Alberto Conejero: “El teatro es uno de los pocos espacios en los que aún nos reunimos como comunidad poética”
Poeta y dramaturgo, Alberto Conejero fue galardonado el año pasado con el Premio Nacional de literatura dramática y ahora acaba de publicar ‘En esta casa’ (Editorial Letraversal).
Poeta y dramaturgo, Alberto Conejero fue galardonado el año pasado con el Premio Nacional de literatura dramática por La geometría del trigo. Ahora acaba de publicar En esta casa (ed. Letraversal), su segundo poemario tras Si descubres un incendio. Este nuevo trabajo poético es una indagación en torno al significado de casa, entendida como lugar de la memoria, personal y colectiva, como lugar de la naturaleza que habitamos y de la que formamos parte, y como lugar de los afectos. Entre sus versos, encontramos los ecos de la poesía mística, de Vicente Aleixandre o de Idea Vilariño. Sus poemas son un reencuentro con los ancestros, con la tierra de la que provenimos y con los afectos que nos cobijan, siempre con la certeza de que todo es caduco, en primer lugar, nosotros.
Se habla mucho de estos días de estar en casa, pero leyendo tus versos una se da cuenta de todo el potencial semántico que hay detrás de esta palabra y también de que habitar una casa es mucho más que vivir dentro de ella.
Hay unos versos de la poeta Hanni Ossott que dicen “soy la casa / sus sombras / sus dolores”. Y estos otros de Erika Martínez que dan cuenta de la historia que puede encerrar cada casa: “aquí hubo un establo / sobre el que se construyó una iglesia / sobre la que se construyó fábrica / sobre la que se construyó un cementerio / sobre el que se construyó un edificio”. Estos días en que las fronteras de nuestra vida han coincidido prácticamente con el perímetro de nuestras casas, hemos tenido tiempo de pensarlas, de pensarnos en ellas; de remontar las decisiones que nos han llevado hasta sus techos; de interrogarnos sobre quién vivió allí antes que nosotros, con quién las compartimos o quién respira al otro lado de nuestras paredes; hemos leído sobre los millones de personas que viven solos, hemos dirigido la mirada a los que llamamos “sintecho”; recuerdo cuando de pequeños jugábamos a perseguirnos y había un lugar en el que estabas a salvo y gritabas “¡casa!” o cuando las construíamos con los embalajes que encontrábamos por ahí. Decimos “casa” y esa palabra abre círculos concéntricos en nuestra memoria. Las casas con sus fantasmas, las casas con su chubesqui de afecto o con su intemperie de metro cuadrado, las casas a las que ya no podremos volver, las que fueron derruidas…
La primera parte del poemario, Libro de familia, es una indagación en la memoria y, sobre todo, en el olvido. Una vez más, pones el foco en las palabras -en este caso “padre”, “madre”, “hijo” …- como si quisieras volverlas a dotar de esos significados que la banalización del habla les ha quitado.
Esas palabras son para mí la arcilla del lenguaje, las más misteriosas, las más hondas, las más luminosas y las más amargas también. Quién es la persona a la que llamamos “padre”, “madre”, “hijo”, qué ocurrirá con esas palabras cuando esos cuerpos a los que ahora se dirigen ya no estén ahí; qué ocurrirá con nosotros cuando digamos “madre” o “padre” y sepamos que nombramos una ausencia. En este poemario he sentido la necesidad de volver a las palabras fundacionales.
La palabra “familia” se hace más amplia y, como el concepto casa, abraza la idea de país. ¿Cómo hablar de país, de familia, de memoria con cuerpos olvidados bajo tierra?
Existe el derecho de olvido, el derecho sagrado de cada persona de dejar atrás sus dolores, de cerrar sus heridas y seguir; pero precisamente para eso debemos hablar de los cuerpos que siguen en cunetas y en fosas comunes. Reyes Mate, el filósofo, afirma certeramente que esos cuerpos siguen sufriendo violencia después de muertos. Una violencia simbólica para ellos y concreta para sus descendientes. Un país necesita ejercer justicia y reparación de esa situación si quiere llamarse así. Además, un país necesita acuerdos mínimos de relato. Y creo que el de recuperar cadáveres de cunetas, poder ordenar así el duelo, que los descendientes tengan lugar al que llevar unas flores debería ser uno de esos acuerdos de mínimos. Y no lo es.
