'A río revuelto, ganancia de pescadores': refranes, historia y ciclos
Lejos de haber caído en desuso, el proverbio surge en nuestras conversaciones diarias, en los medios de comunicación y redes.
Los ciclos marcan el ritmo de la historia. Del mismo modo que las crisis dan paso a años de bonanza, y estos a nuevos momentos críticos, la lengua y sus objetos también atraviesan ciclos.
Los proverbios, por ejemplo, han conocido una serie de ciclos donde la ola ha crecido, menguado, caído y vuelto a crecer. Con el análisis de un refrán en concreto, A río revuelto, ganancia de pescadores, podemos hacer un recorrido a lo largo de los altos y bajos que han sufrido su uso y prestigio intelectual.
‘A rio buelto…’: los orígenes medievales
En la Europa medieval, los refranes desempeñaban un papel importante en la sociedad, empezando por las escuelas, donde eran aprovechados por su valor didáctico. Además, eran muy empleados en la literatura. El Conde Lucanor (1335), El Libro del Buen Amor (1330) o La Celestina (1499) incorporan un importante número de refranes.
En Refranes que dizen las viejas tras el fuego, del Marqués de Santillana, siglo XV, leemos por ejemplo: “A rio buelto ganancia de pescadores”, glosado en 1541 por “En los negocios do ay confusión medran los codiciosos y bulliciosos”.
Puede sorprender, al observar un proverbio en contexto, lo cercanos que resultan los tiempos medievales a nuestro contexto actual. Ya a finales del siglo XV, en La Celestina, el fiel criado Pármeno justifica su traición a Calisto con el mismo proverbio:
Si yo creyera a Celestina con sus seis docenas de años a cuestas, no me maltratara Calisto. Mas esto me porná escarmiento de aquí adelante con él, que si dijere “Comamos”, yo también; si quisiere derrocar la casa, aprobarlo; si quemar su hacienda, ir por huego. Destruya, rompa, quiebre, dañe; dé a alcahuetas lo suyo, que mi parte me cabrá. Pues dicen “A río vuelto, ganancia de pescadores”. ¡Nunca más perro a molino!
La cresta de la ola
El siglo XVI, con la publicación de los Adagia de Erasmo de Rotterdam, marca un giro en el empleo de los refranes y representa la cresta de la ola proverbial.
Esta obra presenta una serie de fórmulas –«La misma vejez es enfermedad» (Ipsa senectus morbus est)– con una glosa explicativa. Parece que hoy también, la misma vejez es un factor, desgraciadamente, para caer en la enfermedad.
Gracias al humanismo, en el siglo XVI los intereses se tornan hacia la época clásica. Surgen diccionarios plurilingües y diversas traducciones de la Biblia. Además, la imprenta permite que el pueblo acceda a las traducciones de los textos sagrados y a los distintos diccionarios proverbiales. En Europa, incluso la pintura se hace eco de este movimiento proverbial y Bruegel el Viejo nos lega dos interesantes cuadros representativos de su época: Doce refranes (1558) y Los refranes neerlandeses (1559).
Evolución gráfica
Durante los siglos XVI y XVII se mantiene la forma con el adjetivo vuelto escrito con b o con v. En un manuscrito del siglo XVII, Ms. Magliabechiano, se presenta por primera vez bajo la forma contemporánea, aunque con b: A río rebuelto ganancia de pescadores, junto a su supuesto origen latino In seditione vel Androclides belli ducem agit. En este texto del siglo XVII, un denominado Diego López explica el origen y sentido de dicho refrán, explicación que se ajusta bastante bien a nuestra actualidad:
Para eso pintan unos pescadores pescando anguilas, los quales estando las aguas claras ningún provecho sacan, ni ganancia, y assí suelen enturbiarlas levantando el cieno, y arena, y de esta manera pescan gran quantidad, de aquí sospecho que nació nuestro adagio, rio buelto, ganancia de pescadores. Ni mas ni menos ay muchos hombres, que no tienen provecho alguno, en quanto la república está pacifica, y ay paz, y quietud entre los ciudadanos, y procuran despertar bandos, discordias, guerras, alborotos, y dissenciones, porque mediante estas cosas se hazen ricos con el daño publico, como dize el título de la Emblema, el qual es tomado de Esopo de un pescador que enturbiava las aguas, para que huyendo los peces de una parte fuessen a caer en las redes, lo qual usan los pescadores muy ordinariamente. Y diziendo uno por que los enturbiava, respondió, At nisi sic moveatur vnda, memori esurientem est necesse, porque sino se turbia el agua sera necessario que muera de hambre.
