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Arte

La descomunal creatividad de Joaquín Vaquero Palacios

En ningún momento tuvo la vocación de presumir. Simplemente, su objetivo principal era el de humanizar los espacios de trabajo.

La descomunal creatividad de Joaquín Vaquero Palacios

En ningún momento tuvo la vocación de presumir. Simplemente, su objetivo principal era el de humanizar los espacios de trabajo. Un poco en el estilo de los artesanos que edificaban las tumbas de los faraones, lugares en los que hacían las policromías más espectaculares. Y todo quedaba en la intimidad. Una vez moría el faraón las puertas se cerraban y todo ese arte residía en la oscuridad. En el caso de Joaquín Vaquero Palacios (1900-1998) su faraón era el trabajador de las centrales que quiso humanizar con una arquitectura y decoración digna de una sala de museo.

“Ahora estamos abriendo las tumbas”, ironiza Joaquín Vaquero Ibáñez, nieto del arquitecto y comisario de la muestra La belleza de lo descomunal en el Museo ICO. Esta exposición recupera la figura de un artista (y un patrimonio industrial) que diseñó cinco centrales hidroeléctricas  repartidas en Asturias como si fueran catedrales de arte. Lo primero que hay que saber en torno a la figura de este artista es que era pintor, arquitecto y escultor casi a partes iguales. “Uno de los esfuerzos de esta exposición ha sido acotar la parte de su producción que hace referencia a su colaboración con Hidroeléctrica del Cantábrico en cinco proyectos comprendidos entre 1954 y 1980”, explica su nieto.

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Joaquín Vaquero Palacios, integración artística en la Central hidroeléctrica de Miranda (Asturias), 1956- 1962. | Foto: Luis Asín / Joaquín Vaquero Palacios, VEGAP, Madrid, 2018.

Estos proyectos que se reviven en esta muestra son edificios técnicos sumergidos en valles de los que cualquiera podría pensar son moles de hormigón en lugares remotos. Y así hubieran sido si no fuera por el esfuerzo de Vaquero Palacios en darles una nueva vida. ¿Por qué trabajar en un lugar sin alma pudiendo hacerlo en un lugar bonito? Esa parecía ser su premisa. Además, “era un artista obrero, se ensuciaba, se subía al andamio y compartía el bocadillo con los trabajadores”, asegura el comisario.

El primer reto al que se enfrentó Palacios Ibáñez fue la escala. ¿Cómo trasladar las dimensiones de los centrales hidráulicas de su abuelo a las paredes de un museo? Las fotografías de Luis Asín (90 instantáneas tomadas para la muestra) y las pinturas que acompañan el recorrido convierten esta exposición en toda una clase magistral en torno a cómo la arquitectura puede integrarse al entorno y no al revés. En aquel momento, para llegar a los enclaves “recorrían los valles asturianos a caballo, acampaban en tiendas de campaña y buscaban lagos. Eran aventureros y ese entendimiento del paisaje y el amor por Asturias le llevó a enamorarse de los materiales y de la fuerza del paisaje que luego trasladó a las centrales”.  

Cinco proyectos, cinco obras de arte

El primer encargo de este tipo lo recibió para la central de Salime, una presa que empezó a acondicionar en 1954. Aquel proyecto no fue una mera presa sino que se creó todo un pueblo alrededor para dar hogar y servicio a todos los trabajadores de la construcción. Bares, iglesias, prostíbulos. En este contexto, Vaquero Palacios “diseñó todos los elementos internos y externos del edificio, desde los miradores hasta las ventanas pasando por las lámparas, las escaleras e incluso las barandillas, para las que integró cables de alta tensión de los circuitos de transmisión como pasamanos”. Un poco en el estilo que el belga Victor Horta hizo en su propia casa, ahora convertida en museo, en Bruselas.

Además, en una de las paredes de la planta principal Joaquín Vaquero Turcios (hijo del arquitecto y padre del comisario) pintó un monumental mural en el que inmortaliza todo el proceso de gestación de Salime: desde el bisabuelo a caballo por el monte, donde coincide con los técnicos de la presa, los banqueros, la junta directiva, los diseños, los planos, las fórmulas. Una vez se firma y se decide se empieza a construir y aparecen las mulas, los andamios, las hormigoneras, los camiones. En el mural todo esto se cuenta de manera pictórica mientras que en la vitrina se hace de manera fotográfica. Conclusión: un titánico trabajo en una época en la que la tecnología, no hay que olvidar, no es la misma que la actual.

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Integración artística en la Central hidroeléctrica de Salime (Asturias), 1954- 1980. | Foto: Luis Asín / VEGAP

 

Una línea amarilla que recorre las salas del museo guía al espectador de un proyecto a otro. De este modo se llega al segundo trabajo: el salto de agua de Miranda, un búnker húmedo por el que el trabajador sube y millones de voltios bajan en la que empezó a trabajar en 1962. En esta cueva “trató la perspectiva con murales que generan amplitud y una bóveda azul que hace referencia al cielo. También pintó las turbinas con códigos de referencia que humanizan el trabajo”. Aquí el arte, además de su componente estético, tiene una función, la de dar amplitud como lo hace Vaquero Ibáñez en las salas del museo en un claro guiño a la obra su abuelo. Reproduciendo sus recuerdos quiere “trasladar al espectador su universo”.

