«Si las universidades aspiran solo a hacer a nuestros jóvenes ‘empleables’, si todo lo que tienes que ofrecer a sus estudiantes son ‘competencias’, entonces las universidades hacen bien en temer a Google»
«La generación más preparada de la historia es un timo, pienso: si bien gozan de más ofertas educativas que sus antepasados, veo a estos jóvenes de ahora muy desorientados, sobre todo tan vulnerables»
El poder y sus peajes de acceso, nos confesamos, parecen obligar a sus candidatos a una frialdad y un calculo que deshumaniza hasta el punto de convertir casi todo en medida y estrategia
No hace falta que recuerde al lector ilustrado (condición que se presume iuris et de iure en este periódico) la referencia casi literal a Ortega y su Misión de la Universidad. Me limito a reproducir, entre las obligadas comillas, algunos párrafos significativos, aunque desordenados: “La reforma universitaria no puede reducirse, ni siquiera consistir principalmente, a […]
Lo de los másteres y los copies ya cansa. Pero todos sabemos que queda mucho, porque cada partido tenía su universidad de cabecera donde les daban el pase, la tesis y lo que fuera menester. Para ir prosperando ellos a costa de un sistema universitario y unos planes de estudios disparatados, y a costa de engordar sus currículos, porque ellos son muy de currículos, aunque no hayan currado en su vida, aunque solo sepan vivir del momio, eso sí, poniéndose estupendos y presentándose como gente respetable.
Permítame el lector rogarle que, por unos instantes, se figure la siguiente escena. Un caminante, de no muchas luces, se topa, mientras atraviesa un frondoso bosque, con un río que debe por fuerza franquear si de llegar a su destino se trata. El hombre empero vacila, pues siente miedo de la corriente y no divisa ni aguas arriba ni aguas abajo vado alguno que le facilite el tránsito.
Tras nacer, el niño impacta con el afuera y la vida comienza a ser un viaje, la difícil aventura de concluirse en los demás. El niño desconoce el tú, lo vive todo para sí mismo, es egocéntrico. Esta actitud narcisista, con el tiempo, tiende a corregirse. En algunos casos, no obstante, el niño quiere relacionarse, pero le cuesta. En mi caso, un esfuerzo siempre me ha separado de la vida colectiva. Desde los años escolares se me ha clasificado como un niño introvertido. Y la introversión, en un ecosistema mercadotécnico, es una tara.
Si a uno le gusta mucho debatir (levanto la mano), y por tanto lo hace a veces con gente de ideas más izquierdosas, pero también más derechosas que uno mismo (mantengo la mano levantada), es probable que haya notado cierto fenómeno. Es mucho más frecuente que tu contrincante izquierdista se aparte del tema concreto de debate
No hay lunes en el que me toque escribir esta columna que no se convierta en una tortura. Pasan las horas, las miradas al vacío, los paseos absurdos por la casa. Lío un cigarrillo tras otro, abro libros al azar, entro en periódicos extranjeros, me entretengo con las ocurrencias más disparatadas que no aguantan ni dos asaltos en la pantalla. Es difícil tener ideas propias y expresarlas con precisión y originalidad; quinientas palabras redondas que caminen con gracia por el alambre.