a derecha en la imagen. La fotografía fue tomada el pasado 10 de julio, a las 5.30 GMT (dos horas más en la Península ibérica), cuando la nave se encontraba a 4,3 millones de kilómetros de Júpiter en el tramo de alejamiento de su órbita inicial de captura de 53,5 días. Esta foto captada por JunCam «indica que sobrevivió a su primer paseo a través del entorno de radiación extrema de Júpiter», informa Scott Bolton, investigador principal del Instituto de Investigación del Suroeste en San Antonio. Cuanto más te acercas a Jupiter mayor es el peligro, ya que posee un potente campo magnético que funciona como balas para cualquier elemento que se acerque.
Juno fotografiará por primera vez los polos del planeta y tomará las fotografías de mayor resolución de su superficie que se han obtenido nunca.
Las nubes de agua han sido identificadas cerca de WISE 0855, que no es ni un planeta, ni una estrella, sino una enana marrón, también conocida como «estrella fallida», y es el objeto más frío conocido fuera de nuestro Sistema. El hallazgo ha sido posible gracias al telescopio Gemini Norte en Hawaii, y los científicos han utilizado un espectro de infrarrojos que ha proporcionado los primeros detalles de la composición y la química del objeto. La investigación ofrece una fuerte evidencia de la existencia de nubes de agua o hielo de agua en las proximidades de la enana marrón, un importante descubrimiento para el campo de la astronomía ya que son las primeras nubes de este tipo detectadas fuera de nuestro Sistema Solar.
Del mismo modo, las erupciones también pudieron haber proporcionado la energía necesaria para convertir moléculas simples en complejas, tales como el ARN y ADN que eran necesarios para la vida en el planeta. «La Tierra recibía solo el 70 por ciento de la energía del sol que en la actualidad», ha afirmado Vladimir Airapetian, autor principal del artículo y científico solar en el Centro de Vuelo Espacial Goddard de la NASA en Greenbelt, Maryland. «Eso significa que la Tierra debió haber sido una bola helada. Nuestra investigación demuestra que las tormentas solares podrían haber sido claves para el calentamiento de la Tierra», ha añadido.
Bennu es entre 4.000 a 5.000 veces más masivo que el meteorito que explotó sobre Chelyabinsk en Rusia en 2013. «Para predecir con precisión su evolución orbital, tenemos no sólo que entender la fuerza de la gravedad, sino fuerzas térmicas en el asteroide que pueden alterar significativamente su camino», explica Dante Lauretta, investigador principal de la misión. «También buscaremos traer muestras a la Tierra para el análisis científico y así estudiar nuestros orígenes como planeta», ha añadido.
A través de simulaciones matemáticas, han descubierto la existencia de un planeta que pertenece a un posible sistema solar cuyo centro es la enana roja, Gliese 832. Aunque todavía no tiene nombre, los científicos han podido comprobar que el cuerpo celeste es entre 1 y 15 veces más grande que la Tierra. Sin embargo, han agregado que junto a él, se encuentran otros dos: Gliese 832-B, similar a Júpiter, y Gliese 832-C, de superficie rocosa y con un masa cinco veces superior a la Tierra.
El estudio denominado Lichens and Fungi Experiment –LIFE–, fue publicado por la revista Astrobiology y muestra el resultado de 18 meses de exposición de los microorganismos a condiciones climáticas similares a las de Marte. Con esta investigación se ha podido comprobar que más de un 60% de las células quedaron intactas, por lo que los microorganismos ya han sido enviados a la Estación Espacial Internacional para poder experimentar el ambiente del planeta vecino.
De acuerdo con esta investigación, el choque entre ambos planetas fue tan fuerte que se fundieron para formar la Tierra y se desprendió el trozo que hoy es la Luna. El profesor Edward Young, líder de la investigación, llegó a esta conclusión a partir de un estudio de la composición química de rocas lunares y terrestres, el cual reveló que ambas muestras contenían isótopos de oxígeno similares. «Theia se mezcló en la Tierra y en la Luna y uniformemente se dispersó», explica Young.
Aquí estamos, trece mil ochocientos millones de años después, como si todo fuera normal. Yo no entiendo nada. Bueno, una cosa sí. Entiendo un poco más a quienes se dejan de historias y creen en Dios.
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