“El reflejo preciso del proceso creativo que lleva a cabo cualquier artista; del cerebro al lienzo”. Estas son las palabras con las que Miguel Falomir, director del Museo Nacional del Prado, describe la esencia de la muestra que acogerá la pinacoteca desde el 10 de abril al 5 de agosto de 2018. Rubens, pintor de bocetos reúne 73 de los casi 500 bocetos que pintó el gran maestro de la pintura flamenca a lo largo de su vida, aglutinando así una completa selección capaz de transmitir placer a la vista, sentimiento a la experiencia y reflexión al intelecto.
Por definición, el boceto es un apunte general previo a la ejecución de una obra artística, el esquema o proyecto en que se bosqueja cualquier obra. Sin embargo, en manos de Rubens, la acepción supera sus propios límites enriqueciendo y aportando valor a lo que antes se concebía como personal herramienta de trabajo. Tal y como indica Alejandro Vergara Sharp, Jefe de Conservación de Pintura Flamenca y Escuelas del Norte del Museo Nacional del Prado y comisario de la muestra, “se trata de un nuevo tipo de pintura sin límites establecidos” que Rubens supo instaurar como pieza indispensable dentro del engranaje artístico, tanto a nivel creativo como productivo y comercial.
Al contrario de lo que cabría esperar, la mayor parte de las piezas no son dibujos abocetados, líneas rápidas sobre papel ni sencillos apuntes de artista pensante, sino lienzos pintados que, además de la inigualable belleza y técnica que caracterizan al pintor, formulan cuestiones de rabiosa actualidad: ¿Cuál es el límite que separa un boceto de una obra pictórica acabada?, ¿qué punto del proceso creativo es capaz de mostrar más claramente el genio de un artista?, ¿dónde se sitúan los límites de autoría de una pieza dentro de los engranajes de un taller artístico?
Rubens no sólo utiliza los bocetos para imaginar sus cuadros como muchos artistas hicieron antes y después de su época, sino que el maestro supone cierta singularidad que ahora habita en la producción artística contemporánea. La práctica de realizar bocetos al óleo como parte de la preparación de un cuadro se inició en Italia en el siglo XVI por parte de artistas como Polidoro da Caravaggio, Beccafumi, Federico Barrocci, Tintoretto y Veronés, pero el maestro flamenco lleva este proceso de forma sistemática su vuelta a Amberes tras su etapa de aprendizaje en Italia al final del largo Renacimiento. Estos “borradores”, utilizados por el artista para pensar de forma creativa, son también cuadros con los que tentaba a sus compradores, y al tratarse de un artista sumamente valorado en vida, surge una gran demanda de estas pruebas, rasgo que se refleja en los preciosos marcos que encapsulan e indican el valor de esta herramienta convertida en obra a pesar de que la anteceda.
Falomir apunta certeramente sobre Rubens que “muchos aspectos indican que es casi un precedente de la Factory de Warhol”, debido a que en muchas ocasiones el artista proporcionaba estos bocetos con el objetivo de que fueran otros pintores, carpinteros o tapiceros los que finalmente ejecutaran la obra delineada por el maestro siguiendo sus instrucciones. Durante la apasionada presentación a los medios, Alejandro Vergara confiesa que “si fuera un artista me resultaría difícil recorrer las salas sin sentir escalofríos porque vería representado el proceso creativo contemporáneo”, posiblemente no sólo por el propio planteamiento creativo que supone el boceto, pudiendo seguir la mente y la mano del pintor durante la concepción de la obra, sino también por la metodología de producción artística que el flamenco instauró.
Sin embargo, Rubens se aleja de las fábricas de arte contemporáneo de hoy en día mostrando, por encima de todo, una indiscutible sensibilidad, puede que sencillamente irrepetible. En palabras de Vergara, “Rubens pone el alma en todo lo que hace. Anima, en el sentido literal de la palabra porque dota de vida la pintura. Es capaz de dar voz a anhelos que todos compartimos, como considerar nuestra vida como algo importante, como algo en lo que hay mucho en juego”. El comisario describe a Rubens como un trascendentalista, no un realista, ya que éste crea versiones más potentes, que superan la propia realidad. El ambiente y el olor que provoca el paisaje, el sentimiento de personajes sobre los que reflejarse, la vida como una épica compartida. Rubens, un maestro, relatando historias en un lenguaje al que sólo los artistas con mayúsculas aspiran a comunicar pero que todos somos capaces de comprender.
Los bocetos reunidos en la muestra, en su mayoría pertenecientes al propio Prado y al Museo Boijmans Van Beuningen, quienes atesoran dos de las mayores colecciones de bocetos de Rubens del mundo, se complementan con piezas pertenecientes a instituciones internacionales como el Louvre, el Hermitage, la National Gallery o el Metropolitan de Nueva York, ofreciendo diferentes laberintos para el goce de cada espectador. De la pura contemplación estética o simbólica a la caza de pesquisas sobre el camino que conecta la mente con la ejecución de la obra. En las salas, bocetos que son pistas; siguiendo las huellas del pintor para sentirnos cercanos al genio y al proceso creativo. Para sentirnos cercanos al arte.