¿Lo pillas, Arnaldo? Somos muchos los que nos acordamos de lo que hicisteis y, porque nos acordamos, te entendimos en tu siniestra entrevista cuando dijiste aquello de que ya no os hace falta hacer lo que hacíais para conseguir vuestros objetivos políticos. Nos acordamos, por ejemplo, de que la primera madrugada de aquel mes de julio arrancó con un hombre que se llamaba Cosme atado a un árbol.
Ser víctimas de «algo» es una desgracia, pero hay que entender esa condición no otorga, por sí sola, autoridad sobre ningún otro asunto.
Ya lo saben, la noticia de la semana ha sido la disolución efectiva de ETA. Mi posición personal es irrelevante, aunque aquí he expresado en otra ocasión que soy favorable a olvidos compartidos para superar las tragedias y los conflictos que dividen las sociedades.
Tiene escrito en algún sitio Sánchez Ferlosio que decir que el tiempo todo lo cura es aceptar que el tiempo todo lo traiciona. Uno de los narradores de Graham Greene lo expresa así: por más que usemos superlativos o nos demos golpes en el pecho, nadie muere por amor y eso nos convierte en comediantes. O sea, en usufructuarios de ideas y sentimientos que cambiamos por otros cuando toca. Sin embargo, de ETA no puede decirse semejante cosa: siguen siendo lo que fueron. La diferencia es que hace tiempo que ya no pueden hacer lo que solían.
Dice Carmena que un homenaje a Miguel Ángel Blanco menosprecia a otras víctimas y me parece muy normal. Porque ella y su izquierda no se conforman con recordar a un solo hombre; quieren acabar con el mal. A Carmena y a los suyos les sabe a poco un homenaje a Miguel Ángel Blanco, porque Miguel Ángel Blanco no son todas las víctimas de Eta. Y por eso le sabría a poco un homenaje a todas las víctimas de Eta, porque no son todas las víctimas del conflicto, que tampoco son todas las víctimas del terrorismo, que no son tampoco todas las buenas gentes que sufren y han sufrido y sufrirán en este mundo lleno de injusticia y de dolor.
Tiene toda la lógica. El trato “pésimo” a los menores refugiados en Europa, que es un tercio de quienes buscan asilo, incrementa el riesgo de radicalización y su implicación en catos criminales, según advertencia del Consejo de Europa.
Patria, de Fernando Aramburu, explica cómo el terrorismo horadó los cimientos morales de la sociedad vasca. Para ello, despliega un escenario innominado por el que transitan todos y cada uno de los arquetipos que, bajo la férula de ETA, se fueron enquistando en las páginas de sucesos.
Decía Jardiel que “el humor posee un poder confortador, y que consiste en dar de lado al mundo para reírse de sus indicios espantables. Supremo ejemplo de esto es aquel gitano a quien llevaban a ahorcar en lunes, y que por el camino iba diciendo: ¡Bien empieza la semana!” En esta misma dirección Montaigne recoge con indisimulado placer tres historias de condenados a muerte. En la primera, un reo que es conducido al patíbulo, se resiste al entrar en una calle. Al ser preguntado por su actitud, responde que allí vive un tendero con el que tiene contraída una antigua deuda y no quiere caer en sus manos y salir malparado.
No, se puede tener un día negro porque una engorda o porque ha llovido demasiado, estás triste y nada más. Pero los días rojos son terribles, de repente se tiene miedo y no se sabe porqué.