Declive proverbial
Sin embargo, todo lo que sube, baja, y a partir del siglo XVII la ola proverbial empieza a caer. Se vive un declive y un menosprecio hacia los proverbios. El paremiólogo francés Louis Combet explica este fenómeno en España mediante el movimiento de la Contrarreforma y la admiración por lo francés que enaltece lo clásico y antipopular. Si bien Cervantes, entre otros, hace uso del proverbio, Quevedo, Calderón o Benito Jerónimo Feijoo dicen aborrecerlo.
Así, Feijoo en su carta Falibilidad de los adagios, muestra el desprecio que siente hacia las paremias:
Bastaba lo dicho para mi defensa; pero á más aspiro, que es a mostrar á vuestra merced que hay muchos adagios, no sólo falsos, sino injustos, inicuos, escandalosos, desnudos de toda apariencia de fundamentos, y también contradictorios únos á ótros. Por consiguiente, es una necedad insigne el reconocer en los adagios la prerrogativa de evangelios breves.
“Vulgar cosa son los refranes”, dirá también Quevedo. Calderón, en El alcalde de Zalamea, los atribuye a los sirvientes: “Es propio de los que sirven refranes”, dirá Mendo a Nuño.
Sin embargo, de todos es conocido el empleo de los proverbios en la obra de Cervantes y en particular por parte de Sancho Panza:
Digo que en todo tiene vuestra merced razón –respondió Sancho– y que yo soy un asno. Mas no sé yo para qué nombro asno en mi boca, pues no se ha de mentar la soga en casa del ahorcado.
El siglo XVIII tampoco es muy propicio para el proverbio. El siglo de oro español ha dejado paso al Siglo de las Luces y esta vez es Francia la que produce los escritores y filósofos de mayor renombre, quienes también reniegan del popular refrán. Los proverbios conocen desde mediados del XVII hasta finales del XVIII su peor ciclo.
El siglo de los refranes
Sin embargo, después de estos tiempos oscuros para la recepción proverbial, despierta de nuevo una tímida ola. En el siglo XIX renace un interés creciente por el proverbio y estudiosos de renombre trabajan sobre las paremias. José María Sbarbi (1878), por ejemplo, escribe en diez tomos su Refranero general español.
La literatura de tipo realista o costumbrista, como la de Pérez Galdós, incluye de nuevo refranes en los textos. Goya pinta una serie de grabados enigmáticos a los que decide titular los Disparates o Proverbios, sin que aún se sepa muy bien cuál es la relación exacta entre el título y el dibujo.
Sin duda sorprende este fragmento de Gustavo Adolfo Bécquer, donde su descripción de la bolsa en pleno siglo XIX podría haber sido enunciada en cualquier debate o programa televisivo en estas semanas:
Mientras duró el estado de tirantez entre las dos grandes potencias alemanas la Bolsa seguía todas las oscilaciones, ya favorables a la paz, ya precursoras de la guerra, significándose este movimiento de un modo más o menos sensible según las relaciones financieras de cada país con los que iban a entrar en la lucha. A río revuelto, ganancia de pescadores, dice el adagio. A bolsa vacilante, provecho de agiotistas, podemos repetir nosotros, y sólo así tendremos la explicación de la avidez con que todas las noticias referentes al asunto eran discutidas, comentadas y aun adornadas y corregidas entre los hombres de negocio.
Hoy por ti
Y si la sensación generalizada es la de la pérdida de los proverbios en la sociedad contemporánea, la realidad lingüística es bien diferente. Lejos de haber caído en desuso, el proverbio surge en nuestras conversaciones diarias, en los medios de comunicación y redes. Por no hablar de los discursos de los políticos, donde de cuando en cuando se oye algún “Consejos vendo, que para mí no tengo”. Fórmulas del tipo de “Hoy por ti, mañana por mí”, “Quien calla otorga” o “No es oro todo lo que reluce” forman parte de nuestro lenguaje cotidiano. Se usen más o menos, siempre habrá quien saque peces del río revuelto.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.