En una entrevista, comentabas que habías estado en México rastreando testimonios sobre el exilio español para una obra teatral. ¿Hasta qué punto esta investigación está relacionada con este poemario?
En el proyecto que mencionas me ocupo de la España peregrina primero y transterrada después; la obra teatral está vinculada efectivamente con los primeros poemas de En esta casa, las dos se ocupan del desdeñado tema de “España”. Pensé “¿Qué haces abriendo el libro con un poema en cuyo segundo verso está la palabra “España? Y ahí está.: “Vais comprendiendo qué significa julio, / qué significa España / y su tracción a sangre / mientras dais a la tierra un tumulto de bocas / que suplican aún, que exigen aún piedad”. La obra del teatro y el poemario se ocupan de las casas que dejamos atrás, las casas a las que nunca podremos volver, esas casas que a veces están más vivas que las que realmente habitamos. Estoy inmerso en los escritos de María Zambrano, de Luis Cernuda, de Concha Méndez, de Max Aub… toda esa España a la deriva, toda esa España expulsada de España, arrancada de España… El exilio geográfico y emocional es el centro del proyecto teatral que espero estrenar muy pronto.
“Di/quiénes fueron/los padres de los padres de tus padres”, dice uno de tus versos, apelando a uno de los temas de esta primera parte que es la necesidad de conocer nuestros orígenes y, consecuentemente, conocer nuestra historia, no negarla… como tantas veces se ha hecho y se hace en este país.
Toda generación necesita un mínimo relato del pasado para poder construir el propio, igual que Telémaco necesita de la historia de Odiseo para dejar de ser el hijo de un fantasma. Yo llegué a Madrid desde un pequeño pueblo de Jaén siendo prácticamente un bebé; todos los veranos iba al lugar al que había nacido pero al que ya no pertenecía en cierto modo; allí, en esos mares de olivos, en esas cuevas, estaba la historia de mis padres, de mis abuelos y la de los padres de los padres de mis padres; al cumplir años, lejos de desdibujarse, están más vivos, los siento más cercanos, todo lo que ignoro de ellos me interpela con más fuerza. Hace un par de años estuve con mi madre en la casa de pastores en la que nació, un cortijo llamado Casablanca. Vi a mi madre niña, vi a mi madre mirando los ojos de su abuela. “De todo lo que fuiste qué recuerdan tus manos, / madre, qué recuerdan,
dime, / la fiebre de las aves, la costilla desnuda que emerge de la tierra, / el nombre de tus muertos para que sean míos”. Comprendí que el vínculo está ahí, y que siempre estamos a tiempo de protegerlo. Ésa es la idea central de La geometría del trigo.
Considerando que eres el autor de La piedra oscura y que acabaste Comedia sin título, leyéndote es imposible no percibir el eco de Lorca, tanto por lo que se refiere a asesinato como a su obra poética, en especial su relación con la naturaleza.
Si me permites, siento que no terminé Comedia sin título, hice un ejercicio de imaginación poética, de devoción, de juego. Hubo antes otras dramaturgias en los que el primer acto de Lorca era “completado” con textos del propio autor o de terceros. Me sorprendió mucho que algunos tildasen el proyecto como un ejercicio de soberbia cuando yo asumía desde el principio que mi escritura nacía pequeña y a la sombra. No creo que a un director o directora que lleva a la escena a Shakespeare o Esquilo se les exija un genio similar al de estos; en todos los casos hay un querer servir a esas potencias. En el poemario yo no percibo tanto el eco lorquiano. Supongo que no puede dejar de haber ciertas transferencias, ciertas concomitancias por estar el sur presente, pero siento más cercano aquí la presencia de Ada Salas, Idea Vilariño, González Iglesias o la Biblia por nombrar algunas de mis devociones más recurrentes.
No sé si estarás de acuerdo hay algo de actitud panteísta en tus versos, sobre todo los de la segunda parte, una comunión completa y sagrada con la naturaleza.
Al menos el reencuentro. Y no es una ideación. Es lo que por fortuna estoy viviendo desde hace unos años. No hablo del campo, de las duras condiciones del campo español; no me he reintegrado en ningún lado. Soy un hombre de ciudad que de repente se ha reencontrado con el niño estupefacto ante el reverdecer de un árbol o la sintaxis precisa de una corriente. He sentido el vértigo de vivir cerca de los bosques, de eso habla la segunda parte del poemario, de ese reencuentro catastrófico: “Un hombre solo, / hasta ese instante
extranjero de los bosques, / avanza y va olvidando/ palabras con que nombró el mundo, ropas que la carne no desea.”
