Me llamo Nick Reynolds y soy escultor de máscaras funerarias. También soy el hijo del cabecilla del legendario asalto al tren de Glasgow de 1963, Bruce Reynolds. “El robo del siglo”, sí señor. Y eso, sin duda, marcó mi infancia. Cuando era niño tener a un criminal en la familia no era fácil, siempre mudándonos continuamente, ocultos. Por fortuna, en los noventa la sociedad cambió radicalmente y los gánsters resultaron ser chic. ¿Lo imaginas? Vivimos en México y a los años me alisté en la armada y combatí en Las Malvinas, así que de alguna forma creo que siempre he estado vinculado a la criminalidad y la muerte. De manera hiperbólica, digamos. Ya que incluso participé en la banda sonora de Los Soprano con mi grupo, Alabama 3. Yeah, woke up this morning, I’m gonna take you down.
Si empecé a dedicarme a hacer máscaras funerarias fue por casualidad. Estaba trabajando en un proyecto sobre la imagen mediática de los criminales, la extraña paradoja de que primero los conviertan en monstruos y más tarde en celebridades, y pensé que podría sacar un molde del rostro de algunos de los más infames criminales vivos, todos ellos caras conocidas que habían publicado libros y demás.
Uno de ellos era George Taters Chatham, conocido como “el ladrón del siglo”, que había robado cientos de miles de dólares y se lo había jugado todo, pero cuando conseguí dar con él había muerto. Así que pedí permiso a su hermana y realicé mi primera máscara funeraria de un fallecido.
Al tiempo, un amigo que era lord también murió y su familia quiso que esculpiera su máscara. ¿Y sabes lo más curioso? En ningún momento hubo un interés comercial por mi parte, me provocaba una sensación extraña ver la reacción de los familiares, como si su ser querido no se hubiese ido todavía. Es como si algo misterioso de la muerte pasase del fallecido a la máscara, un retrato final o el último aliento de alguien congelado en forma tridimensional.
En realidad, el uso de las máscaras funerarias era tener un punto de referencia para luego esculpir el busto del fallecido, pero creo que ese memento tiene más peso que una fotografía; cada arruga es un repositorio de un millar de recuerdos familiares. Una cápsula del tiempo.
Los egipcios hacían esculturas de sus dioses y pensaban que por medio de ritos mágicos podían invocar a esas entidades y traerlas a la figura, y algunas personas en duelo creen que hay algo del fallecido viviendo en la escultura también, o incluso en un miembro esculpido, como una mano que al ser sujetada reconforta. Por supuesto, uno de mis primeros modelos fue mi padre, le coloqué un limón en la boca para que la mantuviera abierta y esculpí un tren saliendo de ella que representaba “el gran robo”. Titulé la obra Soñando Eldorado. Años más tarde, hice otra efigie suya que ahora está sobre su lápida.
A veces hago máscaras como protesta. Eso me ocurrió con John Amado, un hombre que estaba en el corredor de la muerte. La baronesa Bon Reichardt, una artista anárquica muy talentosa, mantenía correspondencia con Amado y me explicó que el chico había perdido su última apelación y que lo iban a ejecutar, aunque ella creía que era inocente.
Me puse a pensar en sus familiares y en que no tendrían ningún recuerdo suyo y decidí coger un avión e ir al penal de Huntville, en Texas, para crear su máscara. Me acuerdo de que justo antes de que lo ejecutasen me dijo: “Tú eres el tío que está haciendo mi máscara, ¿no? Es un honor reservado para personalidades como los reyes. Yo solía pensar que era una basura y ahora sé que soy alguien”.
Cuando le aplicaron la inyección letal, fui con su familia a una cabaña en el bosque e hice el molde de su cara y un brazo. La máscara fue la pieza central de una exposición llamada 402, porque ese era su número. Él era el ejecutado número 402 desde que se implantó la pena de muerte en Texas, en 1984.
“Hace unos años hice un molde de mi propio cuerpo como Jesucristo y lo colocaré sobre mi tumba cuando muera” – Nick Reynolds.
Alguna vez he pensado en hacer mi propia máscara funeraria, ¿por qué no? Hace muchos años hice un molde de mi propio cuerpo hasta las rodillas convirtiéndome en Jesucristo y la herida del costado era una vagina. No sé, está un poco dañado, pero tal vez podrían colocarlo sobre mi tumba cuando muera; trabajar un poco para utilizarlo en el futuro, ya sabes. Sí, podrían colocarlo cerca de la tumba de mi padre, que está en el cementerio de Highgate, al lado de la de Karl Marx.