Y es que Vaquero Palacios no se conformaba con reacondicionar las plantas como arquitecto sino que, como artista, dejaba su impronta pictórica para proporcionar color o profundidad a las salas. También se encargaba de la iluminación, de los sillones para las reuniones inspirados en las turbinas circulares, de los paragüeros. Es importante para Vaquero Ibáñez entender no solo la importancia del trabajo de su abuelo sino “de la iniciativa y visión que tuvieron los directivos de Hidroeléctrica del Cantábrico para incorporar a una construcción puramente funcional una visión artística”. Un edificio inerte que se convierte en una joya en un entorno inhóspito.

Pero sin duda la obra más mesiánica es la que llevó a cabo en Proaza entre 1974 y 1978, un salto de agua en el que intervino también como arquitecto. Contaba con una estructura de hormigón para la que Vaquero Palacios “se fijó en las montañas, en el paisaje, en cómo la luz incidía en el edificio y se mimetizaba con él”. Entonces, con un golpe de maestría de una mente creativa como pocas pueden hacer, le imprimió un aspecto que al mismo tiempo transmite pesadez y ligereza que recuerda al origami.

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Central hidroeléctrica de Proaza (Asturias), 1964- 1968. | Foto: Luis Asín / VEGAP

En este espacio han creado una maqueta de hormigón utilizando las originales de madera, han dispuesto el logotipo de la empresa que también fue diseñado por él y la estructura para soportar los cables que Vaqueros Palacios diseñó para este edificio. Por otro lado, los motivos electromagnéticos que moldea en la fachada los traslada a las paredes del salto de agua como elementos decorativos coloridos. Aquí, las imágenes de Asín se combinan con las pinturas que el artista fue realizando al mismo tiempo que esta titánica labor.

Entre 1969 y 1980, con 70 años, siendo ya académico de Bellas Artes de San Fernando acomete el proyecto de Aboño. En esta época los tiempos han cambiado y la Bauhaus es un punto de clara referencia en este central. En los diferentes bocetos “se ven las influencias de la modernidad y esa arquitectura se vuelve neoclasicista con unas formas que se parecen al juego de Tetrix”, sostiene Vaquero Ibáñez.

Más que una central aquí realiza una reordenación estética del conjunto en su totalidad. Utiliza el color para pintar las turbinas y en cada rincón en el que hay una manilla pinta una semiesfera para que el trabajador sepa dónde están las partes utilizables. De este modo, y una vez más, el arte deja de ser decorativo para ser funcional. Las salas de mandos de Aboño, opina su nieto, “recuerda a Odisea en el espacio de Kubric”. Al lado de las fotografías de Asín se encuentra un vídeo del interior del edificio como si “estuvieran grabados por una cámara de seguridad” para dotar a la imagen de un realismo crudo.

El tiempo avanza y el último salto de agua que diseña es la central subterránea de Tanes, un lugar a más de 300 metros de profundidad en el que deja la piedra a la vista, algo tan actual hoy en día y tan inusual entonces. Entre 1970 y 1978, en paralelo a Aboño, minimiza la sensación claustrofóbica de tener tantos metros de tierra por encima con la decoración del techo con motivos abstractos que recuerdan al nublado cielo asturiano. Para entonces Vaquero Palacios es un hombre mayor y estas pinturas las realiza su hijo, Joaquín Vaquero Turcios, un joven artista estudiante de arquitectura que apoya a su padre al igual que este lo hizo con el suyo surcando los valles a caballo.

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Joaquín Vaquero Palacios y Joaquín Vaquero Turcios, integración artística en la Central térmica de Aboño (Asturias), 1969-1980. | Foto: Luis Asín / VEGAP 2018

Como colofón a esta muestra en la que el espectador sale con una clara idea de quién fue Joaquín Vaquero Palacios se muestran algunas de las pinturas coloristas de su última etapa. Una sala que lidera un retrato del arquitecto trabajando que transmite otra idea: a pesar de toda esa creatividad y esa mente brillante, se escondía también un ser tímido.

Ahora, en las centrales que Joaquín Vaquero Palacios ideó y que han permanecido en silencio, se organizan visitas guiadas. Aunque su vocación no era la de presumir sus proyectos se van a convertir en lugares de visita para los jóvenes arquitectos. El objetivo, por tanto, no solo es la de reivindicar la figura de un artista como Joaquín Vaquero Palacios sino contar a las nuevas generaciones de arquitectos que “se puede abordar la profesión con libertad y que hay que atacarla con amplitud de miras”.

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Joaquín Vaquero Palacios (1900-1998). | Foto: Archivo Vaquero
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