Citabas antes la Bíblica como referencia. Teniendo en cuenta que el poemario se abre con unos versos San Juana de la Cruz, querría preguntarte sobre tu relación con la poesía mística, donde, además, el componente erótico está también muy presente.
Estudié Ciencias de las Religiones por mi devoción a los textos de Jayam, de San Juan de la Cruz, de Santa Teresa, de Hafez, la Biblia, etc. Hablo de la necesidad del cielo en la tierra, hablo de buscar algo que no se agote con la corrupción de la carne, algo que es innombrable y que no se puede dejar de querer nombrar. Contemplo el amor como uno de los pocos lugares de transcendencia que nos han dejado. Hablo del amor y no de las instituciones en las que hemos tratado de ordenarlo. Por otro lado, mi oficio, el teatro, es uno de los rituales que han sobrevivido desde el alba de los siglos, en el que comprendes la potencia infinita de las palabras en los cuerpos.
Y del erotismo al amor, que se transforma en la última y verdadera casa y donde aparece la influencia de Vicente Aleixandre. ¿Cuál es tu relación con este poeta?
La poesía de Vicente Aleixandre va calando como de poco, no es un poeta de estrépito, aunque sus versos centellean; es una verdadera pena que su legado se esté disipando por las intrigas de unos, la inoperancia de otros, y en general, por lo desagradecido que nuestro país puede ser con sus hijos e hijas más preclaros. Y no hablo sólo de Velintonia, hablo de una poesía que merecería más luz y menos prejuicios.
En esta casa es un viaje hasta lo más íntimo, desde la intemperie al hogar.
El poemario termina con una casa que el amor construye, sí, pero asume también los ciclos de generación y destrucción de toda vida, de toda voluntad; de eso se ocupa precisamente el poema que le da título al libro: quién fue el primero di / en pisar esta tierra / quién el primero en padecerla amarla /si no es lo mismo / conquistar que perder / formas de nombrar / lo que cambia de manos lo que cambia de sangre”. Algún día, tarde o temprano, esta casa dejará de ser nuestra y quizá una mujer o un hombre se pregunten quién vivió aquí…
Te dedicas a la poesía y al teatro, dos géneros que han ido muchas veces de la mano, de los hermanos Machado a T. S. Eliot, de Shakespeare a Artaud o Lorca, por citar algunos. ¿Cómo dialogan en ti estos dos géneros?
En el corazón del teatro siempre ha estado la poesía. Ya Aristóteles habla de “la palabra sazonada” en su Poética. Son muchos los poetas que también han escrito para el teatro o los dramaturgos que también han escrito poesía. Por nombrar sólo a algunos del siglo XX Samuel Beckett, Tennessee Williams, García Lorca, Valle-Inclán…Y quién se atrevería a decir que en los textos de Bernard-Marie Koltès, Angélica Liddell o Wadji Mouawad no están algunos de los ejemplos más cimeros de la poesía del siglo XX. En cualquier caso, todas esas voces tienen en común el despliegue de la poesía para escapar de las trampas del realismo; éste, el realismo, es el sistema imperante y avasallador al que nos enfrentamos de un modo casi quijotesco.
Te dedicas a la cultura, que tan menospreciada está siendo en estos días. ¿Cómo ves todo lo que está ocurriendo? ¿Cómo ves el futuro del teatro, que, a diferencia de la poesía, solo se entiende con público?
Debemos oponernos a una idea que se está generando subrepticiamente por la que los teatros pueden ser un probable lugar de contagio; lo serán tanto o tan poco como un vagón de metro, una cadena de montaje o el parlamento; si se abren estos, que se abran los teatros. Nos toca a los creadores y a los gestores defender su apertura a la par que aquellos que el sistema entiende como imprescindibles para la economía. Porque esta crisis no puede ser la excusa para que nuestra vida quede relegada a las lógicas del mercado, que nos despojen definitivamente de nuestra condición ciudadana para convertirnos en mera fuerza de producción y usuarios. El teatro es uno de los pocos espacios en los que aún nos reunimos como comunidad poética, sensible, viva. Es por eso por lo que debemos cerrar filas y reclamar la protección y cuidado de las estructuras teatrales.